Al fin llegaron las elecciones, dentro de una normalidad tan absoluta que resultaba hasta insólita. Y eso que la atonía ya nos había dado un anticipo las semanas anteriores a la jornada electoral. ¿O no les pareció descafeinada la campaña comparada con los casi ocho años previos de frenética "precampaña de hecho"? Poquito, muy poquito nivel se ha visto; tanto que ni los baños de masas parecían de verdad. El agitar de banderolas y el besuqueo de niños y afines tuvieron algo mecánico, como de atrezzo; el arquetípico pescado estaba vendido, y daba la impresión de que nadie quería hacerse notar, temeroso de romper la inercia. Después vino la jornada de reflexión que, para no variar, también se ajustó a la plantilla clásica, y volvimos a conocer esos menudos detalles, tan prescindibles: un candidato iba a quedarse en casa, otro pensaba ir al cine y el de más allá planeaba dar un paseo con la prole. El resultado: un espejismo bucólico que contrastaba con el dislocado Sturm und Drang (permítanme el guiño a la colonia alemana) al que se nos tenía acostumbrados.

Y vino el día de las elecciones. ¿Alguien se acordó el domingo de la dichosa prima de riesgo, del déficit o del estancamiento de la economía? Imposible. Todo era una balsa de aceite, incluso las estadísticas que llenaban noticiarios y periódicos. Eso sí, este año en el imaginario electoral he echado de menos a las monjitas que solían aparecer siempre, aunque su lugar lo ocupó la animosa votante que acudió a pie de urna vestida con la bata del hospital y con el gotero puesto. No es lo mismo pero como icono funcionó bien. Ah, que se me olvidaba... claro que el plácido panorama dominical tuvo su correspondiente respingo: nuestro aguerrido President y sus impulsivas declaraciones. Inesperado desmelene en quien pretende destilar contención y proyectar una imagen mesurada.

En fin, que en vista del poco margen de sorpresa, lo que más me impresionó fue la película que TVE1 programó para la tarde del 20N: la primera parte de El señor de los anillos. ¿Casualidad? Tal vez fuera secuela de la paella de mediodía, pero qué quieren que les diga: a mí esa hermandad del anillo recorriendo montañas y roquedales, amenazada sin cesar por el perverso poder del Sauron; ese canto a la amistad, al tesón y a la honradez inquebrantables; esa oda a los principios por muy mal que pinten las cosas (y pocas cosas pintaban peor que los maléficos Nazgül); ese morir de pie mejor que vivir de rodillas, me sonó a mensaje. Porque si sólo se trataba de rellenar tiempo, podían haber dado Lo que el viento se llevó... aunque quizá se temiera un efecto desmoralizador en la tropa tras la secuencia del incendio de Atlanta. Sea como fuere, lo cierto es que nada como una buena dosis de épica para mirar cara a cara los resultados electorales. Así que tiembla, crisis, que ahora estamos preparados y en peores minas Tirit hemos hecho guardia.