No es oro todo lo que reluce en la Serra de Tramuntana, declarada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco el pasado mes de junio. Más del cincuenta por ciento de la superficie destinada a los emblemáticos bancales (‘marjades’, en catalán) está en mal estado o prácticamente ha desaparecido por la falta de cuidados y por el progresivo abandono de la actividad agrícola en la principal cordillera de Mallorca. El paso del tiempo y el desinterés de instituciones y propietarios privados amenaza la supervivencia de una de las postales características de la Tramuntana tanto a nivel paisajístico como patrimonial.

Según los datos que maneja el Consell de Mallorca, y que formaron parte de la documentación entregada a la Unesco por la entonces candidatura de la Serra a patrimonio mundial, un 48,10 por ciento de la superficie de bancales de la Tramuntana permanece en buen estado de conservación, mientras que un 46,55 por ciento está en mal estado y un 5,36 por ciento ha desaparecido completamente del paisaje de la montaña mallorquina.

El “factor clave” de la degradación de las ‘marjades’ es, según la institución insular, “el abandono de las prácticas agrícolas en las zonas de más dificultad orográfica, en las que es muy difícil la mecanización y, por tanto, aparecen abandonadas y se van degradando con el paso del tiempo”. La parte positiva de este proceso es que “cuando se pierde una parte del patrimonio asociado a los bancales, se recupera la vegetación original, que invade los espacios abancalados”. Eso sí, a costa de la pérdida definitiva de un elemento etnológico vital para entender la importancia de la cordillera.

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