La buena marcha de la economía responde siempre a un equilibrio precario, más aún cuando -como es nuestro caso con el turismo- hablamos de un monocultivo. Cualquier exceso a un lado u otro de la balanza tiene consecuencias, aunque no resulten evidentes en primera instancia. La notable expansión que ha disfrutado Mallorca en estos últimos años constituye un ejemplo perfecto de la pluralidad de causas que la empujan: el ajuste histórico de precios que ha facilitado la recuperación de los márgenes empresariales, la potente inversión realizada por las compañías en la mejora de la planta hotelera, el auge de las compañías aéreas low-cost y la compleja situación internacional que ha dañado a muchos de nuestros competidores. Los resultados están a la vista y se traducen en empleo, incremento en el número de turistas, aumento de precios y, en definitiva, mayor riqueza. En este contexto, cabe considerar que la recuperación por parte del Govern de la figura impositiva de la ecotasa fue probablemente un acierto. Por un lado, ayuda a sostener las mermadas arcas públicas en unas circunstancias de graves dificultades presupuestarias para la comunidad. Por el otro, dificulta la llegada de un tipo de cliente con menor poder adquisitivo, al encarecer el coste global de las vacaciones. Finalmente, una correcta distribución de los ingresos debería permitir realizar inversiones clave para la protección del medio ambiente y la mejora de las infraestructuras.

Sin embargo, no debemos olvidar esta ley no escrita de la que hablábamos al inicio: los equilibrios en economía son precarios e inestables, y su manejo requiere una monitorización constante. La apuesta del Govern por doblar la cuantía del impuesto turístico en temporada alta puede responder a la lógica partidista del poder -Podemos y Més per Menorca han sido los principales actores que han empujado esta polémica decisión-, pero también puede resultar imprudente si no viene contrastada por la responsabilidad fría de las cifras. Si bien es cierto que los números han jugado últimamente muy a favor de la industria hotelera balear, algunas circunstancias han empezado a cambiar y los vientos de cola ya no son tan favorables. Citemos solo dos ejemplos: la fuerte depreciación de la libra esterlina frente al euro, como consecuencia del brexit, y la recuperación de destinos competidores como pueden ser Grecia, Egipto, Turquía y Túnez. La prudencia, por tanto, debería formar parte del pesado fardo de la responsabilidad exigible siempre a nuestros gobernantes. Y la prudencia supone sobre todo respetar las reglas del largo plazo en lugar de ceder a las frívolas tentaciones del corto plazo.

Del mismo modo hay que valorar los vaticinios catastrofistas de los hoteleros mallorquines que, como consecuencia de la subida de la ecotasa, alertan sobre la eventual pérdida de un millón de turistas en 2018. Palabras fuertes que debemos poner en contexto, pero que a día de hoy seguramente resultan precipitadas. La competitividad futura de nuestra principal industria -que es como decir el bienestar futuro de nuestra sociedad- pasa por recuperar el sosiego necesario que otorga el cuidadoso análisis de las cifras reales, el estudio reposado de las medidas que se toman y el balance equilibrado de cuáles han sido los aciertos y los errores de las políticas públicas y de las decisiones empresariales. El progreso de las naciones se solidifica precisamente sobre la prueba y el error. Y este debe ser el camino a emprender, más allá de cualquier tentación electoralista o de augurios pesimistas. Competir en un mercado global no es sencillo, Y para hacerlo bien, la experiencia nos enseña que la receta adecuada consiste en cultivar la sintonía entre lo público y lo privado.