El rescate de Grecia no está resolviendo el problema de este país, y por una razón nada difícil de desentrañar que entenderá cualquiera si se recurre al símil doméstico y privado: para que un deudor en apuros pueda devolver sus créditos, es preciso ayudarle para que recupere su actividad y sus beneficios, de forma que sea capaz de generar recursos suficientes para que los acreedores recuperen lo prestado. Si se le presiona demasiado, si se le impide que produzca y haga caja, será imposible que cumpla con sus obligaciones financieras, con lo que tendrá que declararse en quiebra y los acreedores perderán gran parte o la totalidad de lo prestado.

En el caso de Grecia, el préstamo envenenado de 110.000 millones de euros por el fondo de rescate de la Unión Europea a un interés altísimo, supeditado a la realización de un gran ajuste fiscal que incluye un severo recorte del gasto y una importante subida de impuestos, ha tenido efectos devastadores sobre la economía griega. Ya se sabía que todas estas medidas prolongarían la recesión en el país heleno, pero la realidad ha sido mucho más dura que lo esperado: en 2010, la caída del PIB ha sido del 3,3%, pero con tendencia creciente, de forma que en el cuarto trimestre del año pasado la caída era ya del 6,6% del PIB. Es evidente que a este ritmo será imposible que Atenas devuelva algún día el principal y los intereses del socorro recibido. Un socorro que no es en absoluto filantrópico: tiene por objeto defender los intereses de los bancos, centroeuropeos en gran medida, acreedores de Grecia, que podrían verse perjudicados por el hundimiento de la economía de este país.

En otras palabras, la maquinaria económica griega no es lo bastante potente para subir la pronunciada cuesta del rescate y el ajuste y ha empezado a recular, con riesgo evidente de desastre. Ante esta evidencia, Merkel ha decidido hacerse cargo de la situación y hoy viaja a Bruselas para estudiar la situación con Barroso y con Van Rompuy. Los analistas –y, en concreto, la agencia de rating Standard & Poors, que ha rebajado la calificación de la deuda griega al nivel de los bonos basura- están convencidos de que el problema no tiene solución sin una reestructuración que incluya un fuerte quita, no inferior al 50% del principal; sin embargo, Berlín no está dispuesto a que sus bancos sufran tal quebranto y pretende ensayar otras opciones: una nueva ayuda, .la rebaja de los tipos de interés, el aplazamiento del pago o todas estas cosas a la vez.

En realidad, ya se pudo prever que el gran ajuste que pretendía que todas las economías periféricas de la UE, incluida la española, cumplieran el pacto de Estabilidad en 2013 era muy peligroso porque frenaría el crecimiento, prolongaría en algunos casos la recesión –Grecia, Portugal- limitaría las posibilidades de otros países –España entre ellos- y quebrantaría el estado de bienestar de los países más dañados, con grave perjuicio para los ciudadanos. Pero el consenso conservador que inspira al directorio encabezado por Merkel no se avino a razones y fomentó la actual paradoja: las ayudas han sido tan poco generosas que en lugar de reconfortar a los enfermos han terminado de postrarlos. En cualquier caso, que nadie dude de que la quiebra previsible de Grecia, y quién sabe si de algún otro país, no la pagarán los bancos europeos sino los sectores públicos de la UE, las sociedades civiles, la ciudadanía. ¿Alguien imaginaba otra cosa?