El Govern tiene muy avanzado un plan especial para abrir cuatro hoteles en Mallorca, a partir de la segunda quincena de junio, con la intención de que sea capaz de establecer las bases, suficientes y seguras, para iniciar la temporada turística, con una cierta normalidad, a partir de julio. En concreto, la iniciativa se concretaría en dos establecimientos de la Platja de Palma y de Alcúdia y se calcula que beneficiará de entrada a unos 900 trabajadores de hostelería, más otros, sin cuantificar todavía, del transporte. El plan resulta vital también para que los ERTE puedan tener un tratamiento específico para la realidad de Balears. La iniciativa impulsada por el Govern Armengol ya ha recibido el beneplácito de los ministerios de Turismo y Transportes. En estos momentos está a la espera del aval de Trabajo y el imprescindible y principal visto bueno de Sanidad.

Desde el punto de vista de los intereses y de la realidad actual de la parálisis turística de Mallorca este plan piloto es una buena idea, un mensaje claro y una demostración de que las cosas se están haciendo y tomando en serio. Tiene el acierto de haber logrado canalizar la colaboración público-privada con el trabajo, codo con codo, de distintas administraciones y de los sectores empresariales y sindicales, sin excluir la oferta complementaria del sector turístico. Los hoteleros no hubieran tenido ocasión de probarse a sí mismos y de emitir un claro mensaje de profesionalidad y eficacia sin el impulso del Govern de Balears, de Aena y del Gobierno Sánchez, con la implicación directa de distintos departamentos ministeriales.

Al llegar a Son Sant Joan, los primeros 4.000 turistas del preámbulo de una temporada retrasada y corta por efecto de la pandemia del coronavirus, pasarán un control de temperatura y una prueba PCR y después, antes de asegurar que no son objeto o fuente de contagio, permanecerán seis horas de cuarentena en el hotel.

La invitación y el mensaje están claros. No son otros que los de transmitir confianza y seguridad, un verano de mínimos este año y, sobre todo, un despliegue turístico normalizado en su integridad en 2021. No se podía caer en el error y el desánimo de permanecer con los brazos cruzados, a verlas venir, entre otras cosas porque las informaciones que llegan del exterior confirman que los mercados competidores ya han comenzado a moverse y están ideando incentivos para atraer a los turistas. La economía de Balears también necesita reactivarse, sus trabajadores encontrar la estabilidad laboral y los ciudadanos de centroeuropa empiezan a ansiar unas vacaciones que les permitan olvidarse de la pesadilla del coronavirus que todos, de un modo u otro, hemos acabado padeciendo.

Las perspectivas de hoy son mucho mejores que las de hace dos meses. Cuando se decretó el estado de alarma en marzo nadie estaba en disposición de pronosticar que a finales de mayo se pudieran establecer planes piloto como los que ahora anima el Govern y que las rutas aéreas comenzaran a abrirse y a operar en las fechas actuales. Salvo nuevos imprevistos o repuntes de una pandemia que en estos momentos se da por controlada en Mallorca, habrá temporada turística, breve y muy mermada, la única posible en un escenario sanitario de prudencia. La isla debe estar en primera línea en estos momentos difíciles, está en juego su prestigio como destino turístico y la viabilidad de su primera industria económica cara al futuro.