Francina Armengol está tan afianzada en la presidencia del Govern como María Salom en el liderazgo de la oposición. Con Podemos y Més lamiéndose las heridas de una legislatura accidentada, la continuidad en el Consolat es la única garantía de que la izquierda repita mandato por primera vez en la historia. Y con Biel Company en cuclillas para no atemorizar a los votantes de derechas exhibiendo su auténtica personalidad, se agiganta la figura de una delegada del Gobierno que no rehúye un solo envite.

Hasta ahora, el jefe del Govern y el líder de la oposición se ignoraban olímpicamente en Mallorca. Dormitaban más que los leones, solo se desperezaban para asestarse los zarpazos protocolarios en la catacumba del Parlament. Sin embargo, la delegada del Gobierno no ocupa escaño, por lo que aprovecha cada festividad nacional para transformarla en un combate sin más reglas que noquear a la adversaria. Armengol podría limitarse al papel de esfinge desdeñosa del cargo decorativo que ostenta Salom, pero la presidenta se forjó rebatiendo a Jaume Matas en la legislatura de la corrupción de 2003-2007. Desde entonces, no deja insolencia sin respuesta. En favor de ambas, han rescatado de su tufo casposo a actos decimonónicos de nulo valor democrático.

Nadie puede discutir la entrega de la presidenta y la delegada, que desmiente su liderazgo de la oposición con la boca pequeña mientras aprovecha la mínima oportunidad para ejercerlo. El encumbramiento de Salom comporta una desventaja estratégica para los socialistas. El partido antaño hegemónico de la izquierda cuidó como oro en paño durante la pasada legislatura a José Ramón Bauzá. La candidatura del odiado farmacéutico se erigió en la principal baza electoral del PSOE. De cara a 2019, esperaban aprovechar las debilidades intrínsecas de Company para que se olvidara una gestión que ni siquiera ha sido progresista. Sin embargo, el bagaje de la veterana delegada del Gobierno dispara su peligrosidad. Ahora mismo, la pretensión presidencial de Salom no es más descabellada que la hipótesis de un Govern encabezado por Armengol tras el recuento de 2015, cuando la suma de Més y Podemos aventajaba claramente a un PSOE en retroceso.

Armengol y Salom transformaron el día de la Hispanidad en el día de la Raza. La jornada de la Constitución se convirtió en un combate reconstituyente. Con estos fieros enfrentamientos raciales, saltándose a la yugular en conmemoraciones sesteantes, han dado por inaugurada la campaña de las autonómicas de 2019. A los sones del himno nacional, para remarcar que las autonomías vuelven a ser provincias. Se sienten candidatas, se pelean como tales. Embutidas en el vestuario de gala que desprecian, se comportan como depredadoras de la sabana en un documental de La 2. Pierden la noción de los entorchados con telarañas del entorno. Cada una ha fortalecido la ambición de la otra. Escenifican un Nadal-Federer con las dos contendientes al mismo lado de la pista, para asegurar el cuerpo a cuerpo. Y con armamento pesado en lugar de raquetas. La política es un deporte de contacto.

Armengol y Salom comparten pasajes suficientes para que pueda hablarse de biografías paralelas. Ambas son expatriadas de Inca, ambas han presidido el Consell de Mallorca en las legislaturas consecutivas de 2007-2011 y 2011-2015. Por tanto, la actual líder de la oposición del PP ya derrotó a la presidenta socialista. En aras de la ecuanimidad, la delegada del Gobierno también encabezaba la desastrosa candidatura popular al Congreso que en 2008 logró que el PSOE de Zapatero liderara las elecciones en Balears, una gesta sin precedentes desde hacía un cuarto de siglo y que es probable que nunca vuelva a producirse.

Salom fue la diputada más joven del Parlament en los tiempos del cañellismo, en que las mujeres tenían una presencia testimonial en la cámara. Le hice la primera entrevista de su vida, y ya entonces andaba más preocupada por su carrera que por su edad. Recién licenciada en Derecho e incorporada a la política activa, recibió un ingreso de cientos de miles de pesetas del lote del Túnel de Sóller destinado a sobornos, en una cuenta recién constituida en Sa Nostra. También Armengol viene perseguida por los vínculos de su pareja con la caja acusada por corrupción. Es decir, ni la presidenta ni la delegada del Gobierno autorizarán jamás una investigación parlamentaria del saqueo llevado a cabo en la caja de ahorros.

