Con la política progresista en Balears y en España lo que ahora está de moda son las prohibiciones. En Movilidad toca ahora un DieselGate y, para qué quedarnos en eso, la gasolina: ¡la prohibimos también! Según este criterio, para ser respetuoso con el medio ambiente todo se reduce a una cosa: tener un coche cien por cien eléctrico.

Pero hay que detenerse en unas cuestiones previas: de un lado se obvia que el coche eléctrico, en su ciclo de vida, genera hoy día prácticamente el mismo CO2 que un diésel moderno. Y por otro lado se obvia también el hecho de que las energías renovables no son 100% verdes, pues entre otras cosas necesitan de sistemas para el almacenaje de la energía, baterías, cuyos componentes y fabricación sí que contaminan. Hay mucho marketing que alimenta esta ilusión, cuando la realidad es que el concepto "emisiones cero" es falso si tenemos en cuenta el montaje y construcción del vehículo, su consumo de electricidad a lo largo de su vida útil y su posterior proceso de desguace.

Por otro lado nada se dice de que entre el 65 y 78% de la contaminación en las grandes ciudades no es de los coches, sino que viene provocada por los sistemas de calefacción de los edificios, de carbón y gasoil principalmente. Sobre este tema no se toma ninguna medida, al menos que se sepa.

Hemos de recordar que no se han sustituido las fuentes tradicionales de energía con las que se crea la electricidad que habrá de alimentar estos vehículos. Un porcentaje muy elevado de la electricidad tiene su origen en la quema de combustibles sólidos (gasóleo, carbón) y la red eléctrica, en su forma de producir, no cambiará en los próximos 15 o 20 años como mínimo. Es cierto que el coche eléctrico no lleva tubo de escape, pero la electricidad con la que lo cargamos -en su producción- sí que provoca emisiones de CO2, no nos engañemos.

Nada se dice tampoco de la guerra por los "metales raros", tan necesarios en la construcción de componentes de los vehículos eléctricos para sus baterías y sistemas. Acierta el francés Guillaume Pitron en su libro La guerre des métaux rares, al decir que estos nuevos sistemas desplazan la contaminación al otro lado del mundo, pero no la eliminan.

En las jornadas sobre eMovilidad que realizó Diario de Mallorca hace breves fechas se añadieron algunas consideraciones más al respecto: tenemos un precio excesivamente caro del coche eléctrico básico (30.000 euros) frente a uno análogo de combustible (12.000 euros), su autonomía es aún muy corta, existen muchos problemas con la carga, que es lenta, con adaptadores diferentes, o la necesidad de reserva de plazas al lado de los cargadores de la vía pública, donde además conviven sistemas de pago diversos, etc. Son todo ello problemas subsanables, sin duda, pero que hoy por hoy no están plenamente superados, ni mucho menos.

Y por encima de todo esto está una cuestión, que el representante del sector de los concesionarios manifestó y que hace que nos topemos de bruces con una realidad inapelable: el 80% del coste del combustible que tanto criticamos resulta que son impuestos. Y sabemos que España es un país súper endeudado. Si hacemos desaparecer estos combustibles: ¿de dónde sacará el Estado los ingresos que necesita? Seguramente habrá de trasladar esa carga tributaria a lo eléctrico. Y aquí ya hablaremos de otros números, de otras cifras, de otros precios. Ya no saldrá tan "rentable" lo eléctrico.

El representante del fabricante de coches eléctricos Tesla fue más allá, lanzando la hipótesis de un 2030 sin vehículos de combustión, con aire limpio, con un 80% menos de flota de vehículos y la quiebra de las empresas que no se adapten. Realizó la reflexión cierta de que el 97% del tiempo nuestros coches están parados y el 78% de las veces viajan con un pasajero solo. Por eso defendía la tesis de que ello habría de provocar la irrupción de la conducción autónoma así como de plataformas de vehículo compartido, desapareciendo los atascos y recuperando el 80% del espacio urbano, con una disminución drástica de los accidentes de tráfico. La verdad es que todo eso sonaba muy bien.

Estoy convencido de las bondades del sistema de transporte eléctrico. Pero no es la panacea absoluta ni tampoco está maduro todavía. Entiendo por mi parte que no bastan la energía eólica y la solar por sí solas para sustituir los combustibles fósiles y los nucleares, meollo principal del tema. En mi opinión hay que impulsar la energía proveniente del mar, que es inagotable: la energía mareomotriz de las corrientes marinas y también la energía cinética de las olas, que son ya convertibles en energía eléctrica hoy. Y de esto nada se dice. El Govern del Pacte nada ha escrito sobre ello en sus diversos planes y leyes, como la del Cambio Climático o el de Movilidad Balear, que pretende tener antes de que acabe esta legislatura, que ya va tocando a su fin.

En lugar de apostar por ello para seguir en la senda del crecimiento sostenible, el Pacte decide prohibir la entrada de vehículos diésel para el 2025 y los gasolina para 2035. Ahí es nada.

Pero lo cierto es que no basta con prohibir, la vida no es tan simple. Quede dicho.