Cómics

Dibujando el vacío

Dos cómics que llegan esta semana a las estanterías de las librerías coinciden en muchas cosas: en dar voz a la depresión desde la experiencia íntima y terapia privada

Portada de 'Pesimismo mágico'.

Portada de 'Pesimismo mágico'.

Álvaro Pons

La depresión acompañó toda la vida a Virginia Woolf, desde que apenas era una niña y se culpaba de la muerte de su madre, pero encontró en la literatura una forma de convivir con la enfermedad. Sus libros eran ficciones que deslizaban con sutileza esos episodios que alternaban la ansiedad con el vacío imposible de llenar, con el miedo a quedar atrapada en una angustia interminable. Quién sabe si Septimus, el personaje suicida de 'La señora Dalloway', era una aspiración de alter ego personal fatalmente cumplida, pero lo que es indudable es que la obra de Woolf señaló claramente a una sociedad opresiva que no dudaba en cavar abismos vidriosos de tristeza en los que hundirse. Por desgracia, un siglo después, sus palabras parecen haber caído en saco roto: hemos construido una sociedad insensible, que siembra de obstáculos toda la existencia de los más desfavorecidos. Esas aspiraciones que construían el futuro supuestamente feliz, trabajo, casa y familia, son hoy utopías inalcanzables, magnificadas por el bombardeo continuo mediático, implícito y explícito, que nos recuerda que, sin dinero, no somos nadie. No es difícil sumar dos y dos: es el caldo de cultivo ideal para que la depresión atrape en esas arenas movedizas de tristeza, que abrazan férreamente dejándonos exhaustos. Se dice, quizás con razón, que la depresión es la pandemia del siglo XXI, aunque más con ambición de titular de clickbait que con intención de reconocer nuestra parte de culpa.

Pero, pese a todo, el camino de Woolf sigue siendo válido: la creación es una forma de enfrentarse con ese monstruo y combatirlo, no solo como catarsis personal, sino como agitador de conciencias ajenas, como despertador colectivo de ese sueño impostado que nos sugiere que nos resignemos a esa realidad.

Dos cómics que llegan esta semana a las estanterías de las librerías coinciden en muchas cosas: en dar voz a la depresión desde la experiencia íntima y terapia privada; en aprovechar el grafismo desde la experimentación y, no menos importante, en haber sido premiados por esa osadía. En 'Pesimismo mágico' (Salamandra Graphic), el guionista y monologuista Borja Sumozas recupera su faceta de ilustrador para narrar cómo la enfermedad devora lentamente acompañando a Laura, una guionista de televisión con una depresión severa. Viviremos de cerca cómo el mundo se va alejando, como la celda infinita de la soledad va creciendo alimentada de Fluoxetina, Orfidal, Omeprazol y Aldactone mientras una cromaticidad agresiva, casi fauvista, nutre un dibujo visceral y orgánico. La realidad se transforma en atmósferas asfixiantes y opresivas que se deslizan con facilidad hacia un onirismo terrorífico, donde la monstruosidad toma forma palpable y angustiosa mientras Laura se hunde sin que podamos ayudarla, obligándonos a reflexionar sobre esa coyuntura de la que formamos parte también. El premio FNAC/Salamandra Graphic de novela gráfica reconoció merecidamente un riesgo formal que impacta en el lector.

'Las olimpiadas del sufrimiento', de Enric Pujadas y Gonzalo Aeneas (Dolmen Editorial) recibió el premio de cómic Ciutat de Palma con una propuesta tan atrevida como personal: el guionista disecciona quirúrgicamente la realidad del dibujante, que debe enfrentarse a un reto imposible para un enfermo de depresión, dibujar su enfermedad. La vida de Aeneas se nos muestra de forma transparente: sus problemas laborales y personales, sus miedos y sus fracasos, componiendo ese escenario en el que el dibujante queda atrapado sin poder encontrar ventanas por las que poder respirar. Pero trasladar al lector esa pesadilla que solo podía ver él es complejo y la elección creativa no puede ser más atrevida: un baile de estilos abigarrado, en el que se pasa sin solución de continuidad del trazo del manga al minimalismo estético, pero que consigue expresar a la perfección esa sensación de pérdida y desorientación ante la realidad, jugando con los simbolismos gráficos para plasmar los sentimientos desbordados.

Dos obras muy diferentes, pero que recogen el testigo de Virginia Woolf para enfrentarse a la enfermedad con la terapía más potente: la creación.

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