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Opinión

Líderes en turismo de contagios

Un grupo de jóvenes en el Hotel Luna esperan ser trasladados al Hotel Bellver.

Miles de jóvenes españoles, por no hablar de sus familiares y amigos, guardarán un recuerdo imborrable de su viaje a Mallorca para contagiarse del coronavirus, «Mi primera pandemia». Han surgido brotes moderados en otras geografías, pero no pueden competir con la isla líder en el turismo de contagios, después de haber encabezado las modalidades de alpargata, borrachera y excesos varios. Los ingresados en son Espases y la etiqueta #secuestroGovenBalear, rellenada con primorosos vídeos de adolescentes confinadas en el Hotel Bellver, exime de mayor comentario. Los visitantes no son tan dóciles como los aborígenes.

La mayor crisis de imagen de la historia del turismo mallorquín ha coincidido con un fin de semana prolongado, por lo que solo ha movilizado al infatigable Iago Negueruela, con la cúpula del Govern reconquistando Menorca. En medio de la desaparición de las autoridades sermoneadoras durante el contagio masivo, la única certeza es que no hay ningún alto cargo de Més implicado, porque ya lo habrían destituido.

El primer caso de un residente en Mallorca y en España víctima del coronavirus correspondió, en febrero del año pasado, a un contagiado en las estaciones alpinas de esquí donde se propagaron infecciones masivas. Así se descubrió el fenómeno de los supercontagiadores, que recupera actualidad ahora mismo. Sorprende que el pelotón de los epidemiólogos amateurs mallorquines que torturaban a los nativos para que los turistas pudieran emborracharse a placer, no hayan repasado el concepto de estos superspreaders. En Sídney se ha comprobado que bastan contactos de cinco a diez segundos para transmitir la variante india del virus que asola a la urbe.

En el boyante turismo de contagios, cabe celebrar excepcionalmente el funcionamiento magistral de las autoridades. Prepararon con sigilo el desembarco masivo de los ahora contagiados, porque no hubo comité de recepción de las autoridades al crucero covid, mientras disimulaban regañando a los nativos por su relajación pecaminosa. Han saltado del pomposo y omnipresente «salvar vidas» a esconder a los contagiados bajo la alfombra, hasta que el estruendo de la Península resonó ensordecedor.

La apoteosis del turismo de contagios no es un caso de mala suerte, sino de desafiar a la suerte, de liberar supuestamente sin reembolso todas las restricciones impuestas a sangre y fuego a los indígenas. Con el agravante de los precedentes, porque el verano pasado ya se registró un fenómeno similar, y Mallorca fue el foco de proyección del coronavirus al continente entero. Pese a las denuncias de los ministros alemanes, se logró sofocar la repercusión.

Al divulgarse la celebración de un concierto en el Coliseo Balear que sería indeseable sin necesidad de pandemia, la sorpresa surgió por la ignorancia total sobre la convocatoria del acto, mientras se llevaba meses castigando a la ciudadanía con las pruebas seguras en discotecas. El mismo Govern que esgrimía obstáculos sanitarios insalvables para prohibir una manifestación minúscula desde el Consolat a la Delegación del Gobierno, se tapaba los ojos ante una ordalía en una plaza de toros.

En Mallorca se destituye a un cargo secundario por negarse a la vacunación, y se homenajeará a los causantes de un desastre turisticosanitario. Se lanzan acusaciones difuminadas contra hoteleros anónimos, cuando ciudadanos con nombres y apellidos han sido encarcelados en Palma por deambular a solas durante el toque de queda. Promover bacanales que incumplen las restricciones sale gratis, si movilizas al número suficiente de celebrantes.

El contagio masivo en Mallorca tuvo que ser denunciado en otras comunidades, y las autoridades locales callan bajo el pretexto de que es un problema ajeno, hasta que el estruendo se hace insostenible. Cuándo pensaban comunicarlo. Se han fletado barcos enteros, se ha amontonado a jóvenes en hoteles, todo ello bajo la supuesta tutela sanitaria. Como de costumbre, el reparto del dinero aportará las claves de la laxitud programada.

Si al menos pudiera hablarse de la lección aprendida, pero el botellón se desarrollaba el pasado sábado a buen ritmo en las playas de Palma, durante toda la noche y hasta las cinco de la madrugada. El contagio masivo debe continuar.

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