José Ramón Bauzá visita la costa de Calvià y sobre el terreno afirma que resulta fundamental realizar una decidida apuesta por el turismo de calidad. Pero los políticos ya no controlan las redes sociales ni los medios de comunicación instantáneos. Al día siguiente, un whatsapp empieza a saltar de móvil en móvil. En él se ve de forma explícita a una mujer realizando una felación colectiva a un grupo de participantes en las pub crawling, las excursiones etílicas de Punta Ballena. El vídeo ya está en los tabloides británicos y en las televisiones de media Europa.

Las imágenes públicas de una felación pueden dar mucho juego. Van provistas de una espoleta fácil de disparar contra el lugar de los hechos y los tutores „que los hay„ de tales acontecimientos. Se prestan al morbo, a la comentario fácil y, si se quiere a la desinhibición pero, sobre todo, son delatoras de males mayores y de falsedades de comportamiento acreditadas por la contundencia de los hechos. Ahora toca rasgarse las vestiduras, no sea cosa que la áspera resaca de las excursiones etílicas acabe repercutiendo sobre quienes saben mirar a otro lado y hacen de la pasividad y de la permisividad normas de comportamiento habitual. De ahí la tormenta empresarial, institucional y política desatada. Si el video de la felación no hubiera trascendido a la opinión pública, las falsas apariencias indicarían que naa había pasado.

Cuando un ayuntamiento decide regular las borracheras por ordenanza está timando directamente a sus administrados. ¿Acaso pensaba el consistorio de Calvià que los turistas de las pub crawling acabarían su excursión tomando la plácida decisión de participar en actos de altruismo al día siguiente? La parte empresarial se conforma diciendo que la felación no fue a cambio de bebida gratis y crea una encuesta de valoración, el alcade anuncia investigación y la oposición dice que nunca debían haberse regulado las excursiones etílicas. Palabras dirigidas a que la tormenta amaine lo antes posible. Vuelven los problemas de incivismo en la frágil Cala Agulla. Al lado, en Cala Rajada, el ruido de cada verano crece en decibelios. La policía sigue la pista de grupos neonazis en Mallorca. Planteémonos, de una vez por todas, si vale la pena tener los hoteles ocupados y las calles llenas a cualquier precio, en vez de agachar la cabeza para que no nos reconozcan como mallorquines cuando ocurran cosas vergonzantes y toleradas como las de Punta Ballena.

Aparcaremos los escrúpulos y daremos el día libre a la moralidad para reír la gracia de la felación con el atenuante explicado de la voluntariedad de la autora, pero quizás no nos damos cuenta de que lo hacemos al precio de espantar el turismo familiar más sosegado y probablemente más rentable. También, directamente, el de mayor poder adquisitivo. A este paso, ambos emigrarán de puntillas, con la discreción de quien llora la desaparición de la isla de la calma sobre la cual no se atrevería a escribir hoy Santiago Russinyol. La diversión fácil y barata nos emborrachan sin permitirnos ver que el alcohol y el sexo no alimentan ni sirven como dieta de turismo estructurado.