Entrevista

Rodrigo Fresán, escritor argentino: “Si me preguntan por Milei, yo les hablo de ‘Milei’ Cyrus. No me interesa la política”

‘El estilo de los elementos’ consigue el difícil equilibrio entre una forma proteica y vanguardista y una prosa que te arrastra a la lectura a lo largo de 700 páginas

El escritor argentino Rodrigo Fresán.

El escritor argentino Rodrigo Fresán. / ALFREDO GARÓFANO

Elena Hevia

Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) ha sido muchas cosas: autor de relatos como relámpagos juveniles de la reciente historia de Argentina, evocador de Peter Pan y su creador J. M. Barrie, hacedor (en tres partes) del torbellino que se crea en la cabeza de un escritor e iluminador del ignorado padre de Herman Melville. Pero solo ahora ha decidido revestirse de sí mismo para crear una hipotética autobiografía, en la que nada fue exactamente así y sin embargo todo es real. 

Ahí está el inocente Land, trasunto del propio Fresán. Con su infancia en la capital argentina, hijo de padres intelectuales, comprometidos y bohemios. Con su convulsa y muy lectora adolescencia en Caracas, obligado por el exilio familiar. Para acabar, en un futuro próximo, en una posible Barcelona, la ciudad a la que llegó hace 25 años y donde nació su hijo Daniel. Lo cuenta a su manera digresiva, enfebrecida, divertidísima y enferma de literatura en ‘El estilo de los elementos’ (Random House), donde consigue el difícil equilibrio entre una forma proteica y vanguardista y una prosa que te arrastra a la lectura a lo largo de 700 páginas. Y sí, al final quedas exhausto, pero como dice Fresán “las mejores experiencias lectoras son las que te dejan así”. 

Podríamos empezar con esa cita de Barrie: “La vida de todo hombre es un diario en el que quiere escribir una historia y acaba escribiendo otra”. ¿Es esto una autobiografía ligeramente distorsionada? 

Odio la ficción que va con la bandera por delante diciendo soy verdadera, soy testimonial. Me gusta ese movimiento más sinuoso y reticente en algunas cosas y más exhibicionista en otras. Aquí el modelo es la novelística autobiográfica estilo ‘David Copperfield’ o ‘En busca del tiempo perdido’, autobiografías que no acaban de serlo. También estarían ahí ‘Martin Eden’ de Jack London y más próximamente las novelas de Patrick Melrose de Edward St. Aubyn o ‘Los destrozos’ de Bret Easton Ellis. Y desde luego esto no es autoficción. Suelo bromear diciendo que más bien es camión-ficción o tren-ficción, porque tiene muchos vagones, arrasa con todo y descarrila. 

Explíqueme los ingredientes. 

Lo que parece real no lo es y luego hay cosas que se dirían inventadas y fueron reales. A Land lo echan del colegio y durante dos años finge que va a clase y sus padres no se dan cuenta. Muchos amigos me han dicho que eso es inverosímil y, sin embargo, fue real. A mí me pasó. 

Lo que cuento no es un drama de John Cassavetes sino una película de Wes Anderson con sus colorcitos, trajecitos y ese bonito corte longitudinal de una casa.

¿Esto ha sido un arreglo de cuentas contra la negligencia familiar? 

Si hubiera querido hacer un arreglo de cuentas, el libro sería mucho más duro porque hay mucho material real que he dejado fuera. No es un libro en contra de los padres sino a favor de los hijos y no me refiero al hijo que fui sino a favor de mi propio hijo y del eventual hijo de mi hijo. A cómo lidiamos con las radiaciones de los padres. 

Sin rencores, pues. 

No, finalmente he logrado ser lo que quería. No me siento perjudicado por lo que hicieron o no mis padres con toda la buena voluntad del mundo y con todas sus equivocaciones que son inevitables. Lo que cuento no es un drama de John Cassavetes sino una película de Wes Anderson con sus colorcitos, trajecitos y ese bonito corte longitudinal de una casa. 

Habla de buena voluntad.

Es que la generación de mis padres lo tuvo muy complicado porque rompió por completo con la cultura de sus respectivos padres y tuvieron una especie de mandato generacional ‘cool’ de que debían de cambiar el mundo y eso es muy jodido. Yo esa instrucción no la recibí, a mí nadie me pidió abrir paso a un mundo nuevo y utópico, todo lo contrario. 

