Las peripecias del Dr. Uriel

Sento firma una arrolladora novela gráfica ambientada en la Guerra Civil Española, evitando los lugares comunes, sorteando con elegancia no pocas dificultades narrativas y emocionándonos con un personaje cargado de fuerza dramática

Las peripecias del Dr. Uriel

Las peripecias del Dr. Uriel / Florentino Flórez

Florentino Flórez

Florentino Flórez

El protagonista es el suegro del dibujante. A partir de sus cartas y de la memoria familiar reconstruye sus andanzas durante el conflicto bélico. La obra se inicia con una suerte de prólogo, el «mundo ordinario» del personaje, recién salido de la facultad de medicina y a quien el inicio de la guerra pilla ejerciendo de sustituto del doctor de un pequeño pueblo. Vuelve a una Zaragoza ocupada por los nacionales y, aunque se alista para no resultar sospechoso, es denunciado y encerrado en prisión. Ahí es donde su verdadera aventura comienza. Esta es una prueba ardua para un guionista. Página tras página se nos cuenta la angustia de unos personajes encerrados en una celda, pendientes de todo sonido que pueda indicar que vienen a darles el paseíllo. Animar visualmente tales escenas no era tarea fácil y es sin duda la parte más sosegada del integral. Con todo, tiene interés y además Sento la anima con ocurrencias como la de la fila de muertos camino del paraíso. Ya desde las primeras secuencias notamos algo cada vez menos habitual. Independientemente del bando, de la adscripción ideológica, lo que encontramos son personas. Gente que se comporta con honestidad y humanidad o lo contrario. Como el cura que intercede por los presos y que desde su púlpito protesta contra la guerra. Luego paga las consecuencias. Un personaje poco habitual en las ficciones hispanas y que Sento construye con mimo. Su vida concluye en el ya citado pasaje del cielo, en el que podría pensarse que los textos se llevan el protagonismo pero que está tan bien escrito que se despacha de un tirón. Una gran idea en un libro lleno de ellas. Sento sale bien librado de esa situación inicial de «habitación cerrada» y lanza a Uriel al frente de combate, donde la narración se vuelve más ligera y expansiva.

En Belchite, donde transcurre el segundo acto, el autor vuelve a mostrarnos que las personas son más importantes que las ideologías. Conocemos primero al alférez Ruiz, un falangista descerebrado, pero también al capitán Pellicer, un militar profesional que se porta con mucha nobleza con el médico, sin importarle su fama de rojo. Poco a poco se filtra una idea como es la importancia del azar, con personajes cuya adscripción a un bando u otro depende más de dónde estaban al inicio de la contienda que de verdaderas y profundas convicciones. Más importante aún, para algunos la guerra es una excusa para imponer su voluntad, para otros un momento en el que resulta obligado mantener unas reglas de juego mínimas. Algunos de los mejores momentos de la obra suceden cuando los soldados se olvidan de sus jefes y llegan a pactos con los contrarios, para poner un poco de orden en una situación tan trágica como irracional. Una de esas secuencias es un alto el fuego que acuerdan para enterrar a unos muertos que ya apestan en exceso y, de paso, intercambiar tabaco por papel de liar. Otra, especialmente poética, es la escena navideña cuando un negro de la brigada Lincoln se pone a cantar «Silent Night» y luego todos le siguen y acaban saliendo de las trincheras para celebrar la Nochebuena. Un pasaje mágico y enternecedor, que acaba con el encarcelamiento de todos los presentes.

Por el camino se cuentan muchas cosas: el hermano fusilado en una cuneta, el otro que vuelve traumatizado de la cárcel, el perro que acompaña a Uriel en el frente, la escena del ataque con artillería... Uriel acaba en Belchite, atrapado en una iglesia que cumple las funciones de hospital improvisado, sin apenas medicinas y con los heridos llenándose de moscas. Una situación angustiosa, con un cerco cada vez más estrecho, que el cómic refleja con mucha crudeza. Aunque el dibujo de Sento tiene siempre esa sencillez, esa elegancia distorsionada que es tan de los ochenta, aquí lo ha llenado de rayas y grises, aportando la suciedad que el tema requería. Ese callejón sin salida se culmina con la tremenda escena de la amputación. Luego ya solo queda un temerario intento de fuga. Finalmente, los escasos supervivientes se entregan a los vencedores, los republicanos. Uriel acabará en otra prisión, en esta ocasión al mando de los rojos. Pero antes se nos ofrecen varias escenas espeluznantes, como el interrogatorio del comisario que decide quién es un buen revolucionario y quien debe ser fusilado sin contemplaciones. La viñeta con Uriel sentado y los muertos amontonándose a sus pies es brutal.

El tercer acto tiene algo de vuelta al principio, con Uriel de nuevo entre rejas. Pero ahora es ya un personaje más maduro y experimentado y hace algo más que sentarse a esperar. Sento tiene la astucia de animar esta parte con actividades carcelarias clásicas, como los mafiosos que hacen su voluntad en el patio y diferentes subtramas que mantienen el ritmo del relato. La actitud ecuánime se mantiene, con dirigentes rojos muy desagradables y otros más humanos. El héroe hasta tiene tiempo de conocer a una chica, con la que mucho más tarde llegaría a casarse.

“Dr. Uriel” es un trabajo mayor, muy bien escrito y perfectamente narrado, lleno de secuencias trepidantes y donde el drama histórico no se come a los personajes sino que se ajusta a sus peripecias vitales y morales y nos permite comprobar cómo hay verdaderos héroes capaces de sobrevivir y adaptarse a las circunstancias más adversas. ¡Olé!

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