Las aglomeraciones de bañistas que se repiten a diario en Es Caló d’es Moro, en la costa de Santanyí, han vuelto a poner esta semana sobre la mesa de la realidad, y de la actualidad, el enrevesado problema de la saturación que padecen un considerable número de playas mallorquinas.

De auténtica «locura» ha calificado la alcaldesa, Maria Pons, lo que se vive este verano en Es Caló d’es Moro. Colas y esperas de más de tres horas, desde primeras horas de la mañana, para acceder a unas aguas cristalinas ahora limitadas a 80 personas por las restricciones de la pandemia. Los vecinos del lugar, impotentes y agotados por la saturación, se van bañarse a otro sitio. El Ayuntamiento ha puesto seguridad privada para controlar los accesos y la presencia humana en la arena. Abundan el incivismo y la acumulación de basuras.

Las redes sociales y la publicidad turística tienen bastante que ver con el fenómeno cada vez más desbordante. El ayuntamiento de Santanyí ya no se atreve a difundir la imagen de Es Caló d’es Moro, pero el impactante paraje aparece iluminado en grandes murales en los aeropuertos de Berlín y Palma. Resulta difícil sustraerse del reclamo para quien se va o llega de vacaciones. Fotos de Es Caló circulan a todas horas en Instagram. Se ha producido un desmesurado efecto llamada que se vuelve contra propios y extraños, también contra el medio natural, por supuesto, y ya nadie controla.

La sensación de impotencia, «maniatada» dice ella, de la alcaldesa de Santanyí, no es única. Su homóloga y vecina de Campos, Francisca Porquer, también se declaraba hace unos días, en este mismo periódico, atada de pies y manos al tener que afrontar el colapso, mantenimiento y limpieza de es Trenc sin contar con ayuda de organismos insulares. En Manacor se han vuelto a reproducir los atascos de cada verano en los accesos a Cala Varques, siempre pendientes de solución. El alcalde, Miquel Oliver, busca ahora un terreno suficiente para crear un aparcamiento en las proximidades. Estos son los ejemplos más llamativos y actuales, pero no los únicos, ni mucho menos, de una saturación que se produce en la costa mallorquina incluso en una temporada turística condicionada todavía por la pandemia, como la actual.

Se vuelve necesario un cambio de mentalidad. Resulta evidente que esta situación de gravedad creciente no puede quedar a la intemperie de los escasos recursos y el poco margen de actuación legal de los ayuntamientos. Se hace imprescindible una acción coordinada por parte de todas las instituciones y el ejercicio de una pedagogía creciente para los usuarios de las playas, todo ello encaminado a la responsabilidad y el equilibrio.

Si el Caló d’es Moro dispone de control de accesos este año es debido a la pandemia. Con la legislación actual en la mano será imposible mantenerlo cuando vuelva la ansiada normalidad. El Consell que publicita el lugar en los murales también debe hacerse responsable de su mantenimiento, al igual que Costas. Cabe coordinar la protección, el mismo Caló y Es Trenc están a dos pasos del parque Mondragó que cuenta con mayor grado de protección y mayor vigilancia. Los compartimentos estancos, con grandes diferencias entre unos y otros, tienen poco sentido en el medio natural. Merece un cuidado más homogéneo y constante.