Hace unos meses leía en Diario de Mallorca una entrevista en la que Esperanza López, nieta de don Docmael López, catedrático de matemáticas y político republicano, denunciaba que su abuelo era "un represaliado de segunda" y que merecía un reconocimiento público. Inmediatamente recordé una historia que mi abuelo, Andreu Jaume Planes, me contaba a menudo sobre "el funeral más triste al que he ido en mi vida". El funeral tuvo lugar en 1939 y el difunto era don Docmael López, que en 1938 había sido condenado a treinta años de prisión en consejo de guerra, acusado por los fascistas de ser un agente del "plan Lenin" que habría de someter la isla al poder soviético. Se trataba de la misma patraña que se habían inventado para juzgar y condenar a muerte a mi bisabuelo, Alejandro Jaume Rosselló, hoy ya hijo ilustre de Palma. En aquel funeral, me contaba mi abuelo, sólo habían escoltado el féretro un hijo de don Docmael, Julio López, y él mismo. Siempre me ha conmovido ese gesto solidario en tiempos de oscuridad. Hacía sólo dos años que a mi abuelo le habían matado a su padre. Franco, además, les había incautado todos los bienes y les había dejado en la calle, amparados tan sólo por la generosidad de dos tíos maternos, Ignacio y Juan Planes. En aquella época, estaba incluso mal visto que mi abuelo y sus hermanos llevaran luto por su padre, así que no debió de ser fácil tomar la decisión de acudir al entierro de un represaliado, en plena guerra todavía, pero mi abuelo no lo dudó. Esa imagen de él con Julio López despidiendo a quien había sido teniente de alcalde de Palma y vicepresidente de la diputación provincial, profesor suyo de matemáticas en el instituto -muy exigente, según recordaba-, me ha quedado, al cabo de los años, como un paradigma de la dignidad, el civismo y la ilustración que el franquismo trató de extirpar, condenando al país a un retraso histórico cuyas consecuencias todavía estamos pagando.

Don Docmael López -así le llamaba siempre mi abuelo- fue miembro del Partido Republicano Federal y luego, siguiendo la escisión de Martínez Barrios, de Unión Republicana, que se presentó con el Frente Popular a las elecciones de 1936. Ese año coincidió con mi bisabuelo en Madrid como compromisario para la elección del presidente de la República. Aunque pertenecían a partidos distintos, los dos compartían un mismo espíritu humanista, moderado y respetuoso con el adversario. Su compromiso político se originó por la constatación de las desigualdades sociales y por el amor al conocimiento, en un intento de integrar al país en la modernidad europea, porque el republicanismo -importa recordarlo- fue un movimiento reformista para toda España. Últimamente hemos visto como algunos políticos han denigrado conceptos como "exilio" y "prisión política" aplicándolos frívolamente a la situación procesal que viven algunos de los protagonistas del independentismo catalán, un espectáculo grotesco, reaccionario y preilustrado que nada tiene que ver con lo que defendían personas como don Docmael López o como mi bisabuelo. El franquismo no sólo atentó contra la cultura catalana sino que destruyó la cultura, las libertades y la democracia en toda España.

De niño tuve la suerte de conocer a un hijo de don Docmael, Enrique López Bermejo, abuelo de mi amigo y compañero de clase Sebastián López-Bermejo Feliu de Cabrera. Mi abuelo, cuando yo iba a casa de Enrique en Bunyola o en Orient, le enviaba saludos o preguntaba por sus hermanos a través de mí. Siempre noté que todos ellos formaban una especie de familia, condenada a un exilio interior, atemorizada y maltratada, pero siempre atenta los unos con los otros, custodios de ese espíritu que ni siquiera cuarenta años de dictadura habían podido erradicar. Creo que mi abuelo se alegraría si supiera que escribo estas líneas para pedir que la ciudad de Palma tribute un homenaje a don Docmael López. El 28 de febrero del año que viene se cumplirán ochenta años de su muerte en el Hospital Provincial, donde ingresó a causa del agravamiento de la enfermedad que sufría en prisión. Sería un buen momento. Julio López y mi abuelo se sentirían por fin acompañados y el "funeral más triste" se convertiría así en un acto de reconocimiento y gratitud hacia un hombre que dedicó su vida al estudio, a la docencia y al bien común.