DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

María Rosario Galián: «Antes ser mujer era mucho más difícil»

La educación y la religión pesan para algunas mujeres mayores, que recelan de la palabra feminismo, aunque aprecian avances, como la implicación de sus hijos y los maridos de sus hijas en las tareas domésticas

8M en Mallorca | Maria Rosario Galian, nacida en 1924: "Antes ser mujer era mucho más difícil"

B. Ramon

Mar Ferragut Rámiz

Mar Ferragut Rámiz

María Rosario Galián tiene 99 años, espera los cien en mayo. En un siglo de vida ha visto muchísimos cambios y uno de ellos es el papel de la mujer. No menciona la palabra feminismo (término que asusta un poco a algunas de sus compañeras del centro de día), no le pone un nombre concreto, ella lo llama ‘otra cosa’ y celebra que ‘algo’ ha cambiado. A mejor.

Con la mente clara y los ojillos despiertos de mujer espabilada y luchadora, reflexiona: «Antes era más difícil ser mujer, porque el hombre antes era más recto. Ahora... es ‘otra cosa’. Ahora la mujer tiene... no es más poder, es otra cosa’», explica esta andaluza, que nunca fue a la escuela y a los 15 años empezó a trabajar sirviendo como interna en una casa (de donde solo guarda buenos recuerdos, como que el padre le enseñaba cada día a leer y escribir).

Desde una de las salitas del centro de día Avante, adonde acude cada mañana, hace memoria: «En mi familia era ‘ordeno y mando’», recuerda, «nos llevábamos muy bien, pero el padre era el padre, el padre tenía que meter la cuchara antes que los demás. Luego era muy bueno, pero era un poquito machista», acaba concluyendo.

Su madre era costurera y le cosió «a todo el pueblo». Ahora es diferente: «Lo veo en mi hijo y en mi nuera», asegura, «los dos van a una, lo veo, que se ponen a hacer las camas los dos, y mi hijo me dice ‘mamá, que esto es otra cosa’». Al fina, se pronuncia: «Y yo lo veo bien, lo veo muy bien», dice. Y sonríe.

Esta andaluza casi centenaria llegó a Mallorca con veinte años y su hija con apenas veinte días. Se quedó embarazada antes de casarse: «Hay gente a la que no le gustó eso, decían ‘ay, la criada’...», explica con cara de circunstancias, pero también con sonrisilla. La pareja se casó en la isla, el marido se colocó rápido y prosperó. Sus dos hijos, espabilados por genética, también consiguieron buenos trabajos («una en una tienda y otro de contable»), cuenta. Y la bisnieta de María Rosario, la andaluza que nunca fue a la escuela y llegó a Mallorca casi con lo puesto, hace poco ha acabado sus estudios de Medicina: el ascensor social y los avances en igualdad se muestran aquí en dos saltos de generación.

Con motivo del 8M, este diario ha acudido a charlar con un grupo de mujeres del centro de día Avante de Palma. Todas están entre los 80 y los 99 años. Algunas han vivido una guerra, todas han pasado penurias (y alegrías), han estudiado lo que han podido, han criado hijos y han trabajado, dentro y fuera de casa. Algunas agradecen que sus maridos «las ayudaban» con las tareas domésticas (conceptos como la ‘corresponsabilidad’ siguen sonando marcianos para algunos hoy día: entonces ni se intuían).

Aquella época la mayoría de mujeres cargaban a solas con el peso de la casa, pero en este grupito, sentadas en el patio del centro mientras toman una infusión, no se quejan ni recuerdan aquellos años con indignación, sino con aceptación. Era lo normal. Ahora, sí que todas ven que los maridos de sus hijas y/o nietas se implican más que los hombres de antes.

Antònia Campaner, nacida el año que empezó la Guerra Civil, empezó a cuidar niños con 7 años: «Todos teníamos que trabajar». Cuando se casó, los hijos «no venían». «Mi marido era muy niñero», recuerdo. Tuvo que «ir de médicos». Logró quedarse embarazada dos veces, y las dos veces le tocó quedarse en la cama sin moverse los nueve meses de gestación, rememora.

«Mi marido no era nada niñero», relata Antònia Vidal, de 80 años, «y trabajaba mucho». Ella, que estudió contabilidad, asumió la crianza de los hijos, el trabajo dentro de casa y también el de fuera, dando una mano al negocio familiar.

