"Voy a poner que ganamos 0-2", decía animado un mallorquinista en el bar del Camp Municipal de Peralada. Se estaba zampando un enorme bocadillo de fuet con tomate, de esos hechos con cariño y con generosos ingredientes, mientras reflexionaba acerca de qué resultado debía poner en la 'porra' que ofertaba el establecimiento. Eran las 11.15 y habían estacionado en la misma puerta del campo ya que, aunque el aparcamiento no es tan grande, había espacio de sobra. Es lo que tiene que su equipo jugara ante un adversario de una localidad de 1.835 habitantes, famosa por su precioso castillo pero que en el fútbol no pasa de ser un club lejos de ser de masas.

El Mallorca descubrió ayer la Segunda B y, por suspuesto, sus aficionados también. Nada más llegar al recinto, los futbolistas se tuvieron que ir al pabellón de baloncesto anexo para cambiarse porque el campo de fútbol no tiene vestuario. Cuando saltaron a calentar, podían ver a los vecinos de Peralada darse un chapuzón en las dos piscinas del recinto y que están a apenas unos seis metros del césped, eso sí, natural.

Como en muchos otros 'estadios' de la categoría, solo hay grada en una parte del campo, mientras que en las otras tres la vista es más que despejada. De hecho, más de un balón se fue a la carretera. O a la casa de al lado. O lo devolvió algún niño, porque muchos de ellos se ubicaban detrás de la portería, a tres palmos de los cancerberos.

El fútbol es igual para todos, pero es evidente que las reducidas dimensiones del terreno de juego favorecían a los locales, más acostumbrados a jugar sin espacios. "Es demasiado estrecho", se quejaba un futbolista rojillo, sin micrófonos, tras el partido. Sin embargo, el hecho de que apenas hubiera mil espectadores facilitó que cualquier grito de los jugadores, protestas al árbitro y al propio compañero incluido, se pudiera oír sin hacer ningún esfuerzo. Todo un chollo para los periodistas y muy curioso para los aficionados, que ni siquiera en los menudos estadios de Segunda podrían haber escuchado cómo suena el balompié. Es evidente que la zona de prensa del Municipal es diminuta. Solo dos mesas, ninguna más, para que se acomodaran las dos radios que se desplazan a hacer los encuentros del Mallorca. El resto debía acomodarse en un asiento, como cualquier hincha, sin la posibilidad de enchufar el ordenador y, mucho menos, utilizar el wifi para obtener internet. Nunca había hecho falta en Peralada tanto espacio para los medios, como es lógico, porque su vida había transcurrido entre la Tercera y la Regional.

Eso sí, ningún plumilla se podrá quejar de no tener a golpe de vista todo lo que le interesa. Es imposible que haya secretos. Porque los invitados al palco apenas estaban a dos metros del resto. Uno de ellos fue el exentrenador del Mallorca Albert Ferrer, que llegó acompañado del prestigioso agente de futbolistas Josep Maria Minguella. Se sentaron en la parte baja del palco, mientras que en la de arriba, apenas tres filas, estaban el consejero delegado Maheta Molango y el dueño de la entidad, Robert Sarver. Y un detalle, en ese palco se podía estar con pantalón corto y camiseta, lejos de las obligaciones de estilo de Primera y Segunda.

El millonario estadounidense, también propietario de los Phoenix Suns de la NBA, hizo cola como cualquier otro hincha para ir al único baño de hombres del campo de fútbol. Faltaría más.

Ningún mallorquinista está contento de que el club esté en Segunda B, pero también es cierto que para los que se desplacen será mucho más fácil estar en contacto con sus ídolos sin las restricciones propias de la LFP. Ayer mismo muchos de ellos, de la Penya Universitària de Barcelona, la Penya Es Xubasquero y algunos más disfrutaron charlando con ellos tras el duelo, como si de amigos o familia se tratara. Quizá esa es la clave para que las cosas le vuelvan a ir bien al Mallorca. Falta le hace.