Miquel Barceló contra Miquel Barceló

El texto que el catedrático ‘felanitxer’ Barceló Perelló dedica al pintor ‘felanitxer’ Barceló Artigues iguala a ambos protagonistas, y apenas si rasguña la obra artística de su homónimo

El catedrático Miquel Barceló Perelló. | El pintor Miquel Barceló Artigues.

El catedrático Miquel Barceló Perelló. | El pintor Miquel Barceló Artigues. / DM

Matías Vallés

Matías Vallés

Miquel Barceló es el pintor español más sobresaliente después del trío Picasso-Miró-Dalí. Su impacto, y sobre todo su cotización, desarbolan a la generación que le precede con López-Saura-Arroyo, a sus contemporáneos o incluso a sus traumatizados herederos. Esta verdad incuestionable hasta económicamente también es inaceptable para los enemigos del mallorquín, por lo que cabe recordar que el noventa por ciento de su producción artística posee una categoría remarcable. Y según suele ocurrir con los grandes maestros, el noventa por ciento de la prosa generada por el felanitxer es basura, no sirve ni de banda sonora para contemplar su obra.

Barceló tuvo suerte con El hombre del sombrero rojo de Hervé Guibert, un autor de culto al que retrató con frenesí en la fase final de su consunción por el sida. Barceló visto por John Berger queda más próximo a la experiencia vital y viril compartida que a la calidad textual, cada uno querría ser el otro. El resto de la literatura internacional sobre el artista mallorquín parece firmada por Inteligencia Artificial. A mayor gloria, sin un solo signo vital.

De ahí la expectación que genera Miquel Barceló vist per Miquel Barceló, el ensayo recién publicado por Anagrama dentro del volumen El cercle de Felanitx. El primer miembro de la ecuación es el artista Miquel Barceló Artigues, el segundo se corresponde con Miquel Barceló Perelló, el catedrático de Historia Medieval fallecido hace diez años y del que acaba de rescatarse la esmerada producción literaria.

Un felanitxer frente a otro es un espectáculo digno de Gladiator. Si comparten el nombre, se acrecienta el morbo. Desde el mismo comienzo, «En Miquel Barceló, pintor, i jo, tot i no ser estrictamente contemporanis», se deja claro que el historiador no va a participar de la sumisión reverencial de los cortesanos y palafreneros del artista. El lector todavía no ha advertido que va a ser objeto de un fenomenal trampantojo barceloniano, pero conviene advertir a quienes efectúan esta relectura de que nada será lo que parece en el Miquel Barceló vs. Miquel Barceló.

Impedido visceralmente a rendir pleitesía, el historiador igualado al pintor establece la premisa de que «tots els illencs, sempre, tenen un començament, un acte precís de navegació voluntària». El artista solo aporta un caso particular de una ley general, «de la memòria de l’illenc no es pot descomptar la travessa de la mar». A diferencia de los continentales, «tenim un passat molt proper». 

El cirujano Barceló lleva a su presa, o mejor la arrastra, a su terreno. La reduce a una historia y una geografía, no esperen aquí ni una mención a la palabra genio, ni una sola rendición ante una «obra maestra». El historiador de exterminios procede a una radiografía o autopsia de Felanitx, consigna que «el temps dels sarraïns» no sobrevivió a la generación posterior a la conquista. En efecto, está situando en el siglo XIII buena parte de su retrato de un artista del XX, aunque apasionado por el arte rupestre. Tal vez quiere concluir que Barceló Artigues pinta en nombre de cada uno de nuestros antepasados, tampoco le concede de modo explícito la pervivencia futura. Todo acaba en Barceló, Perelló.

El arabista establecerá en un par de pinceladas el retrato del pintor que no podrían imaginar sus numerosos ensayistas

A estas alturas, conviene desvelar que las siete páginas de Miquel Barceló vist per Miquel Barceló contienen apenas diez líneas consagradas solo tangencialmente al comentario artístico, bajo la prevención de que «el pintor, que és molt llest». Listo, casi espabilado, no sabio. Calificativos para un hotelero, no para un creador. Cabría concluir que Barceló ha visto poco en Barceló. O por el contrario, que lo extiende a símbolo de la totalidad.

Barceló catedrático capta al ser humano como una prolongación de su asentamiento terrestre. Por eso le preocupa que «Felanitx està mal posada, mal posada en terra vull dir». Siempre ajeno a las coordenadas pictóricas, adjunta un trepidante travelling cinematográfico por su ciudad antepasada al estilo de una página de Ken Follett, un ejercicio literario donde cuesta deslindar si la minuciosidad descriptiva supera a la belleza del lenguaje. Quiere demostrar que pinta mejor que el pintor Barceló.

Como de costumbre, el arabista establecerá en un par de pinceladas el retrato del pintor que no podrían imaginar sus numerosos ensayistas españoles o extranjeros. El artista «molt llest» supo «advertir que tot el cicle de la vida es únicament exterior». Para remachar esta igualación «es posa ell mateix com a objecte dins el quadre, com quelcom orgànic de més dins un rebost germinatiu més ample».

Barceló está jugando con Barceló, o jugando a Barceló, pero no juzgando a Barceló porque le parece pretenciosa la obsesión valorativa de un artista definido por «la manca de significació personal». La igualación barceloniana debe sellar la pertenencia compartida a «aquella civilització tan cruament instaurada». Mallorca por debajo de todo.

Barceló, ya saben cuál, no se toma en serio ni a sí mismo ni al artista que se niega a retratar. El emparejamiento se prolonga hasta el fin del ensayo. «Sempre, doncs, el pintor, o jo, i tants i tants d’altres hem estat a prop d’un cor romput, bategant, de tenebres». La obra pictórica, de la que no cita un solo ejemplo, le sirve para concentrarse en sí mismo. Este ensimismamiento acaba en una posición muy cercana a Kurt Vonnegut, cuando se burla en Barbazul de nuestra carísima fascinación con artistas o deportistas, otorgando un valor trascendente a «unas pocas moléculas que padecen una enfermedad llamada pensamiento».

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