Mallorca cumple 30 años como Land alemán

El diputado Dionys Jobst lanzó en 1993 la propuesta del «17. Bundesland» mallorquín, formalizada al año siguiente por ‘Der Spiegel’ al institucionalizar a «la región insular alemana»

Matías Vallés

Matías Vallés

Una publicación satírica germana puede desvelar hoy que «Alemania ha trasladado a Mallorca al Mar del Norte», sin que la violencia geográfica desate ni un murmullo. La aceptación resignada establece la culminación de un proceso de integración de la isla en la realidad alemana que se inició treinta años atrás, con el impacto de la anexión a Berlín (por entonces Bonn) del «17.Land» insular. Al menos, se otorgaba a los mallorquines la condición de Estado, a la que nunca podrían aspirar en su configuración actual. La incorporación remite siempre a Mallorca y no a Balears, excluye la germanización de Ibiza y Menorca.

La iniciativa descabellada surge en 1993, pero se consolida como proceso irrefrenable en 1994. El 17 de julio del primero de los años citados, el sensacionalista Bild encabezaba su portada con un inapelable «Mallorca debe ser alemana». El propio diario admitía que se trataba de «la propuesta más loca de Bonn». Refugiaba su iniciativa en una aportación de Dionys Jobst, diputado fallecido hace siete años de los socialcristianos de la CSU, que tradicionalmente complementan desde Baviera a los democristianos de la CDU.

El parlamentario alemán proponía un alquiler de Mallorca durante 99 años, aunque lo correcto sería asignar el impulso al propio Bild. Los pormenores de la hipotética concesión resonaron como un bofetón en toda Europa. Se lanzaron soflamas patrióticas, El País tituló de inmediato «La extravagante propuesta de intentar crear el Estado mallorquín de Alemania». Treinta años después, la extravagancia se han consumado y quedan setenta años de vigencia del contrato que se ejecutó fielmente sin haberlo firmado jamás.

Fotos | Mallorca cumple 30 años como Land alemán

Fotos | Mallorca cumple 30 años como Land alemán / DM

Irreductible en su pretensión de ilustrar a las masas, el Bild había rastreado un precedente histórico que revalidaba la pretensión anexionista. Anotaba que «Mallorca ya fue una vez alemana, en tiempos de los vándalos», aunque alguien interpretaría hoy que el rotativo se refería a la vandalización en curso del litoral germanizado. Y quienes piensen que solo se desempolva aquí una efemérides, comprobarán la pujanza del concepto en el podcast del diario populista, titulado Das 17.Bundesland.

Pese al estruendo, la idea del Bild hubiera caducado como una tormenta pasajera, salvo que en 1994 se cruzó Der Spiegel hasta el punto de que en ese año puede fijarse la consolidación del Estado mallorquín de Alemania. El semanario enfatizaba la cifra millonaria de sus compatriotas que veraneaban en la «Isla de la Locura», y emitía un veredicto que tendría consecuencias. Sentenciaba que no era descabellado hablar de Mallorca como «el Land insular de Alemania».

Así quedó institucionalizada la fusión germanomallorquina, unos años después de la reunificación alemana que le servía de referente. Ya solo quedaba discutir los términos del hermanamiento, que cambiaría la isla para siempre. Cada año, una publicación de la metrópoli incidía en el número mágico. Véase por todas una edición de fin de semana del Hamburger Abendblatt en julio de 1995, donde se dictaminaba «Mallorca- el ‘17.Bundesland’», para rematar que «Ya sea en el turismo de masas o individualmente, los alemanes se chiflan por la isla».

La vocación germana por Mallorca supera con creces a la identificación de los nativos con su tierra. En cualquier fenómeno con treinta años de antigüedad, se detallarían los disparates que se vaticinaron en su nacimiento. En la germanización irreversible de la isla, asombra la exactitud de predicciones que parecen escritas a posteriori.

Por ejemplo, «El casco antiguo es el próximo objetivo de las compras alemanas» (Diario de Mallorca, 1997). El certero pronóstico no amainaba el escepticismo del propio autor, que consignaba la multiplicación de «apartamentos en edificios rehabilitados con vistas a la clientela germana». Se perseguían enclaves «próximos a la catedral», y el ideal estético consistía en una «modernización» de los interiores, «unida a la preservación del espíritu que en último término les impulsa a comprar».

