"Pone excusas para no ir al colegio y explica que siempre se meten con él", "le oigo llorar por las noches", "le veo triste", "ha bajado el rendimiento y ha llegado llorando del colegio en más de una ocasión", "ya no le invitan a casa de sus amigos a jugar" o "se ha peleado con algunos compañeros de clase" son motivos de consulta en salud mental habituales. Los padres, preocupados ante el comportamiento inusual de sus hijos, ante el rechazo a asistir a las clases, ante alguna reunión con los tutores que alarman de algún comportamiento o disminución del rendimiento de sus hijos, acaban acudiendo a consulta de psicología o pediatría solicitando orientación sobre cuál debe ser su actuación en estos casos. "¿Pero tan serio es?, ¿cree que se debe intervenir?" son algunas de las preguntas frecuentes cuando se identifican casos de bullying, es decir, situaciones de acoso e intimidaciones reiteradas, que suponen un desequilibrio de poder entre agresor y víctima. El desconcierto y la falta de información aún está a la orden del día. Pero, ¿por qué? porque se han producido con frecuencia (se normalizan), porque no se les otorga la importancia que tienen o porque se presuponen puntuales y se infravaloran. Y, sobretodo, porque los padres y madres no han recibido información precisa sobre esta cuestión.

Lo cierto es que las consultas sobre acoso, tanto en los centros sanitarios (de pediatría o de psicología) como educativos, son frecuentes; y no es para menos. Los últimos datos de revisiones sobre el tema indican que hasta casi 3 de cada 10 niños (un 29%) exponen que han padecido agresiones o intimidaciones de diferente índole de manera ocasional y un 11% lo han padecido de manera frecuente. Sin embargo, ¿es en consulta médica dónde se debe abordar esta tipología de abusos? Probablemente no serían tan frecuentes si se establecieran programas de intervención, y de prevención sobretodo, en el contexto escolar y con la implicación de la familia. Pero a menudo son inevitables, porque el aislamiento social, las burlas reiteradas, intimidaciones o abusos han provocado que los niños o los adolescentes desarrollen sintomatología ansiosa o depresiva, que interviene de manera significativa en sus vidas; repercute en su autoestima, en su autoconcepto, empeora su calidad en las interacciones sociales y/o provocan trastornos depresivos o ansiosos. Por lo que, la prevención es sin duda la mejor de las actuaciones.

Como padres, el primer paso es escuchar de forma activa. Simplemente escuchar, sin interrumpir, influir en el relato o someterlo a una batería de preguntas. Si se sospecha que las quejas tienen relevancia o pueden estar afectando al niño, se debe poner en conocimiento del centro, del profesorado responsable, del tutor o de la tutora. La actuación de los padres como agentes activos que se implican en el proceso, que interactúan con la escuela y que favorecen la adaptación de los niños a la situación, es inevitable. Los programas antiacoso en el contexto escolar que han demostrado eficacia se basan en pautas que implican a los padres. Empezando por las políticas claras y activas contra el acoso y a favor de los comportamientos positivos e inclusivos en los centros educativos. Haciéndolas llegar también a las familias a través de boletines de noticias y guías informativas sobre las políticas antiacoso que existen en el centro, para posteriormente, apostar por la incorporación de los padres en las mismas; bien sea porque participen en los comités de representación, como en las comisiones de convivencia, o porque se desarrollen sesiones formativas, en el formato que se considere más efectivo, y dotarles de aquellas habilidades que les permitan ayudar a sus hijos y tener un comportamiento corresponsable de tolerancia cero ante el acoso. Efectivamente, la piedra angular de los programas es la sensibilización de las familias. La toma de conciencia de que la intimidación es una violación de los derechos, que degrada a la persona y que conlleva toda una serie de repercusiones a nivel físico, emocional y social, a corto, medio y largo plazo. Por supuesto, se debe distinguir entre un mero conflicto entre niños de un abuso real, pero eso también debe ser enseñado a los padres. ¿Cómo? Incorporándolo como contenido en los programas educativos antiacoso. Lo que queda claro en los programas actuales antiacoso basados en la evidencia es que la intervención de los padres es uno de los pilares básicos en los que apoyarse. Además de la implementación de pautas disciplinarias claras, firmes y compartidas, y de una estrategia educativa inclusiva orientada a dar apoyo al alumnado víctima y al rechazo de las agresiones sean del tipo que sean, verbales, físicas o sociales.

La implicación parental no se limita a la intervención con la víctima, resultando igual de relevante cuando los afectados son los agresores. Los padres son los principales agentes socializadores y educativos de los hijos, al igual que el centro educativo por lo que, resultará relevante partir de un modelo de crianza parental positivo, basado en conductas prosociales, en supervisión de actividades, en establecimiento de límites y en disciplina efectiva y razonada. Ignorar los abusos de nuestros hijos no es una opción adecuada tampoco para ellos, y eso es importante dejarlo claro desde el primer momento. Si se producen, se debe repasar si la interacción con el niño o si las pautas parentales son las adecuadas o pedir ayuda para modificarlas.

Los padres son el principal sistema de protección de sus hijos. Son una pieza clave que influye en si un abuso quedará en un simple conflicto o tendrá repercusiones más serias para todos. De acuerdo con ello y respondiendo a las preguntas anteriores, "¿Pero tan serio es?, ¿cree que se debe intervenir?", la repuesta siempre es afirmativa.

* Grupo de investigación y formación educativa y social (GIFES-UIB)