¿Es por eso que en su literatura la política apenas tiene cabida?

A los nueve años, lo cuento en el libro, ya me daba cuenta de que Juan Domingo Perón era un farsante. Le decía a mi madre que era peronista de izquierdas, ¿no te das cuenta de que este militar es un jugador de póker que ha dado refugio a nazis? No había por donde cogerlo. Además, me gustan las cosas bien escritas y en los libros políticos los personajes tienden a ser poco ocurrentes y bastante groseros y respecto a la política argentina, mucho más. Si me preguntan por Milei, yo les hablo ‘Milei’ Cyrus. Francamente, no me interesa la política. 

Pero hay autores argentinos como Mariana Enriquez que han sabido hacer novela política de otra manera. 

Ella es una escritora de género que descubrió esa cosa genial de hacer comulgar el terror sobrenatural y el supranatural, que es el argentino. A mí no me interesa mucho la realidad. Yo soy un gran fan de esa frase de Nabokov que dice “realidad es una palabra que debería escribirse entre comillas” y lo dice alguien que tenía todos los ingredientes en su vida para escribirlo y hacerse la víctima. Estoy seguro de que le hubieran dado el Nobel de haberlo hecho así, pero no cayó en la trampa. 

Por cierto, este es el más nabokoviano de sus libros

Sí, por los retruécanos y los juegos de palabras. Y la anáfora, la repetición. Yo no sabía que eso estaba tipificado, me enteré hace poco, pero es algo que me viene de las canciones, de ‘A hard rain's...’ de Dylan. 

Libro 'El estilo de los elementos' de Rodrigo Fresán.

Libro 'El estilo de los elementos' de Rodrigo Fresán. / .

Ya en las primeras páginas define a su lector ideal, el que se pelea con el texto. Si no es así este no es su libro. 

Eso lo vi en las apostillas de 'El nombre de la rosa'. Eco cuenta que las primeras páginas de la novela, la del ascenso al monasterio, son lentas y tediosas y con mucho latín son para que los lectores que consigan alcanzar esa cumbre se queden y puedan disfrutar de la fiesta. Me suelen decir que mis libros son complejos y yo creo que leer es complejo. Leer es una colección de signos que se mete por los ojos y se arma en la cabeza. No sabemos bien cómo funciona eso. Mis lecturas más nutricias fueron extenuantes en el mejor sentido de la palabra. 

Leer es una colección de signos que se mete por los ojos y se arma en la cabeza. No sabemos bien cómo funciona eso.

¿Prefiere ser lector a escritor?

Eso dice mi personaje. Es un enigma desde el principio de los tiempos. ¿Qué fue primero el lector o el escritor? Yo digo que quién vio unos signos en un muro y dijo aquí dice esto fue un lector y un escritor al mismo tiempo. La verdad es que la lectura me produce más placer porque hay escritores muchísimo mejores que yo, pero yo escribiendo me lo paso muy bien. 

Esta es también una novela sobre la memoria, porque en ella una pandemia provoca una amnesia selectiva. ¿Esa idea surge del covid persistente que todavía arrastra? 

Uff. No me cuesta nada escribir pero sí leer y concentrarme. Es algo que voy superando poco a poco, pero Faulkner, por ejemplo, todavía me queda lejos. 

¿Tampoco puede leerse a sí mismo?

(Ríe) Empleé mucho esfuerzo en la lectura de las pruebas. Tenía que convencerme a mí mismo que las estaba escribiendo de nuevo. 

Dice que esta es una novela de fantasmas. 

Todas las novelas sobre la memoria son de fantasmas, pero aquí hay un momento concreto en el que Land ve al otro lado de la ventana a gente festejando la Navidad y le pregunta después al portero y este le dice que ese piso está vacío. Eso es algo que me pasó a mí. 

¿Perdón?

Estoy convencido de que hay gente que capta las energías del pasado, como ocurre en ‘La invención de Morel’, de Bioy Casares. En cierta forma este libro funciona también así, como una brecha para contemplar el pasado.  

Cuenta que la portada la ha hecho su hijo adolescente.

Sí, él no lee mis novelas, me pregunta qué objeto aparece mucho y así armó esta imagen paradójica. 

Y excelente. Su padre, Juan Fresán, fue un gran diseñador gráfico. 

Daniel no llegó a conocerlo, porque mi padre murió antes de que naciera, pero es evidente de que hay ahí un gen rebotando. 

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