Dicen que no hay nada más efímero que la condición humana. En unos encuentros europeos sobre arqueología en los que participé en Getxo (Vizcaya) hace poco constaté el miedo que nos producen las expresiones de anonimato y pseudonimato como símbolos de libertad. Precisamente, instituciones y profesionales de varias disciplinas pusimos sobre la mesa la incomodidad de ciertas inscripciones, rastros, escritura e imágenes sobre las paredes. Y es que, entre trazados más o menos históricos, estábamos rodeados de tags y throw up de escritores de graffiti, pintadas políticas reivindicativas, pintadas erótico-sentimentales y muchísimas marcas de pelota de haber jugado al frontón in situ. Escribir y jugar. Dos acciones fundamentales del ser humano en su proceso formativo, expresivo, de disfrute y, sobre todo, relacional.

El uso promiscuo de la arquitectura y del espacio público a lo largo de la historia tiene eso. Pensemos en muros que han sido testigos de reuniones, encarcelamientos, ejecuciones, revoluciones, celebraciones. Lo mismo ocurre con las "marcas" de quienes estuvieron en trincheras de la Guerra Civil. Efímeros espacios cavados por y para efímeras personas. A todo eso se le llama "Arqueología del Conflicto". Un término interesante que engloba nuestra historia reciente. Y todo ello habla de lo que fuimos, de lo que hemos sido y de lo que somos. Podemos borrarlo, tapiarlo, mirar hacia otro lado y dedicarnos solo a imaginarnos el origen cero de un lugar o espacio determinados. Podemos incluso dejarlo todo impoluto, intentando que parezca que nada ha ocurrido. Podemos negar que esas huellas existieron. Pero ahí está nuestra responsabilidad y nuestra oportunidad para reflexionar sobre nuestra condición humana y para dar voz a esos anónimos que necesitaron expresarse. Personas que nunca pasarán a la historia.

Cierto es que están proliferando tags y pintadas en las calles de Palma y otras ciudades. Intervenciones que probablemente respondan a la rebeldía y el exhibicionismo de ciudadanos y ciudadanas muy jóvenes. Algo que "molesta" sobremanera a parte de la población. Medios de comunicación y asociaciones como la actual Defensora de la Ciudadanía y ARCA se han pronunciado ya al respecto. Habría que preguntarse a qué parte de la ciudadanía defienden, del mismo modo que recordar que una asociación como ARCA sigue secundando la conservación de un monumento declarado oficialmente como franquista. Ignorantes en intervenciones urbanas, hablan de "intromisión vandálica en la vida de las personas y de echar a perder el paisaje urbano". Para empezar, el paisaje urbano debería contemplar una mirada y un uso igualitarios y democráticos del mismo. Con ello no estoy diciendo que todo tenga cabida, pero sí que los criterios con los que se tilda de vandálicas ciertas intervenciones deberían ser los mismos para todas. En términos de ilegalidad, es injusto y reprochable criminalizar o perseguir prácticas como el graffiti per se (un modo de "escribir" en la ciudad con más de cuarenta años de historia), y que cierto arte urbano u otro tipo de mensajes sean bienvenidos. Recordemos que la ley de ordenanza municipal sanciona la acción de pintar o intervenir sin permiso cualquier elemento del espacio público -patrimonial o no- pero no el tipo de intervención. Condenarlo sin más puede provocar reacciones agresivas por parte de quienes lo practican. ¿Hay que tolerar, pues, solo lo decorativo, amable y plano? ¿Y quiénes van a decidir eso? ¿Acaso las expresiones culturales han sido siempre complacientes con todos los públicos? En lo que a "intromisión" se refiere, podríamos discutir si las intervenciones aludidas son más invasivas que, por ejemplo, la masificación turística, la privatización del suelo urbano o las mismas procesiones de Semana Santa. Por otro lado, ¿una intervención comisionada en el espacio público la convierte en más "artística" que otra que no lo está? No se trata tanto de demarcar espacios "domesticados" para el arte en la ciudad, sino de "liberar" paredes en varios puntos de la misma (que las hay y están solicitadas) para poder pintar sin miedo a ser denunciados por algún oportunista vecino en momentos electorales. ¿Lo vandálico está reñido con lo artístico? No es nada nuevo que lo subversivo, lo subcultural o lo no-oficial reclamen lugares propios de exhibición. Muchas de las veces subrayan lo incómodo de una sociedad, "vomitan" lo que nadie se atreve a decir. Forma parte de su manera de "hacerse ver".

El graffiti y el arte urbano, cómo no, deben tener también sus propios límites, siendo sostenibles y corresponsables con la ciudad. Hay quienes hacen un uso indiscriminado de paredes, algunas de ellas supuestamente patrimoniales por estar "dentro" de la parte histórica de la ciudad. Quizá son más visibles porque reinciden. También es cierto que son muchos y muchas las que llevan años sabiendo dónde intervenir, y que en los torrentes y la periferia llevan años conviviendo con intervenciones varias y nadie parece preocuparle. ¿Por qué, entonces, esa necesidad de "reñir" con argumentos rancios y clasistas propios de una ideología reaccionaria, sin aportar ninguna reflexión ni preocuparnos siquiera del porqué está ocurriendo todo eso? ¿Por qué solo detectamos ese tipo de acciones y nos olvidamos de potenciar el procomún de la ciudad? Y es que en el espacio público se pone en evidencia nuestro egoísmo acerca de un lugar que compartimos. Por supuesto, todo ello está conectado con el modelo de ciudad que queremos. Una ciudad que, gestionada por un gobierno progresista, debe plantearse reflexionar al respecto, escuchando y asesorándose bien, y poniendo en práctica estrategias de pedagogía urbana. La "arqueología del conflicto" contempla la necesidad de escribir como testimonio del paso de un ser humano por un determinado lugar y en un determinado momento histórico. Al fin y al cabo, ¿las cosas no se cuentan según el criterio de quien las escribe o reescribe?