La democracia parlamentaria es, ante todo, un método de resolución pacífica de conflictos. El más depurado que la civilización occidental ha conseguido elaborar en los últimos tres siglos.

El sistema parlamentario, o de representación semidirecta, se basa como es conocido en la elección por sufragio universal de representantes del pueblo que, reunidos en asamblea, elaboran las leyes y controlan a los otros dos poderes, el ejecutivo y el judicial. Dicho elección se articula a través de partidos políticos.

Este sistema, superador del viejo asamblearismo y de los procedimientos plebiscitarios, garantiza que las grandes decisiones no serán adoptadas por la turba acalorada sino por especialistas que reflexionarán y debatirán las decisiones que adopten de acuerdo a la regla estricta de la mayoría. Por ello alarma que la Asamblea Nacional de Cataluña, una asociación espontánea al margen de estas vías democráticas, imponga consignas y marque pautas de progreso y de futuro. Bien está que la sociedad civil se exprese como quiera, pero la política democrática tiene reglas irrenunciables.