Aún resuenan los ecos de lo anunciado por el festival de cine de San Sebastián: la supresión de la distinción de género en el premio a la actuación tanto de protagonista como de reparto. La idea es poder premiar a «identidades que no se adscriben a los géneros masculino o femenino»… porque el género es una construcción social y política. Es un apoyo a la comunidad LGTB+ muy contundente.

Pero la pregunta es por qué no han mostrado este apoyo tan claro contra el cine discriminatorio, especialmente la discriminación de las mujeres en una industria en la que no sólo están infrarrepresentadas, sino altamente estereotipadas y que llevamos denunciando durante muchos decenios. Sé de lo que hablo, entre 1984 y 1996 fui parte de la dirección del Festival internacional de cine dirigido por mujeres, de Madrid - no lo busquen en internet, eran otros tiempos, aunque supuso un evento de primera línea y que ayudó a visibilizar a las mujeres de la industria-.

San Sebastián no se posiciona para que las películas seleccionadas en su festival cumplan con el Test de Bechdel, por ejemplo, un método para evaluar la brecha de género entre mujeres y hombres, y que mide la presencia femenina respecto a la masculina en los productos audiovisuales. Sus requisitos son muy sencillos:

1. Aparecen al menos dos personajes femeninos,

2. las cuales se hablan entre ellas,

3. sobre algo distinto a un hombre.

4. Las mujeres tienen al menos nombre.

La suma de las películas que no cumplen estos requisitos triplica la de las que sí lo hacen. Entre el 2000 y el 2016, el 45% de las 108 películas nominadas a Mejor Película en los Oscar no superaron el Test. Ser productos comerciales o independientes no las exime de ser sexistas, solo es garantía si la dirige una mujer o el guion lo firma una mujer. Si se aplicasen a la inversa, a los hombres, estas simples reglas darían como resultado que prácticamente todas las películas cumplen los requisitos, esto revela que sí existe sesgo de género sistemático, el masculino. Y nadie se ha rasgado las vestiduras.

Los últimos datos aclaran que sólo un 30% de los personajes en las películas y series son actrices, y esto si son jóvenes, porque a partir de los 35 años baja el porcentaje, dejan de ser protagonistas porque se las considera ya mayores para su cometido principal y a veces único, ser el objeto de deseo del protagonista, y a partir de los 40 pasan a hacer personajes secundarios. Me vienen a la cabeza actores de más de 70 años que hacen básicamente lo mismo que a los 30.

Nada es neutro en sociedades patriarcales, todo es androcéntrico y el cine y las series son vehículos determinantes para enviar modelos sociales y estos son, en general, discriminatorios para mujeres, minorías étnicas, de orientación e identidad sexual. Esto es lo vital y es en lo que se debe incidir. Vivimos tiempos tensos entre dos movimientos sociales -feministas y LGTB+- ambos muy justos y muy necesarios, que han sido y deben seguir siendo aliados pues tienen un mismo opresor, el Patriarcado, aunque les golpea diferenciadamente. No se puede luchar por uno a costa de invisibilizar a otro, las mujeres no estamos solo oprimidas por tener vulva sino porque se han construido unas sociedades dirigidas por hombres que se asientan en nuestra explotación y opresión. Quitando un premio específico no significará en absoluto apostar y luchar por la igualdad entre mujeres y hombres o no binarios. Si de verdad quisieran hacer justicia habrían introducido una tercera categoría, la no binaria, en vez de suprimir las otras, según acertadamente propone Beatriz Gimeno.

Porque lo verdaderamente diferenciador sería premiar películas que no fueran sexistas, ni racistas ni discriminatorias, y lo saben. Por ahora, premiarán a buenas interpretaciones dentro de películas sexistas, por ejemplo. Prefieren dar pasos que no afectan al núcleo de las discriminaciones y que, de paso, separan colectivos en lucha por sus justas e imprescindibles reivindicaciones. No solo no acaban con la Rabia, sino que el perro seguirá gozando de una salud sexista y machista de hierro.