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Análisis

El Govern no clava ni una banderilla

Seis toros murieron anoche a espada, para celebrar la ley de corridas sin sangre a la balear del Govern. Menos mal que el astado...

El Govern no clava ni una banderilla

Seis toros murieron anoche a espada, para celebrar la ley de corridas sin sangre a la balear del Govern. Menos mal que el astado Colegialito no puede leer los periódicos, salvo que los animalistas dictaminen lo contrario. El primer astado del festejo hubiera vivido las vísperas de su ejecución en la zozobra sobre la conmutación de la pena capital.

La corrida acabó con un aplastante seis a cero, y no cabe hablar de sorpresa a pesar de la goleada. Sirva como bálsamo de almas sensibles que Colegialito disfrutó más anoche que si lo hubieran amnistiado, según el dictamen inapelable de los aficionados a la fiesta mortal. Hablan de oídas, claro.

La quinta noticia más leída ayer del rotativo parisino Libération se enroscaba en el titular "Las Baleares plantan una nueva banderilla en la tauromaquia española". Y eso que en Francia abundan los sucesos dramáticos, con la caída en las encuestas de Macron y la revuelta de su ejército especialista en darse a la fuga.

Cabe confiar en que los ecos de la corrida a la balear pero con sangre no lleguen a París. El Govern no ha clavado ni una banderilla, antes de lanzar las campanas al vuelo debió recordar que Mallorca es solo una franquicia de Madrid. El Consolat tiene competencias para montar una unidad de transplantes de corazón, pero no puede pronunciarse sobre el tercio de varas, en una discutible concepción del patriotismo. En el otro extremo, los taurófilos ven la supresión de los toros como un atentado contra la españolidad, descuidando las presuntas virtudes estéticas de la fiesta. Interesante contradicción, que Colegialito no podrá saborear tras su muerte feliz.

La pugna entre taurinos y antitaurinos no excede la anécdota, porque ninguno de los colectivos puede imponer su voluntad aunque gane las elecciones. Se acaba de demostrar con la anulación de facto de la ley del Parlament que cancelaba de facto las corridas. Decidirá el Tribunal Constitucional y, dado que sus miembros se han retratado detrás de un burladero sin que nadie haya explicado cómo consiguieron encajarlos, el veredicto se da por ejecutado.

Aquí solo legislan los tribunales, la voluntad popular contra la sangre en la arena se salda con seis toros muertos y arrastrados. El mismo día, la expresión democrática contra la proliferación de grandes superficies que lesionan el tejido social queda suprimida por decisión del Tribunal Superior.

Bien está que se prohíba el voto en Cataluña pero, cuando el egocentrismo catalán deje un resquicio a otras geografías, habrá que convenir que tampoco en Mallorca sirve de mucho votar contra los toros o las grandes superficies. Un alivio para el PSOE, especializado en legislar sobre lo que no cree a condición de que no se cumpla.

La mayor parte de las personas que defienden las corridas no van a los toros. En esta decisión se hermanan con los antitaurinos. Por tanto, el debate recuerda al celebrado experimento postmoderno consistente en preguntar qué piensan de Juego de tronos quienes no ven la serie.

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