Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA

Nada es exactamente lo que parece

Nada es exactamente lo que parece hasta que la realidad no asume de modo inexorable su protagonismo

Ilustración: Nada es exactamente lo que parece

Ilustración: Nada es exactamente lo que parece

Una de las principales lecciones de Primavera revolucionaria, el reciente libro del historiador Christopher Clark (de próxima publicación en Galaxia Gutenberg), consiste en que nada es exactamente lo que parece. Y que, detrás de los éxitos y los fracasos momentáneos de una u otra opción, se ocultan movimientos subterráneos difíciles de detectar al principio, pero mucho más determinantes a largo plazo. La coyuntura es el instante, mientras que las corrientes de fondo inundan el futuro modelando lenta o súbitamente la realidad. Así sucede hoy, por ejemplo, con el invierno demográfico que envejece el corazón de Europa. Así sucede con el salto tecnológico, cuyas implicaciones intuimos ya en forma de fracturas de clase, pero cuyas consecuencias últimas (el impacto de la robótica sobre el empleo o el de la inteligencia artificial, de la computación y de la big data sobre la tecnopolítica) tardaremos todavía unas décadas en poder calibrar definitivamente. Sin duda no serán buenas para aquellos países que permanezcan presos de sus demonios seculares ni para los que decidan encerrarse en sí mismos, aunque no hace falta apellidarse Tocqueville para diagnosticarlo. España, por ejemplo, lleva ya cuatro lustros de parálisis reformista, traducida en un empobrecimiento general que no solventan ni el endeudamiento –al que tan adicto es el Gobierno– ni las generosas subidas del salario mínimo interprofesional. Los problemas son otros: el acceso a la vivienda, el desplome de la calidad educativa, la baja productividad, la desindustrialización territorial, la ausencia de I+D, etc.; las soluciones, también.

Nada es exactamente lo que parece. Y, paradójicamente, a veces son los populismos los que mejor afinan más en su crítica a la realidad. No hablo de sus propuestas, sino de las preguntas que plantean: ¿es o no es un problema vital el acceso a la vivienda? ¿Y la okupación? ¿Lo son los salarios precarios? ¿Y la excesiva burocratización? He planteado preguntas antagónicas bien a sabiendas, recurriendo tanto al ala derecha y como a la izquierda del arco parlamentario. Que no nos gusten sus respuestas no significa que no estén proponiendo preguntas legítimas.

Nada es exactamente lo que parece. Mientras los partidos centrales de gobierno no se atrevan a mirar cara a cara la realidad, la complejidad de la coyuntura irá desgastando los fundamentos mismos de la convivencia y también de la prosperidad. Tomemos ahora, por ejemplo, los resultados de las elecciones vascas del domingo. Lo de menos es el empate técnico en número de diputados y casi en los votos entre el PNV y Bildu; lo importante es lo que se refleja en el fondo: el crecimiento del nacionalismo identitario sobre las ruinas de la izquierda nacional. Y, más aún, los efectos de las dinámicas activadas por el gobierno como precio a pagar por su permanencia en el poder. Al final, en el horizonte aparece la estructura confederal como el camino natural hacia el vaciamiento del Estado que ha puesto en marcha Pedro Sánchez.

Nada es exactamente lo que parece hasta que la realidad no asume de modo inexorable su protagonismo. Ya dijo Josep Pla que es un principio potentísimo. Por lo demás, apostillaba, «el món literari, imaginatiu, no és res». Yo discrepo de él y creo que el mundo imaginativo lo es casi todo. Pero entiendo sus palabras y sé a lo que se refiere. La clave reside en este casi. Cuando actúa la realidad con toda su fuerza, la imaginación se desvanece. Y sólo permanecen el poder desnudo y sus víctimas.

Suscríbete para seguir leyendo