Orgullo LGTBI

'Vagos y maleantes': cuando el franquismo hizo del odio a los homosexuales política de estado

Veinte años después de su publicación y cuando muchas de las conquistas recientes parecen cuestionadas desde ciertos sectores, vuelve a ver la luz el ensayo de Fernando Olmeda sobre la represión del colectivo LGTBIQ+ en los oscuros años de la dictadura

La primera manifestación LGTBI que hubo en España tuvo lugar en Barcelona en 1977, casi dos años después de la muerte de Franco.

La primera manifestación LGTBI que hubo en España tuvo lugar en Barcelona en 1977, casi dos años después de la muerte de Franco. / Archivo

Eduardo Bravo

El 31 de octubre de 2022, Pedro Sánchez presidió el acto celebrado con motivo del primer Día de Homenaje y Recuerdo a las víctimas del franquismo. El encuentro, enmarcado en lo dispuesto por la Ley de Memoria Democrática, convocó en la sala de cámara del Auditorio Nacional a asociaciones y víctimas del franquismo. Entre ellas se encontraban los familiares de Julián Grimau, los de Juana Doña y el activista Jordi Petit, uno de los pioneros en la reivindicación de los derechos LGTBI que desarrolló buena parte de su lucha durante el franquismo en situaciones de clandestinidad.

"Aunque se le homenajeó a título personal, con el reconocimiento a Petit se quería hacer una reparación simbólica al conjunto del colectivo. Fue un gesto expreso por parte del Gobierno de reconocer la memoria de esas personas y, aunque queda mucho por hacer, poco a poco este país está saldando las cuentas pendientes con la gente represaliada", explica Fernando Olmeda, periodista y escritor que, con la publicación hace casi dos décadas de 'El látigo y la pluma', se convirtió en uno de los primeros en reivindicar la memoria de los homosexuales hostigados por el franquismo.

"Mientras trabajaba como presentador y editor de los fines de semana de informativos Tele 5, se tramitó la Ley de matrimonio igualitario, en cuya defensa me impliqué. En ese contexto, surgió la posibilidad de escribir un libro sobre la homosexualidad en el franquismo, que era un tema que no había sido estudiado ni desde la academia, ni desde la historiografía, ni siquiera desde los propios movimientos LGTB, que estaban más centrados en la teoría 'queer' que en la historia", recuerda Olmeda, cuyo libro acaba de ser reeditado por la editorial Dos Bigotes con un prólogo escrito para la ocasión por Bob Pop.

"Aunque estábamos a principios de los dos mil, la gente todavía tenía miedo social, familiar y laboral a contar su vida. Por eso fue muy importante poder acceder a los expedientes de peligrosidad que estaban en la cárcel de Huelva. De hecho, a la hora de analizar esos documentos, no me interesaban tanto los nombres de los represaliados como la letra de la persecución. Es la letra de los expedientes de la Ley de Vagos y Maleantes y los de la Ley de Peligrosidad Social la que explica realmente cómo fue la persecución de la homosexualidad tanto legal como social".

"Repugnante porquería", "que ofende al pudor", "contra natura", "perversión sexual", "desviaciones lúbricas", "inmorales aberraciones", "lubricidades repugnantes" o "nefando tráfico sodomítico" son algunos de los términos que los expedientes judiciales empleaban para referirse a la homosexualidad en virtud de una regulación establecida por esa Ley de Peligrosidad Social que, si bien fue aprobada en 1970, no sería derogada de modo efectivo hasta 1995.

"El retraso en la derogación de esa norma responde a que, durante la Transición y los primeros años de la democracia, se establecieron otras prioridades, en mi opinión razonables y lógicas, porque había que reconstruir todo un país. Tampoco hay que olvidar que, una vez asentada la democracia, el colectivo homosexual vivió un momento contradictorio o complementario. Por un lado la estigmatización de sus miembros por el VIH y, por otro, el refuerzo de los grupos LGTB que reclamaban sus derechos. Por eso, si bien es verdad que se había avanzado muy poco en treinta años de democracia, luego fue todo muy rápido".

La moralidad de un régimen amoral

"El obsceno expolio general y las carencias más básicas, como la falta de alimento, vivienda o trabajo, siempre tenían justificación y al ciudadano no le quedaba más opción que la resignación pasiva. Sin embargo, los pecados del sexo sí eran considerados una indecencia. Y como no había moral alguna, salvo la sexual, se vigilaba de modo obsesivo el comportamiento público y privado de los españoles", escribe Fernando Olmeda en uno de los capítulos de 'El látigo y la pluma', en referencia a la forma de actuar del franquismo y su principal aliado, la Iglesia católica.

"El nacionalcatolicismo, la alianza Iglesia-Estado, determina la naturaleza de la dictadura. Entre sus objetivos estuvo la represión de los homosexuales que, en un primer momento, fueron enemigos, luego delincuentes, más tarde enfermos y, finalmente, peligrosos. Sin embargo, ese control y represión de la sexualidad se demostró enseguida un gran fracaso tanto en el ámbito social como en el penitenciario. Por mucho control que impongas, los hombres y las mujeres somos más fuertes que las dictaduras y todo el mundo encontró subterfugios, fórmulas, recursos de lo más creativos, algunos arriesgados, pero muy interesantes para resistir y reivindicarse", relata Olmeda, que cita en su libro numerosos lugares de encuentro homosexual. Desde el madrileño cine Carretas, a los urinarios de las estaciones de tren, algunos bares, los billares, sin olvidar los cuarteles, los seminarios o incluso romerías tan populares y pías como la del Rocío.

