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Abandono y desatención en Son Espases

Dos ciudadanos denuncian que su padre, que falleció en el centro de referencia a la semana de su ingreso, no fue correctamente atendido por un personal «escaso y muy irritado»

Ismael con su padre y Déborah en una imagen reciente. | FAMILIA MONSERRAT

Déborah e Ismael Monserrat acaban de perder a su padre Pablo, de 85 años. Falleció en Son Espases el pasado lunes 14 de febrero tras estar ingresado una semana. A lo largo de ese periodo, los dos hijos tuvieron la sensación de que su padre no estaba siendo atendido correctamente por parte de un personal sanitario «escaso y muy irritable».

Su hija Déborah nos da su versión de los hechos. «Mi padre, residente en Ciutadella, enviudó en junio de 2020. Mi madre falleció de cáncer y su pérdida le afectó mucho física y emocionalmente. Entre mi hermano y yo decidimos que pasara conmigo nueve meses en Mallorca y los tres meses de verano que volviera con Ismael a Menorca. En octubre del año pasado se vino a vivir conmigo». Déborah reside en Palma desde hace más de 15 años y da clases en el Conservatorio de Música.

A finales del pasado mes de enero su hija constató que el nivel de dependencia de su padre crecía. Primero necesitó de la ayuda de un bastón para caminar, más tarde de un andador. «El sábado 5 de febrero apenas se podía sostener. A las siete de la mañana del domingo llamé al 112. Un médico le examinó y le diagnosticó un derrame pleural con líquido acumulado en el tórax. También le hizo un test de antígenos que dio positivo. Fue llevado a Urgencias de Son Espases y ese mismo domingo ya le subieron a planta, a la 2M, al área covid», continúa.

En esa planta, según el parecer de los dos hermanos, vivieron situaciones impropias de una asistencia sanitaria del siglo XXI. Entre sus quejas se encuentra la de que a su padre no se le diera de beber, situación que en opinión de su hija contribuyó a aumentar su desasosiego. Los familiares han aportado el papel que hallaron en su habitación, reproducido en esta información, donde, con letra trémula, su padre había intentado manifestar lo que necesitaba. Su hija asegura que sonsacándole con paciencia y tacto averiguó que se trataba de agua. El paciente tenía una sed extrema no satisfecha.

El escrito garabateado que hallaron en su habitación. | FAMILIA MONSERRAT

«Le daban unos palitos con sabor a cítricos que se acabaron, por lo que al día siguiente me presenté con un pulverizador con el que le humedecía la boca cada quince minutos y comprobé cómo le aliviaba. Sé que una enfermera no puede estar tanto tiempo pendiente de un solo paciente, pero también tengo la certeza de que la intensa sed que padecía contribuyó a que estuviera más agitado e intranquilo», medita tras ser informada de la justificación esgrimida oficialmente por Son Espases para justificar que no se le suministraran líquidos (ver despiece).

La agitación de un paciente que precisaba de altas dosis de oxígeno para mantenerse con vida y que acostumbraba a retirarse la mascarilla de doble flujo que llevaba puesta todo el día, forzó a los responsables médicos a solicitar a la familia su inmovilización con correas.

Tanto Déborah como su hermano Ismael confirman que recibieron esta petición, pero que se les trasladó un jueves, poco antes de que el fin de semana su padre ya entrara en fase terminal y fuera sedado para abandonar tranquilamente esta vida. Y ambos coinciden en que acordaron una sujeción leve, tan solo de las manos, que le permitiera cierta movilidad al tiempo que le impidera quitarse la mascarilla.

Atado de pies y manos

De ahí la sorpresa de Ismael cuando el viernes, antes de regresar a Menorca, se encontrara a su padre «atado de manos, cuerpo y piernas, con una herida en la muñeca producto de sus forcejeos y un nerviosismo extremo». Explica que solicitó a un enfermero que le curara la herida y le preguntó por qué en vez de atarle de esa manera no le habían suministrado algún calmante.

Según su relato, el sanitario le reveló que, pese a que el paciente no podía deglutir, le habían recetado un calmante oral inútil en su estado. A las preguntas del enfermero si quería que se le suministrase morfina, Ismael le respondió que él no sabía qué calmante se le debía suministrar pero le informó de que su padre, en sus últimas voluntades, había dejado bien claro que no quería padecer dolor en sus últimos momentos.

Ambos hermanos también percibieron irritación entre el personal sanitario que atendía la unidad, irritabilidad que atribuyeron a su escasez. Rara vez acudían a demanda, denuncian. «Una tarde me encontré con que mi padre se había orinado, se había retirado las sábanas empapadas y temblaba de frío. Llamé a una enfermera para que se las cambiara y me espetó que todo el día hacía lo mismo y que se las cambiara yo misma, arrojándome el juego al suelo», rememora Déborah.

Tras ingresar un domingo, el siguiente fin de semana su padre ya era sedado para que se fuera con tranquilidad. «Me dijeron que parecía que papá ya estaba cansado y se quería ir. Yo me pregunto ahora si el desasosiego que le provocó la sed y el hecho de estar atado no aceleraran su decisión de irse», se plantea Déborah. «¿Que por qué hemos denunciado esto exponiéndonos tanto públicamente? Porque creo que mi padre hubiera hecho lo mismo, denunciarlo para evitar que una cosa así se repita», concluye Ismael.

El lunes 14 de febrero fallecía Pablo Monserrat y su muerte era atribuida a la covid-19.

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