En la película Annie Hall, Alvy Singer (Woody Allen) critica así la manía californiana de dar premios: "¿Y qué me dices de todos esos premios? Ellos siempre están dando premios. Mejor dictador fascista: Adolf Hitler". Alvy tiene motivos para criticar a los californianos, pero lo cierto es que no sólo llueven premios en California, sino en todas partes. Si Eugenio D´Ors decía que en Madrid a las siete de la tarde o das una conferencia o te la dan, en cualquier parte del mundo a las siete de la tarde o das un premio, o te lo dan o, sobre todo, ves cómo se lo dan a alguien. Pero hay premios y premios. No es lo mismo un premio al mejor dictador fascista que un Oscar al mejor guión, un Premio Nobel de Química, un premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional o un Balón de Oro. Y ahí le duele o, mejor dicho, ahí me duele.

Como tengo la manía de no separarme nunca de mis orejas, no puede evitar escuchar la conversación que en una cafetería gijonesa mantuvieron tres varones adultos y amantes del café en taza de cristal. Entre sorbo y sorbo, los tres criticaban la exagerada atención que los medios de comunicación prestan al fútbol, los desorbitados salarios de algunas estrellas del balompié, la alienante dialéctica Barça-Madrid y la trasformación de la selección española en el nuevo opio del pueblo. Vale. Todo eso es perfectamente defendible a la hora del café, y los futboleros solemos agachar la cabeza y pedir otra ronda cuando nos echan en cara que los telediarios dan más importancia a los resultados de fútbol que a un huracán (a no ser que un huracán haga pupa a Nueva York), que es inmoral que Ronaldo gane tanto dinero por dar patadas a un balón (en vez de ganar todo ese dinero formando parte de "los mercados"), que la altura del duelo Barça-Madrid está destruyendo los cimientos del fútbol (por eso, como todo el mundo sabe, en los patios de los colegios ya no hay niños jugando al fútbol) o que los triunfos de la selección española sólo sirven para que olvidemos la crisis (no como la serie The Walking dead, las películas de James Bond, los juegos de ordenador, las revistas del corazón, las canciones de "La oreja de Van Gogh", las novelas de Pérez Reverte ambientadas en el Siglo de Oro o tantos productos de la cultura popular). Pero uno de nuestros tres antifutboleros, el más joven, emitió unas vibraciones sonoras que mis orejas nunca habían captado: de todos los premios Príncipe de Asturias, dijo, el más fácil de ganar es el de Deportes. Sí, dijo otro, si yo quisiera ganar un premio Príncipe de Asturias, intentaría ser Xavi, no un científico, un artista, un escritor o un luchador contra la justicia. Eso me dolió.

¿Es más fácil ser un futbolista como Xavi que un patólogo como Richard Lenner? ¿Es más difícil escribir libros maravillosos como los de la filósofa Martha Nussbaum que hacer paradas maravillosas como las de Casillas? ¿Un ciudadano que toma el café con sus amigos puede aspirar antes a dar pases como Iniesta que a diseñar edificios como Rafael Moneo? ¿Es más sencillo pasar del café de por la mañana a ganar el Balón de Oro que a escribir La mancha humana? Es posible. Es posible que usted y yo estemos más cerca de ser unos grandes futbolistas que de ser unos grandes patólogos o filósofos, como estamos más cerca de ganar el Balón de Oro que de escribir como Philip Roth. Pero me duele escuchar esas verdades, si son verdades, mientras saboreo un café y echo un vistazo a las páginas de deportes de mis periódicos favoritos. Por otra parte, quiero creer que si le pidiera a Xavi que me pasara el balón, lo haría con tanta delicadeza como si yo fuera Messi, del mismo modo que quiero creer que Richard Lenner contestaría a mis preguntas con la amabilidad del sabio, Martha Nusbbaum me hablaría de sus libros como hablaría a uno de sus amigos más queridos, Rafael Moneo me guiaría por el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida como si estuviera acompañando al rey del mundo y Philip Roth olvidaría sus achaques para firmarme uno de sus libros. No es que quiera creerlo, es que lo sé.

Sí, puede que la mayoría de los futboleros estemos más cerca de ser grandes futbolistas como Xavi que de ser grandes patólogos como Lenner. Pues que viva el fútbol, que viva la patología y que se jodan los dictadores fascistas.