La gente que llega a la ciudades desde el campo encuentra allí a homólogos con los que empieza a tener códigos, lugares y espacios de relación [como] las floristerías, las peluquerías o las sastrerías"

"La parte que más me gusta es la de los años 60, cuando la emigración a Madrid y Barcelona empieza a crear redes de sociabilización homosexual. La gente que llega a esas ciudades desde el campo encuentra allí a homólogos con los que empieza a tener códigos, lugares y espacios de relación, que se convierten también en su propia bandera. Por ejemplo, las floristerías, las peluquerías, las sastrerías y otros comercios que funcionan como resistencia y reivindicación. En esos lugares no solo podían mostrarse tal y como eran, sino que además eran los propietarios de su propio negocio, lo que les permitía conseguir aceptación social. De hecho, es ese fenómeno de apoyo mutuo el que explica que, a finales de los 60, el colectivo empiece a ganar la calle".

Amores furtivos

Si bien la persecución de la homosexualidad no desapareció a lo largo de todo el franquismo, lo cierto es que fue mutando al tiempo que cambiaba la dictadura y las necesidades de sus responsables. La influencia nacionalcatólica de los primeros tiempos dio paso a otros argumentos, más cercanos al fin de la autarquía, la firma de los acuerdos comerciales con Estados Unidos y el desarrollo del capitalismo occidental. Ejemplo de ello son los escritos del ideólogo falangista Mauricio Carlavilla que, en 1956, afirmaba que la homosexualidad ponía en riesgo la familia, la sexualidad procreativa y… la propiedad privada.

Años después, la llegada de turistas extranjeros a las costas españolas hizo que las autoridades tuvieran que convivir a regañadientes con enclaves abiertamente gais como el Pasaje Begoña de Torremolinos o las dunas de Sitges. En todo caso, la prohibición continuó y el carácter clandestino y furtivo de las relaciones sexuales provocó que sus protagonistas tuvieran que sacrificar la afectividad a largo plazo para conformarse con la genitalidad más urgente.

Imagínate cómo sería ser homosexual en la época de Franco, cuando ni siquiera en los 2000, cuando se publicó 'El látigo y la pluma', existían esos referentes para una comunidad estigmatizada y menospreciada"

"Lo clandestino es individual y difícil de compartir salvo que estés en un partido político y la experiencia sea colectiva. Por eso, creo que hay que ser indulgente con nuestros padres y abuelos, una generación que venía de la Guerra Civil y a la que no se puede juzgar con efectos retroactivos. En esa época, media España estaba en el exilio, en la cárcel o repudiada por roja, por lo que resultaba imposible tener información o referentes que permitieran vivir la sexualidad de otra manera que no fuera esa. Imagínate cómo sería ser homosexual en la época de Franco, cuando ni siquiera en los 2000, cuando se publicó 'El látigo y la pluma', existían en España esos referentes para una comunidad que vivía estigmatizada por el caso Arny, menospreciada en los medios de comunicación y en la que las lesbianas no tenían ninguna presencia".

La sección femenina

Si bien en 'El látigo y la pluma' predominan los testimonios y los expedientes relacionados con homosexuales masculinos y transexuales, el ensayo de Olmeda también recoge las experiencias de mujeres lesbianas cuya presencia social era menos evidente, desde el momento en que tenían restringidos sus derechos por el mero hecho de ser mujeres.

"Otro de los grandes fracasos intelectuales de la dictadura fue pensar que no había lesbianas. Para el nacionalcatolicismo, la mujer era un elemento circunscrito a la sexualidad procreativa, al matrimonio, a la ausencia de derechos… Todo eso era el paisaje pero, por debajo, desde la propia Sección Femenina, las mujeres demostraron una gran capacidad para resistir en esas circunstancias", comenta Olmeda, que llama la atención sobre el hecho de que apenas hubiera casos en que el escándalo público recogido en la Ley de Vagos y Maleantes y en la de Peligrosidad Social se aplicase a las mujeres.

"Las razones pueden ser varias. La primera, que las mujeres no existían para el régimen; la segunda, que no eran protagonistas de escándalos públicos susceptibles de ser penados y, la tercera, que demostraron una gran habilidad para encontrar métodos y lugares para no ser detectadas. Por ejemplo, dos primas que vivían juntas, dos amigas… De hecho, aunque en un momento dado la G de LGTB adquirió mucha importancia y protagonizó las reivindicaciones del colectivo durante bastantes años, en la actualidad son las lesbianas las que han tomado el testigo. Viendo la dificultad que tuve para encontrar testimonios de mujeres lesbianas hace apenas veinte años, es asombroso cómo hoy cantantes, escritoras, actrices y poetas están teniendo una visibilidad como personas de referencia, lo que, en mi opinión, tiene un valor extraordinario", recuerda Olmeda para quien, casi veinte años después de su publicación, 'El látigo y la pluma' está más de actualidad que nunca, entre otras cosas, por el ascenso de la ultraderecha y el riesgo que ello conlleva en lo que a pérdida de derechos civiles se refiere.

"El libro es una referencia para que los nuevos lectores que no lo conocieron en su momento, sepan que muchos de los discursos de odio actuales tienen que ver con la esfera del nacionalcatolicismo y esa mala educación que recibimos los que tenemos una edad. En ese sentido y ante el peligro que suponen esos movimientos reaccionarios, me gusta recordar una frase de Pedro Zerolo, que siempre decía: 'Los derechos se conquistan, lo hicimos; los derechos se disfrutan, lo hacemos; los derechos se defienden, tenemos que hacerlo'".