Casas con letreros de perros con gesto amenazante, adhesivos que indican que el chalet está protegido por una empresa de seguridad, cámaras poco disimuladas para alertar al no invitado que está en una propiedad privada. Mil y una estrategias para asegurar nuestro punto más vulnerable: el terruño. De aquellos cascotes de vidrios de colores o aquellas alambradas disuasorias que se situaban en lo alto de los muros a los sistemas más sofisticados de vigilancia nada ha cambiado en el temblor que supone sospechar o sentir invadida nuestra intimidad, nuestra casa.

En Palma es difícil encontrar esos muros rematados con botellas de cristal rotas, pero aún se ven si sales del casco urbano. En el Rafal Nou se ven esas tapias, algunas de ellas dan a solares vacíos, quizá en su momento esas alambradas y esos cascotes de colores protegían algo, ahora sólo se lo ponen difícil a los gatos callejeros que, funambulistas donde los haya, no dudan en desafiar las púas.

La seguridad y su contrario está en boca de muchos comerciantes alarmados por la fiebre amarilla. Hasta que la población china se mantuvo quieta en el barrio de Pere Garau, no hubo queja. Incluso, cuando los ´todo a cien´, o todo zen como los bautizó más de uno, estuvieron en auge, muchos de los que ahora se estiran de los pelos por la competencia oblicua fueron clientes asiduos. ¿Quién podía resistirse a pagar cien y llevarte cien inutilidades? Eran tiempos de bonanza. No habíamos entrado en zona euro. Estábamos seguros y confiados. Una década después, nuestras seguridades se han ido al traste.

En Miguel Arcas se ha instalado una peluquería regentada por chinos. Poco hábiles con la lengua del país de acogida, es un decir, le han puesto Tijeras de oro, así no hay quien se pierda. No será por colores porque entre el dintel verde manzana y el interior rosa chicle, lo de menos son los postizos negro azabache que cuelgan del escaparate cual trofeo siuoux. Huang Chiang, así dice que se llama y a saber si uno lo escribe bien, lleva seis años en Mallorca. Tiene 25 años y asegura que siempre trabajó en peluquería. Lo cierto es que allí la única que aplica las tijeras es Lu Mi, la dueña, que no habla ni mu de español. Para cortar pelos tampoco lo necesita. Sin miedo alguno, a que acaben cortándole unos centímetros de más, la clienta Elisa Zafra, vecina del barrio, se somete gustosa al lavado y peinado de Lu, quien aplica en el interín un masaje en hombros y espaldas. Todo por 8 euros. "Ya he ido a otras peluquerías chinas y me gusta como me alisan el pelo. Además son baratas", cuenta Elisa. Ni por el Pilar cerraron.

Donde antes estuvo una floristería en breve asentará sus reales el bar Nicolás. Sus dueños, para abrir boca, han colocado un dibujo de dos camareros siluetados como si se marcaran un baile de salón. A lo Fred Astaire y Ginger Rogers. Para estar seguros se han situado cerquita del templo, así quedarán protegidos por el santo. Porque ya sabemos que en cuestión de seguridad, cada cual se alía a su particular ángel custodio.