¿En qué lugar del tambor se aloja la bala? ¿En el disparo de Pedro Sánchez?, ¿en el de Pablo Casado?, ¿en el de Pablo Iglesias?, ¿en el de Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Albert Rivera o Santiago Abascal? El 28 de abril se sabrá. La jornada electoral será una ruleta rusa de la que alguien saldrá políticamente muerto. Unos acuden entusiasmados a esta cita con su destino, otros llegan tan forzados como Robert de Niro y Christopher Walken en El cazador. Sea cual sea su actitud, el cementerio de los políticos olvidados cavará nuevas sepulturas.

En las elecciones anunciadas ayer nadie garantiza que el partido más votado sea el que sume más escaños, cosas de la Ley d'Hont y de las circunscripciones provinciales. Tampoco es posible asegurar que quien consiga más diputados sea el ganador, cosas de la proliferación de partidos y de la volatilidad del voto. Unas décimas separan a unos partidos del triunfo o del desastre. Casi nada está escrito a 70 días de los comicios.

Pedro Sánchez deberá corregir, pase lo que pase, su Manual de supervivencia. Si los electores escuchan los sermones de las tertulias mediáticas madrileñas su libro quedará caduco por inútil. Si respaldan el apaciguamiento y sigue en Moncloa deberá añadir varios capítulos a un volumen que se venderá como rosquillas y devorará todo aspirante a líder político.

Pablo Casado se aproxima a Vox en las formas y en el fondo. Cree o le obligan a creer que los electores de centro que dieron al PP de José María Aznar la mayoría absoluta del año 2000 se han esfumado. Establecer analogías entre ETA y el independentismo catalán es tan desmesurado que provoca rechazo hasta en las asociaciones de víctimas. Reeditar el tripartito andaluz en el conjunto de España es tan complicado como arriesgado. Sin embargo, parece que el sobreexcitado líder popular juega sus fichas a este número. Es como si todas las recámaras del tambor tuvieran bala excepto una.

El caso de Albert Rivera es laberíntico. ¿Hasta cuándo puede repetir un líder de centro el coqueteo con la ultraderecha? Ciudadanos comenzó siendo socialdemócrata y se pasó al liberalismo. Se declara rabiosamente centrista, pero en pocos meses ha pactado y se ha fotografiado con Vox, aunque pretendiera tapar el sonrojo con banderas gay. Rivera puede llegar a presidente, pero, salvo que busque el suicidio, no puede ser indefinidamente el bastón que sostiene a Casado y Abascal.

Las estrella fulgurante de Pablo Iglesias va camino de convertirse en fugaz. Lleva meses coqueteando con la bala que convierta Podemos en un breve episodio de la historia política española. El nepotismo con el que ha gobernado el partido -mis parejas ascienden en el escalafón, mis ex caen en picado- pasará factura. El patinazo de su chalé no se salva con una consulta a las bases. Su enfrentamiento con Íñigo Errejón es el síntoma de un partido en descomposición interna.

Santiago Abascal aspira al papel ejercido durante décadas por los nacionalistas catalanes y que aún practican los vascos: influir en las decisiones del Gobierno sin estar en él. El PdeCat lleva tiempo demostrando que ya no sirve para lo que siempre fue útil CiU: apuntalar minorías y pasar factura. ERC suspira por ser, esta vez sí, el primer partido de Catalunya contraponiendo la cárcel de Junqueras a la huida de Carles Puigdemont.

Es improbable que alguien celebre una gran fiesta el 28 de abril, pero es seguro que ese día se oficiarán varios funerales políticos.