Nunca los mallorquines se sintieron tan isleños como aquellas 24 horas; aquel 3 y 4 de diciembre de 2010 en el que el cierre del cielo aéreo convirtió a Mallorca en una ratonera en la que el mar se convirtió en la única salida. Hace cuatro años ya del conflicto entre AENA y los controladores aéreos, pero aún hoy perdura la indignación y la rabia de algunos de esos miles de pasajeros que pasaron horas tirados en el aeropuerto esperando a ver si su vuelo despegaría. Y decimos tirados en el sentido literal de la palabra pues aquellos dos días no hubo bancos suficientes para todos los perjudicados: 650.000 pasajeros en todo el país; 38.000 con salida desde Mallorca, donde se cancelaron hasta 318 vuelos. Un puente de la Constitución inolvidable.

Todo estalló el viernes 3 de diciembre, pero el día de antes algunos controladores del aeropuerto de Santiago dejaron de trabajar y los aviones comenzaron a acumularse en la pista. Ahí ya algunos mallorquines se vieron afectados y vuelos que tenían que salir aquel jueves por la noche se cancelaron: los aviones no llegaban, estaban en Galicia.

Aquel viernes, alrededor de 70 controladores de la torre de control de Palma se reunieron a la espera de que se confirmaran sus temores y de que el Consejo de Ministros anunciara otro decreto que regulara de forma unilateral sus condiciones de trabajo. El ministerio de Fomento, con Pepe Blanco al frente, ya lo había hecho en marzo, al fijar un máximo de horas de trabajo al año para los controladores y eliminar el grueso de sus horas extra. Los controladores anunciaron una huelga para agosto, pero se desactivo el paro ya que acordaron con AENA que se sentarían a negociar.

Aquellos meses, los controladores ya advertían que esas 1.670 horas que les pusieron como tope no les bastarían para acabar el año. Así, aquel 3 de diciembre el Gobierno acordó que AENA dejaría de contar como horas de trabajo las imaginarias, las horas de formación y las sindicales, entre otras. La chispa de la indignación saltó de la capital de Galicia a otros aeropuertos españoles, como Barajas, El Prat y Son Sant Joan.

Así, nada más comenzar el turno de las tres de la tarde, cuatro controladores de Palma alegan encontrarse mal, con ansiedad, y solicitan asistencia médica. Poco después, la cifra sube a once trabajadores. Escenas similares se viven en Barcelona, Madrid y Santiago. A las seis de tarde se cumplen los peores presagios y AENA cierra el cielo español.

En el aeropuerto mallorquín, los que no renunciaban a abandonar la isla se disputaban los taxis y las plazas en los barcos. Otros volvieron a su casa a deshacer la maleta y cambiar su escapada del Puente de la Constitución por cinco días en el hogar. Los turistas que volvían a su país son los que salieron peor parados al tener menos margen de maniobra y más dificultades para buscarse la vida y regresar a su país. El cielo se cerró para todos, y entre los perjudicados estaban miembros del Govern de entonces, como la que fuera su portavoz, Joana Barceló; así como Francina Armengol, por aquel tiempo presidenta del Consell y pasajera con billete al Sahara; y también un José Ramón Bauzá al que aún le quedaban nueve meses para ocupar el Consolat de Mar.

La gente estaba de todo menos contenta y el adjetivo de "indignados" se les quedaba corto: los perjudicados hablaban de "salvajada", "vergüenza nacional", "ilegalidad" e "impotencia". Y dentro del grupo de víctimas no solo estaban las personas con billetes (y los familiares y amigos que los esperaban), sino también el sector turístico que opera en las islas Hoteleros, aerolíneas extranjeras y turoperadores lamentaban cerrar el año con semejante roto en sus planes (un descalabro que se sumaba al agujero que ya les dejó en abril la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull).

Mientras, los que no viajaban seguían por la prensa y la televisión los acontecimientos y el proceder del Gobierno, que adoptó aquellos días decisiones inéditas en la historia de la democracia. ¿Quién pensaba que en pleno 2010 el presidente permitiría que los militares tomasen el control de las torres aeroportuarias? Así sucedió. Poco antes de la media noche del viernes, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero firmó un decreto para permitir que Defensa tomase el mando. Parte de los controladores se presentan en su puesto en el turno de noche, pero no todos: algunos se esconden.

Y llegó entonces otro anuncio inaudito del Gobierno: la amenaza del vicepresidente Rubalcaba de declarar el Estado de Alarma, como finalmente hizo al mediodía del sábado. Los representantes en Madrid del sindicato de controladores USCA reciben presiones de la Moncloa: o volver a trabajar o cárcel.

A las ocho de la mañana del sábado los controladores acudieron en bloque a la torre de Palma, bajo el control del coronel Carlos de Palma de Arrabal. A la una de la tarde, agentes de la Guardia Civil instaban a los controladores a sentarse en su puesto. Tres horas después, AENA vuelve a abrir los cielos. A las cuatro y veinte de la tarde, salió el primer vuelo de Son Sant Joan en 22 horas: un avión de Swiss Air con destino Suiza. Así, la puerta de la ratonera volvía a estar abierta tras 24 horas que muchos no olvidarán facilmente.