La delegada del Gobierno formó parte de las zaplanettes o discípulas de Eduardo Zaplana, según puedo atestiguar de primera mano al haber compartido sauna con ambos. El padrino de Armengol fue Joan March Noguera, el aparato elevado al paroxismo. Sin embargo, Salom acabaría por convertirse en la única persona en que confía Mariano Rajoy en Mallorca. Quiso imponerla para encabezar la lista al Congreso de 2016 tras descabezar a Mateo Isern, pero el PP local amagó con un gesto de rebeldía ante el doble bofetón y quedó relegada. Culpaban a la paracaidista de no haberse enfrentado claramente a Bauzá. En una conversación con la presidenta de Mallorca, avanzada la pasada legislatura, pude comprobar que detestaba sin demasiados complejos al presidente del Govern que ha sufrido la derrota más aparatosa de la historia.

Salom esgrime la portavocía de Génova en Palma, mientra que Armengol ha perdido la fe ciega que depositó en ella Pedro Sánchez. La presidenta del Govern fue la intermediaria con un Carles Puigdemont que a través de ella suplicaba al PSOE un pacto para postergar las reclamaciones independentistas, "dadme una salida". La líder de los socialistas baleares también le exigía al secretario general de su partido que estableciera vínculos con Podemos, por desagradable que fuera el trato personal con Pablo Iglesias. "¿O es que crees que yo lo tengo mejor con esta gente en Mallorca?" Sin embargo, el precipitado respaldo del Consolat a Patxi López excavó un abismo de desconfianza que no se ha suturado. En el interín de precariedad socialista a escala estatal, Armengol pudo haber sido candidata en firme a la secretaría general del PSOE. Dio un paso atrás, al igual que Salom cuando Rajoy quiso incorporarla a su Gobierno en el tramo final de la legislatura.

La primera ministro neozelandesa Jacinta Ardern sitúa el horizonte de una política igualitaria en el momento en que nadie repare en el género de la candidata, Françoise Giroud reclamaba el equilibrio en que una mujer pudiera gestionar tan mal como un hombre. Mallorca cumple ambos requisitos con Armengol vs. Salom. Son lo mejor que podía ocurrirle a la política insular, una vuelta a los orígenes de la izquierda como confrontación y de la derecha como exclusión. Absortas en su pelea, han acometido una feminización descarnada y brutal, Bette Davis contra Joan Crawford en Baby Jane. Mujeres de boda tardía o inexistente, profundas conocedoras de las entrañas de la vida local, emplean su alineación a modo de coraza, con una convicción decreciente en ambos ejemplos. La delegada del Gobierno se casó para ser María Salom de España, pero su patriotismo obedece a la necesidad de llenar un hueco, al igual que el cacareado feminismo soberanista de Armengol.

Ambas fueron campeonas de la disciplina de partido, hoy campan a sus anchas al margen de las directrices ideológicas. Salom come en Madrid con el desahuciado Jaume Matas y con Martínez Pujalte, la presidenta de Balears formula propuestas que incendian la cabellera de la muy limitada Susana Díaz. Manejan incluso las desafecciones con un notable desparpajo. Ahí está Armengol recordando a sus sucesivos entrevistadores que están obsesionados con las maniobras urbanísticas de su compañero, o Salom subvencionando desde el Consell la finca de su cuñado al grito de "preferiría que no pidiera una ayuda". Pero el familiar la solicitó, y la cobró, mientras la esposa de su hermano se desvelaba por sofocar el fuego apasionadosofocar el fuego apasionado desatado por el obispo Salinas y su concuñada, también alto cargo del PP. Una campaña electoral de Armengol contra Salom, sin la naftalina de los Días de la Hispanidad y sucedáneos, sacudiría la política mallorquina. Incluso para bien.