Recuerdo que hace algunos años y en Barcelona, me encontré con el fallecido padre Miguel Batllori, que por entonces cuidaba de la biblioteca de la residencia jesuítica en la calle Llúria, muy cerca de plaça Catalunya. Lo había conocido en Roma cuando él ostentaba cátedra en la Gregoriana y sólo nombrarlo suscitaba admiración y hasta envidia en los ambientes intelectuales romanos. Tenía una estampa egregia y destilaba un señorío imponente, a la vez que una asombrosa cordialidad. Su memoria era fascinante, y si le preguntabas por alguna cuestión relacionada con los Borgia, sus ojos se iluminaban y sus palabras surgían con facilidad llamativa. En ocasiones, me decía a mí mismo cómo se adquiría, en el caso de un clérigo, esa capacidad para imponer su sabiduría de forma evidente y en plan de quien comunica y nunca menosprecia. El día en que nos encontramos en Llúria, acabamos charlando de los mallorquines, a los que conocía bien, de nuestro Ramón Llull y del Oriente. Permítanme que hoy mismo, festividad del precursor de una relación fluida con esa zona del planeta en un protagonismo cada vez más decisivo para todos, les comente algunos detalles de aquel intercambio de palabras, o más bien de mi escucha de sus palabras sabias.

En lo más insistió Batllori fue en el distanciamiento de la sociedad mallorquina de la personalidad de Raimundo Lulio, en su opinión el mallorquín más relevante de nuestra historia. Es cierto, me recordó, el trabajo esforzado de una serie de instituciones que mantienen viva su memoria, sobre todo el luliano, pero él insistía en la sociedad en cuanto tal, en lo que solemos llamar "el ambiente cultural" de nuestra isla. Sonriendo, dejó caer el olvido en que Mallorca se empeña en mantener la memoria de sus mejores hijos, sustituidos, añadió, por sujetos de medio pelo. En aquel momento, yo mismo desconocía los entresijos isleños y no acabé de comprender ni su sonrisa irónica ni el contenido de su afirmación. Ahora, me hago mucho mejor de la verdad de sus palabras y del alcance de las mismas. El mismo Batllori nunca ha tenido el lugar que le corresponde en los ámbitos culturales e intelectuales mallorquines, exageradamente tomados por las ideologías. Pero en fin, en este momento se trata de recordar las palabras del sabio, cuando ya estaba más allá del bien y del mal. A poco de morir en Sant Cugat.

Más adelante, sin dejar de dar vueltas a lo anterior, me comentó que todo lo oriental estaba entrando en crisis por culpa del entonces "islamismo radical y fundamentalista", en forma alguna representante de la sabiduría del misterioso Oriente, del que tantísimos beneficios había recibido España y en general Europa. Y tal Oriente entraba en contacto privilegiado con todo de todos nosotros por medio de la "intuición iluminada" del beato Llull. Lo de la "intuición iluminada" lo pasé al dietario, que he consultado para escribir estas líneas, y es que me ha parecido magnífica definición de la tarea luliana y sobre todo de su núcleo original, que es de naturaleza mística pura y dura. Aquí para nada citó a Mallorca, pero me permito reflexionar sobre la importancia de la dimensión intuitiva e iluminativa en una sociedad como la nuestra tan entregada a la materialidad de la vida? y del pensamiento ¿Sería tan difícil cuidar un poquito más la capacidad de los mallorquines para ir más allá de lo inmediato y alcanzar lo más elevado? ¿Resulta imposible traducir al idioma cultural de nuestros días la fascinante relación entre el amigo y el amado, por extraño y hasta cursi que nos parezca?¿Hemos optado hasta tal punto por la vulgaridad de la existencia para caer, al cabo, no en las riquezas superiores orientales antes bien en la crematística del turismo brutal que nos avergüenza? Seguramente sean preguntas molestas y hasta inoportunas, pero salen del alma al recordar las lamentaciones de Batllori al plantearme la raíz de un asunto de tantísima gravedad, aunque no queramos dársela.

Y al fin, tal vez conocedor de mis tareas universitarias en aquellos momentos, me preguntó por qué oscura razón los mallorquines no intentábamos relacionar mucho más los textos de Llull con textos paralelos de otras culturas peninsulares. Y creo recordar que algo me comentó de alguna película al respecto. Batllori tenía la virtud de ser "muy delimitado" en su campo de juego, como buen historiador, pero exageradamente "universal" en sus intencionalidades últimas. En algún momento de la conversación, ya camino de la biblioteca para entregarme un volumen, dejó caer algo así como que Miramar era el lugar occidental en que primero se había producido el encuentro cultural de las religiones de forma académica y por lo tanto llamada a perdurar. No acabé de entenderlo, pero repito que ahora sí ¿Por qué no potenciar el caudal significativo de Miramar como "cuna de cultura innovadora" en momentos globalizadores como los nuestros? ¿No habría turismo para este Miramar? Pienso que sí. Pero habrá que advertírselo.

Traer el Oriente de Ramón Llull a esta Mallorca nuestra aparece como una de las tareas más bellas que se nos puedan ofrecer, como mallorquines, como occidentales y como personas que persiguen ámbitos de paz y de libertad. Hace unos días, al reflexionar sobre lo que escribiría para ser publicado hoy, pensé en cuanto llevo escrito. Y decidí escribirlo como homenaje sencillo pero público a nuestro ciudadano del mundo desde las entrañas mallorquinas del Miramar caído sobre el Mediterráneo. De vez en cuando, uno sostiene charlas fascinantes al filo de la vida. Aquella en la residencia de Llúria, en Barcelona, lo fue. Más tarde, el padre Miguel Batllori, señorial y sencillo, auténtico clérigo ilustrado y jesuita atípico, partía para la iluminación completa, allí donde lo complejo se simplifica porque se funde en la luz total. Unir su memoria a la celebración hodierna, ha sido una gozada.