Si hay una frase que sobresale sobre las demás, por su valor expresivo, en los 147 folios del auto incriminatorio contra Jaume Matas por la docena de cargos que se le imputan dentro del caso Palma Arena, es la afirmación "ha venido a este juzgado a burlarse de los simples mortales" que le espeta el magistrado. El auto tiene una alta solidez jurídica y está dotado de una claridad expositiva e incluso de una amenidad argumental nada frecuente en las resoluciones judiciales. El juez Castro está tan convencido del grado de responsabilidad de Jaume Matas que no sólo, en contra de lo acostumbrado, no rebaja la fianza de tres millones interesada por la fiscalía y la acusación particular, sino que advierte al divino encausado que la cantidad está "adecuada a la economía del procesado" y que "dada la gravedad de los hechos, bien puede darse por satisfecho de que no se haya interesado una medida cautelar más severa". En pocas palabras, el juez deja claro que no manda a Matas a la cárcel porque nadie se lo ha pedido.

En condiciones normales, un destinatario de tan extensa y contundente resolución se hubiera apresurado a esconderse bajo las piedras, pero Jaume Matas, no. El juez ya ha clarificado que está al margen del comportamiento del común de los mortales. Quizás por esto mismo no ha tenido la dignidad de acudir a los juzgados para conocer su futuro ni la valentía de darse de baja en persona de un PP que sigue demasiado condicionado y distorsionado por los efectos tóxicos de los comportamientos personales y la gestión pública del ex president y ex ministro. Con la geografía española por celda, Jaume Matas buscará ahora la comodidad del silencio y el anonimato o pretenderá seguir gastando a escondidas pero, con doce cargos sobre sus espaldas, consecuencia de sus responsabilizare oficiales, resultará imposible. También por la reacción de un partido que, pese a la baja temporal, sigue siendo el suyo.

Este es uno de los aspectos más llamativos de la situación actual, el paso de puntillas del PP sobre un asunto en el que permanecerá embarrado mientras no pise fuerte sobre él. Resulta que en el mejor de los supuestos, Jaume Matas ha confesado un alto fraude fiscal y que fiscales y juez hablan sin rodeos de abundantes indicios de financiación ilegal del PP a través del Palma Arena. Mariano Rajoy, que ha compartido con Matas la mesa del Consejo de Ministros, no puede dejarlo todo a merced de la "suerte" que le desea y, al igual que José Ramón Bauzá, seguir aferrándose al silencio, porque no estamos precisamente ante un juego de azar. Tampoco existe punto de apoyo para el alivio de Miquel Ramis cuando afirma que "ahora sí, Matas es un ciudadano privado". Le quedan demasiadas cuentas públicas, éticas y morales por salvar.

Por eso mismo, la divinidad, política, eso sí, de Jaume Matas se estrella sobre el PP. El impacto permanecerá mientras el partido no haga acto de contrición y renuncia expresa del lastre y legado que le deja su ex president plenipotenciario o muestre gestos de humildad ante la ciudadanía. Sólo en este punto podrá comenzar una regeneración que debe significar mucho más que un cambio de caras y cromos.