El turismo de masas comporta una serie de riesgos y dificultades de control como consecuencia de su propia dimensión. El año pasado ya se vivieron en las grandes zonas turísticas de Mallorca algunos desmanes provocados por el desmesurado consumo de alcohol y la práctica de sexo en público. Existe el peligro de que estas situaciones, ingratas y contraproducentes para los intereses y la imagen turística de la isla, vuelvan a repetirse este año en el que se contempla una previsión de superación de todos los récords de ocupación residencial conocidos hasta ahora. De hecho, ya se han producido algunos conatos en forma de organización de excursiones etílicas que han tenido que ser abortadas y campañas publicitarias, igualmente retiradas a tiempo, pero también fuera de lugar, en las que un conocido touroperador animaba a los turistas a divertirse “hasta que el médico venga a recogerte del suelo”. Cuando la temporada apenas ha comenzado se ha vivido ya la primera gran redada contra la prostitución callejera.

Convendrá, por tanto, mesurar la justa dimensión del problema para aplicarle las soluciones adecuadas y evitar su crecimiento nocivo. El turismo de borrachera no puede interesar a Mallorca ni el consumo ingente de alcohol reúne condiciones para convertirse en uno de los atractivos de la isla. Deben tenerlo en cuenta los turistas que se plantean pasar unos días de vacaciones en estos parajes mediterráneos y los medios sensacionalistas extranjeros que en algunos casos y de forma un tanto irresponsable, han explotado en exceso estos extremos. Punta Ballena no es el mejor exponente de cuanto ocurre en Mallorca, sino un lugar con una problemática específica que debe ser reconducido, en beneficio de todos, hacia los cánones de la diversión sana, festiva y responsable.

Las autoridades parecen ser conscientes de la imperiosa necesidad de luchar contra el turismo de borrachera. Ahora solo falta que acierten en las medidas que adoptan para neutralizarlo. El vicepresidente del Govern y conseller de Turismo, Biel Barceló y el alcalde de Palma, José Hila, han escenificado con un paseo por la Platja de Palma su rechazo al consumo descontrolado de alcohol entre los visitantes. Han recabado la colaboración de los empresarios y han anunciado el incremento de inspecciones y la aplicación de multas que pueden alcanzar los 3.000 euros.

Pero esta adecuada política de colaboración presenta una laguna. Se manifiesta en las críticas del alcalde hacia la Delegación del Gobierno, por no desplazar más efectivos policiales a las zonas calientes, recordando que la Platja de Palma también abarca las competencias de la Policía Nacional. Es una desavenencia que deberá ser corregida porque tampoco es bueno el enfrentamiento institucional y los ciudadanos, entre los que se incluyen los turistas sensatos, necesitan unos servicios normalizados y una Policía próxima.

Naturalmente, el turismo está vinculado de forma inseparable al ocio y a la diversión que puede ser plena mientras no altere las reglas del civismo, la salud y el respeto a la gente y al territorio. Los desmanes etílicos no son buenos ingredientes para ello y de reproducirse una y otra vez de forma colectiva, pueden tener el grave efecto secundario de espantar a los turistas que buscan tranquilidad, cultura, paisaje y sosiego. De ahí la necesidad de evitar las borracheras públicas y avanzar en los mensajes que consoliden a Mallorca como un destino alejado de lo chabacano y vinculado a la calidad, el buen servicio y un entorno admirable, tanto desde el punto de vista de la naturaleza como en el decisivo facto humano.