En esta isla en la que casi todo lo relacionado con la política y la gestión de gobierno se trasvasa a sede judicial, también se investiga la protesta en bengala y confeti de quienes consideran que Mallorca ya está a tope de turistas y que la masificación de visitantes perjudica a todos. ¿Se cuestiona el método o la finalidad?
Cabe tal interrogante desde el momento en que se constata la proliferación de gamberradas semejantes y demás incivismos en cualquier botellón y hasta verbena de tutela municipal o inocentada juvenil que, pese a deteriorar el mobiliario urbano, ni siquiera merece la queja de las instituciones.
Los hoteleros han denunciado a Arran y se usa como prueba de cargo un video de protagonistas difíciles de identificar, tanto que ahora, 5 de los 12 investigados aseguran que no estaban en Mallorca el día de autos, el pasado 22 de julio. El Govern se ha asustado y tacha de violentos a los activistas de Arran. No mira más allá de una inquietud, de una reivindicación de la que se puede discutir el sistema usado para llamar la atención y no tanto la base objetiva que la motiva.
Parece evidente que la denuncia contra los jóvenes de Arran persigue más fines disuasorios que de reivindicación de daños ocasionados. La etiqueta independentista también se vuelve un efecto marginal ahora que todo está en contra de esta posición. Estamos, una vez más, ante el fracaso del diálogo y del descuadre entre posiciones de poder y de libertad.
