Joaquín Sabina, a punto de presentar un musical que funciona a la vez como recopilatorio, dice que se siente póstumo y sólo desea ser un cadáver exquisito. Nada extraño, habría que decirle: a partir de una edad casi todo el mundo que haya vivido algo y no sea un necio se siente póstumo, y vive consigo mismo, e incluso se ama, con una cierta sensación de necrofilia. ¡Qué patético, en cambio, el (necio) empeño en mostrarse joven, en tratar de negarle al tiempo sus derechos de paso por los cuerpos! El privilegio es vivir la posteridad de uno mismo, cuando todo ha cambiado tanto alrededor que le cuesta ya comunicarse con el entorno, pero aún conserva la lucidez para mirarlo, como si fuera un espectáculo con algo de futurista. Es el privilegio del dulce cansancio de las células, ése que no lleva al hastío ni la derrota, sino al confort de una cierta intemporalidad, como la de Drácula.