Fotos | Mallorca cumple 30 años como Land alemán

Fotos | Mallorca cumple 30 años como Land alemán / DM

Por ejemplo, «Trabajo en Berlín y vida en Mallorca, la última moda» (portada de Die Welt, agosto de 1994). Treinta años atrás, el prestigioso rotativo ya vislumbraba que «la isla es en un principio el domicilio de vacaciones de los alemanes, pero cada vez se convierte con mayor probabilidad en la residencia principal». Esta frase podría redactarse inalterada ahora mismo, y venía acompañada de un apostolado del «teletrabajo» que entonces sonaba aventurado y que funcionaba como un anticipo del nomadismo digital. «Las conexiones por ordenador y los faxes permiten que muchos alemanes se alejen cada vez más de su país, y puedan controlar sus negocios desde la isla». Así fue como un reguero de alemanes, para quienes Margarita Nájera inventó el término aséptico de «ciudadanos centroeuropeos», empezaron a volar a Son Sant Joan los jueves por la noche, para reintegrarse a sus consultas o despachos el lunes por la mañana. Su Land insular estaba a menos de tres horas en avión.

Por ejemplo, «Las compras de alemanes son el mayor trasvase de propiedad de la historia» (DM, 1996), otro axioma evidente hoy con la curiosa excepción del presidente del Colegio de Arquitectos. Las disensiones eran mínimas aunque articuladas, como Pedro Montaner al consignar por entonces que «la obsesión de los mallorquines por vender hasta el cenicero del abuelo demuestra una inconsciencia absoluta».

Se desarrolló incluso una enfermedad psiquiátrica, el «síndrome del Range Rover». El indígena vendía la finca del abuelo famoso a un alemán, se compraba a continuación un coche de lujo y padecía la crisis emocional que necesitaba de auxilio médico especializado. Ni siquiera la prensa alemana entendía la avidez por desprenderse del territorio.

El semanario Focus ha acuñado portadas como «Para siempre Mallorca» pero, hace treinta años, la revista más vendida de Alemania se escandalizaba ante la falta de amor propio de los mallorquines. En una portada cubierta íntegramente por un ave de presa y el mapa de la isla, titulaban con un tajante «En las garras del marco alemán», previo al euro. El subtítulo era desolador, «Por qué los mallorquines venden su paraíso». Fue inexplicable.

Todas la publicaciones alemanas dedican en verano al menos una portada a Mallorca. El motor de Europa carece de celebridades dignas de tal nombre, pero intentaba proyectar las conexiones insulares de Prominenten como Boris Becker o Claudia Schiffer. Tras la conquista, a nadie podía impresionarle que los partidos alemanes abrieran las campañas de sus elecciones generales en la isla. La idea fue adoptada simultáneamente en 1998 por los liberales del FDP y por los ecologistas de Die Grüne. Ambas formaciones escoltan hoy al canciller socialdemócrata Olaf Scholz en Berlín. Además, los primeros propusieron el eslogan de «Disfrute de sus vacaciones en Mallorca cada año, y no cada cinco como quieren los Verdes».

Sin pretensiones, al estilo mallorquín, la isla ha funcionado como el primer gran crisol de la Unión Europea. En lo económico se ha aplastado a los nativos, que difícilmente podían competir con el poderío económico de alemanes que han mutado en suecos sin variar de propósito. Las tensiones surgieron también por las tentaciones hegemónicas de Berlín, dispuesta a ejercer sus derechos de propiedad sobre el reducto mediterráneo. Véase la psicodélica portada de Der Spiegel en 1997. «Mallorca, la mejor Alemania». La asimilación de la isla había finalizado con éxito.

El mestizaje cultural germanomallorquín no solo se ha propagado a la gastronomía, sino también a prácticas locales tan arraigadas como la corrupción. Pudo comprobarlo el promotor alemán que acudió al Consell del Land de Mallorca en busca de licencias para su proyecto turístico. Se le notificaron las comisiones oficiales de un millón y medio de euros por campo de golf, un millón por agroturismo. Cuando exteriorizó su descontento, el alto cargo le replicó con un acogedor «Mallorca is different». A la postre, el empresario exigió una factura del soborno desembolsado, en presencia de su abogado mallorquín. El letrado guarda con celo en su caja fuerte este ejemplo de la fusión de la espontaneidad insular con la rigidez burocrática prusiana.

Desde que el diputado socialcristiano Dionys Jobst formulara su «propuesta loca» según ‘Bild’, se ha normalizado la idea de Mallorca como un Land alemán.

Las tres décadas transcurridas desde el «Land.17» proclamado por ‘Bild’ han visto cumplidas todas las predicciones, ocupación del casco antiguo, trabajadores nómadas o invasión del rústico.