Había diferencia entre si el marido «era niñero o no», acuerdan las señoras. «Pero al final si tenías que hacerlo todo tú sola pues te acostumbrabas y se hacía», resume una mientras las otras asienten. También parece haber un consenso generalizado en que a los niños de hoy se les cría de una manera muy diferente. «Están todo el día por la calle», dice una. «Hacen lo que quieren», añade otra.

Maria Vidal tiene 94 años y es de Puigpunyent. Fue a la escuela y recuerda algunas cosas muy bien, como el día que, con la guerra ya iniciada, ‘el mestre’, que era el médico del pueblo, les hizo tumbarse en suelo porque venían los aviones. De joven trabajó en el campo, cogiendo almendras y algarrobas. Se casó, tuvo un hijo, se dedicó a bordar, tiró adelante con la casa.

Al preguntarles por la sociedad actual y por el feminismo todas ladean la cabeza: «Todo es muy diferente», resumen. «Ara l’home no pinta una granera», acaba soltando una de ellas. Esto del feminismo, llamado así, no lo ven claro, pero sí defienden que unos y otras han de ser iguales: «Tiene que haber respeto y todos deben ayudarse».

¿Qué les ha quedado por hacer? Francisca Sastre, nacida en 1940, no interviene mucho durante la charla, pero en un momento dado suelta: «A mí me hubiera gustado tener el carnet de conducir». ¿Por qué no se lo sacó? «Soy muy nerviosa». La historia de Francisca es algo diferente, asegura: «Pude estudiar hasta los 16 años y nunca he trabajado. En casa tenía ayuda, una mujer venía a limpiar, y cuando mi marido volvía del trabajo hacía de padre: mis hijos se llevan 13 meses, era como tener gemelos, no bastaban las dos manos».

449 años de vida en una foto Estas usuarias del centro Avante nacieron la primera mitad del siglo XX y han sido testigos del cambio del papel de la mujer en la sociedad.

449 años de vida en una foto Estas usuarias del centro Avante nacieron la primera mitad del siglo XX y han sido testigos del cambio del papel de la mujer en la sociedad. / DM

Vejez y género

De este grupito de cinco, tres son viudas. La esperanza de vida femenina supera a la masculina (es 85,8 años para ellas y de 80,3 años para ellos) y por eso los expertos se desgañitan para reclamar una perspectiva de género al abordar el envejecimiento.

Como recoge el artículo La soledad no deseada del último Anuari de l’Envelliment de la Universitat, «no es lo mismo envejecer siendo hombre que mujer».

«Las vidas de las mujeres mayores han estado marcadas por la asunción del trabajo doméstico no remunerado y de cuidados; por una presencia intermitente en el mercado laboral formal y más presencia en el informal así como trabajo en sectores peor remunerados», indican los autores.

En otro artículo del Anuari, Sacramento Pinazo-Hernandis, tras entrevistar a 780 mujeres de más de 80 años que vivían solas, vió que muchas de ellas dedicaron toda su vida a cuidar y, ahora, al ser mayores, no todas recibían los cuidados que necesitaban: no todas tenían a un persona que las cuidara a ellas ahora que lo necesitaban. La investigadora advirtió que un 36% se había caído el último año y que solo un 40% salía de casa con frecuencia.

No es el caso de estas mujeres, que no viven solas y que cada día acuden a este centro de día del barrio de Foners, donde socializan y hacen todo tipo de actividades para mantener el cerebro y el cuerpo en marcha y también para recordar a la sociedad que ellas siguen ahí (incluso hacen desfiles de moda y sesiones de fotos, como auténticas modelos).

Regina Frau, directora de Avante, explica que tratan de «empoderarlas» un poquito. Recuerda que son mujeres muy mayores, hijas de su época, y en algunos casos están muy marcadas por la educación y la religión y por ello, razona, hay temas o palabras que son tabú. Aunque algunas sí han cambiado algo el chip, como muestran los carteles de la entrada con reflexiones de algunas de sus usuarios como ‘en casa todos deben hacer las tareas del hogar’; ‘se debe convivir unos años antes de casarse’ o ‘si volviera a ser joven sería más moderna’.

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