Los datos del Anuario de Estadísticas Culturales 2014, publicado por el ministerio de José Ignacio Wert, registran elementos alarmantes y descorazonadores por lo que respecta a Balears. Resulta que esta comunidad es con ventaja y en términos claramente negativos, la que menos invierte en bienes y servicios culturales. Sólo el 0,04% de su Producto Interior Bruto (PIB), mientras que la media estatal, que tampoco es para echar campanas al vuelo, se sitúa en 0,12%. En cualquier caso, la diferencia es sustancial. En 2012, último año del que se dispone de datos, el sector público de este archipiélago destinó 9,8 millones de euros a efectos vinculados directamente con la cultura. Son 37.000 euros menos que en 2011, lo cual denota una progresión decreciente que se ha acelerado en el último bienio.

Esto, por lo que respecta a las administraciones públicas, porque en el ámbito particular las cosas son diferentes y mejores. Cada hogar de las islas ha acabado dedicando una media de 737 euros anuales a la compra de libros, entradas de conciertos o cine, aparte de otros elementos afines con la cultura. Es una cifra que está considerablemente por encima de la de otras regiones.

Se constata, pues, que los ciudadanos de Balears tienen una inquietud y una dedicación cultural que no se corresponde con la atención y el esfuerzo, apenas simbólico, que le prestan las administraciones. Pero esta triste realidad tiene muchos más matices y efectos a medio y largo plazo que llevan directamente a la preocupación y dificultan el camino mismo de la evolución social y del desarrollo económico. Las instituciones de este archipiélago no cumplen con hechos lo que gustan de proclamar de palabra. Las autoridades se pelean para inaugurar exposiciones y quedar inmortalizadas en la correspondiente foto, pero no alcanzan a desplegar una política cultural seria y efectiva. Obvian esta necesidad, incluso sabiendo que hay una clara demanda en este sentido. La cultura, cuyos servicios ahora se penalizan con un IVA del 21%, tiene el sambenito de parienta pobre. Ha sido una de las primeras y más inmediatas perjudicadas por los recortes pretendidamente justificados al amparo de la crisis económica. Craso error, porque todos los expertos coinciden en señalar que, precisamente en tiempos de crisis, es cuando más y mejor se debe invertir en educación y cultura. Es la mejor forma de salir de la crisis y de dignificar al ciudadano frente a ella.

Pero, además, en el caso particular de Balears es significativamente grave que se deje abandonada la cultura cuando puede ser un elemento clave para hacer frente a la estacionalidad turística. Mallorca tiene sobrados bienes culturales y patrimoniales que constituyen un atractivo en sí mismos, más allá de la Catedral y la Lonja. Potenciarlos en invierno y otoño, junto a un calendario de actividades culturales imaginativas, vanguardistas y de calidad, es un modo de aumentar los atractivos turísticos de las islas y de ofrecer un servicio digno a los residentes. También un modo consecuente de diversificar y aumentar la regeneración económica. El futuro tiene que pasar también por la cultura y no puede ser la penalizada iniciativa privada quien tenga que pelear en solitario para convertir nuestras islas en una referencia en este ámbito.