Lletra menuda

Un mal compañero de clase

Un grupo de jóvenes, con sus móviles.

Un grupo de jóvenes, con sus móviles. / Shutterstock

Llorenç Riera

Llorenç Riera

El móvil resulta tan incordiante en el aula que hasta los adolescentes que se pasan la vida pegados a él consideran necesaria su prohibición. La experiencia, la dependencia de la pantalla, que no adicción desde el momento en que admiten el veto, les proporciona una visión más nítida de la práctica docente que la de la conselleria encargada de velar por sus intereses y conveniencias. Educación ha aprendido a usar el teléfono en sus líneas básicas de comunicación. A base de escuchar ha llegado a entender que su decisión de dar libertad a los centros sobre la prohibición del móvil en las aulas, hace apenas un mes, era una interferencia en la línea y en sus responsabilidades, un despropósito basado en la falta de criterio. No existe diferencia suficiente entre un alumno de Calvià y otro de Sineu como para aplicar en sus respectivos institutos disciplinas diferentes en el manejo de tecnologías personales invasivas.

Menos romántico que estar en babia con la vista perdida en la ventana o contando musarañas, el teléfono móvil es la distracción absoluta, la absorción permanente. Por eso resulta un pésimo compañero de clase que incita a sus usuarios a quedar con un expediente académico por los suelos cuando el informe PISA tiene que evaluar comprensión lectora y otros elementos docentes elementales.

Educación se lo ha estudiado mejor y en la repesca de la materia decide prohibir los móviles con algunas excepciones justificadas en secundaria y criterios más restrictivos en primaria. Bastantes centros, más aplicados que la conselleria, se le han adelantado ya. No podía ser que cuando los padres se organizan para restringir los móviles a sus retoños, las autoridades académicas les facilitaran las llaves del Ferrari, en expresión de los propios progenitores.

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