La economía balear depende en gran medida del estado de salud de la industria turística. Ha sido precisamente gracias al empuje de este sector -mucho más dependiente de la recuperación europea que del mercado nacional- que nuestro archipiélago ha podido hacer frente a la durísima crisis financiera de 2008 de un modo menos traumático que el resto de España. La fuerza del turismo a lo largo de los últimos años ha permitido modernizar la planta hotelera, ganar competitividad y recuperar unos aceptables niveles de empleo que, sin embargo, todavía distan de ser óptimos. Como suele suceder en estos casos, el vigor del crecimiento acaba por transmitirse con el paso del tiempo al conjunto de la sociedad: así, la recaudación de las administraciones públicas se dispara, la vivienda vuelve a coger fuelle, el consumo público y privado se acelera y, al final del proceso -una vez recuperado parte del empleo perdido-, los salarios empiezan de nuevo a ganar poder adquisitivo. La importante negociación del convenio de hostelería, que se encuentra a punto de arrancar, llega justo en este momento alcista del ciclo económico que hemos señalado, tras una serie de temporadas históricas para el turismo balear.

Por supuesto, el de hostelería no es un convenio cualquiera. En Mallorca afecta directamente a 120.000 trabajadores, de los cuales 70.000 corresponden al sector de alojamiento y el resto -unos 50.000- al de restauración. Se trata, por tanto, de una porción significativa de la fuerza laboral de nuestra isla. Y de que esta negociación crucial llegue a buen término dependen en buena medida tanto la paz social como una necesaria normalización de la demanda interna. En una clásica demostración de los postulados de la conocida Teoría de juegos, ambas partes -sindicatos y patronal- se han sentado en lados opuestos de la mesa a la espera de llegar a un punto intermedio. Es lógico que sea así. Pero el prólogo de esta negociación ofrece ya algunos matices interesantes. En primer lugar, la constatación de que el sector turístico se encuentra en un momento relativamente boyante tras los sucesivos récords de visitantes y el alza de los precios. En segundo, que a lo largo de esta década el sacrificio de los trabajadores de la hostelería ha sido muy elevado, tanto a en lo que concierne a los salarios como en un duro ajuste de personal. Y, en tercer lugar, la impresión de que dentro de la patronal existe una fractura entre los partidarios de ofrecer a los sindicatos una subida salarial cercana al 5 % anual para los próximos cuatro años y los que se muestran más reticentes a romper con la austeridad actual. La inesperada renuncia de Inmaculada Benito a la presidencia ejecutiva de la federación estaría relacionada con esta división interna a la hora de negociar con los trabajadores.

En estas circunstancias, se imponen dos ideas clave. La primera pasa por constatar algo obvio: si la sociedad en su conjunto ha encarado con entereza -y con grandes sacrificios- los duros años de una crisis económica que se ha alargado demasiado, debemos también salir unidos de la misma. Por lo cual resulta sensato que el crecimiento económico se reparta de un modo razonable entre los distintos actores implicados en la recuperación. Y esto nos conduce a la segunda idea, íntimamente conectada con la primera: las mejoras salariales se traducen a corto plazo en un mayor bienestar colectivo, en más dinamismo económico -vía ahorro y consumo- y en una menor tensión social, además de favorecer la marca turística de la isla. Motivos más que suficientes para alentar un acuerdo sensato, posible y racional que beneficie a la sociedad en su conjunto.