Ha sido con suspense, pero los partidos catalanes han logrado lo que muchos no deseaban: trasladar la "patata caliente" del Estatut a Madrid. Después de un proceso de casi dos años, puede hablarse de ganadores, perdedores y marginados.

Entre los primeros están Pasqual Maragall y Artur Mas. La tenacidad de Maragall, amparada tan sólo por Zapatero, ha dado sus frutos. Por su parte, Mas ha resistido múltiples presiones, hasta lograr la aprobación de un texto digerible para los suyos. Pero entre los ganadores también está el presidente del Gobierno. Contra la voluntad de parte de su partido (el sector jacobino del PSOE está entre los perdedores), Zapatero quería que se aprobara el Estatut en Cataluña. No se podía permitir un "no", que se hubiera traducido en un aumento de las demandas nacionalistas al día siguiente del desacuerdo. La aprobación del texto era básica: calmada Cataluña, podía centrase en "su" estrategia vasca (dirigida a lograr el fin de ETA, con los réditos electorales que le supondría).

El papel más triste ha correspondido al PP catalán. En un momento en que quería moderar su formación, Josep Piqué contemplaba su aislamiento, al no ser informado de nada en las negociaciones finales. Una vez más (y ya van 30 años) se demuestra la marginalidad "popular" en la segunda autonomía más poblada. La dirección del PP debería tomar nota de ello. El manoseado Estatut ha pasado en Barcelona, pero el escenario posterior es complicado. Tal como está el texto, es imposible que lo acepte el PP y buena parte del PSOE. Pero si se recorta sustancialmente, puede iniciarse una radicalización del electorado catalán, con un beneficiado: ése político con bigote, que se reunió con ETA en Perpiñán, tan apreciado por el PP, la FAES y Federico.