España está emergiendo de la crisis; en cinco años, según destacados dirigentes de los órganos rectores europeos, será uno de los motores que impulsará el crecimiento económico en el continente. Espectacular. Después de penar desde 2007 se nos augura un futuro más que esperanzador, exultante: España transmutado en un país en el que manará la leche y la miel de la promesa bíblica. La nueva impensada tierra prometida. Solo que buena parte de los españoles únicamente la contemplará desde la lejanía, al igual que le ocurrió a Moisés, víctima del inacabable sadismo del Dios del antiguo testamento, tendrá vetado el acceso a la misma. Porque también nos anticipan los analistas que la clase media está siendo concienzudamente triturada, desaparece a ritmo creciente, siendo sustituida por unas amplias franjas de población para las que la precariedad, los sueldos bajos, de mil euros como mucho, son norma. De la crisis emerge una nueva clase, que ya se denomina "low cost". Una clase a la que, con el paso del tiempo, se le contará que hubo un tiempo en el que en España existieron unas amplias clases medias que garantizaban una adecuada paz social y mantenían una envidiada estabilidad política.

Lo sucedido en Burgos es un síntoma de lo que puede estar por venir: la irrupción de brotes de crispación incontrolados. Ha sido una cuestión aparentemente menor la que ha incendiado la ciudad castellana. Burgos, la capital de la zona nacional en los años de la Guerra Civil, desde la que el general Franco emitió el último parte de guerra, una ciudad conservadora, de derechas de toda la vida, en la que el PP jamás ha perdido la condición de partido ampliamente mayoritario. Una ciudad de la que no podía esperarse una situación como la que se ha vivido. Ha sido tal el susto que el alcalde, por directa imposición de Madrid, se ha visto obligado a anunciar la suspensión de las obras del bulevar que debía atravesar una de sus barriadas. Se teme, con razón, que el contagio haga acto de presencia.

Los expertos alertan: mucha gente, seguramente demasiada, se halla en situación límite, hastiada, irritada porque se nos anuncia insistentemente una recuperación que no perciben en su vida. Se nos dice que las reformas llevadas a cabo por el Gobierno nos han sacado de la recesión, que han sentado firmemente los pilares que posibilitarán la creación de empleo, propiciado por el crecimiento sostenido de los indicadores económicos. Una jerga, la que se utiliza, que nada dice a los ciudadanos. Crecimiento sostenido de los indicadores económicos. Qué es eso. Más vale que no tienten a la suerte, porque aunque sea verdad que la que se denomina macroeconomía mejora, el bolsillo de casi todos empeora ostensiblemente. Los datos lo confirman: los beneficios de las grandes empresas, incluidos los bancos, han aumentado, al igual que se han incrementado sensiblemente los sueldos que perciben los altos directivos; al tiempo, los salarios de los trabajadores y de los cuadros medios de las empresas disminuyen. Nada hace sospechar que en algún momento cercano en el tiempo la tendencia se revierta. El resultado es el apuntado: la centrifugación de la clase media, condenada a una segura extinción.

Sorprende que quienes nos gobiernan no caigan en la cuenta, y si lo hacen o no les importe o constaten su impotencia para modificar la situación. Lo que acontece es la garantía de que nos aproximamos hacia una considerable inestabilidad política y social. Burgos es un aviso. Si en España la clase media queda reducida a la mínima expresión, si deja de contar como uno de los sectores esenciales para garantizar la estabilidad, nos las veremos con escenarios que se suponía que eran parte de la convulsa historia de España. La Segunda República, dicen no pocos historiadores, fracasó en buena medida por la inexistencia de unas clases medias poderosas, capaces de amortiguar el brutal enfrentamiento entre las clases altas y la gran masa trabajadora. ¿Será verdad que las viejas teorías marxistas de la lucha de clases volverán a ver la luz? Apenas siete años atrás hubiera sido impensable. Ahora no está tan claro que no vaya a suceder. La que desde luego lo pasa mal y lo puede pasar peor es la desacreditada socialdemocracia, a la que le compete no poca responsabilidad en la imposición de las actuales políticas económicas.

España saldrá de la crisis, tal vez con más rapidez de lo pronosticado, cómo lo hará es asunto muy distinto. Una pauperización de las clases medias es lo que resta para que la crisis político-institucional que tenemos encima adquiera una dimensión que todavía no se aquilata con nitidez. Las cosas se están poniendo muy difíciles: Cataluña es un hervidero con la vista puesta en el nueve de noviembre. El País Vasco está a la espera. Allí gobierna el partido que seguramente exhibe mayor inteligencia y estrategia política de España. El PNV ha aprendido a aquilatar adecuadamente los tiempos. Ha empezado a moverse. Detecta que ha llegado el momento. No es una buena noticia para la resquebrajada estabilidad institucional.

¿Alguien es capaz de sostener razonablemente que sin unas poderosas clases medias España está en condiciones de abandonar la crisis y retornar al juego bipartidista que ha imperado en más de tres décadas? Si de las elecciones de 2015 emerge un esquema multipartidista, sin mayorías claras, que dificulte mucho la gobernabilidad de ayuntamientos y comunidades autónomas, sin un gobierno central fuerte, lo que suceda no será grato. Sin olvidar que está pendiente de resolver la sucesión en la jefatura del Estado. La monarquía también ha de solventar una difícil papeleta.