El puente de diciembre era esperado como agua de mayo. Muchos ciudadanos habían ahorrado durante todo el año para tener cuatro días de vacaciones, unas vacaciones que debían servir para desconectar del trabajo, la crisis, la rutina diaria y todos aquellos quebraderos de cabeza que tiene todo currante. No solo los controladores tienen estrés, ansiedad y hacen horas y horas en el trabajo. Durante estos dos días han sido muchos los trabajadores también con estrés laboral, pero ´mileuristas´, que han visto cómo sus ahorros invertidos en unas vacaciones para desconectar se esfumaban por la ansiedad de los controladores.

A nadie le pasa por la cabeza que un médico deje una operación a medias por mucho que haya cumplido sus horas o por muy cansado que esté. Es incomprensible, tan incomprensible como el caos que han armado los controladores con sus ansiolíticos. No hace falta que salgan con lagrimitas a pedir perdón a los viajeros por la que han liado, por dejarles sin vacaciones, por hacerles perder sus ahorros en un viaje nunca hecho. "Les hemos salvado la vida, es por su seguridad", fue la excusa de los controladores, un colectivo que "ha perdido el respeto de toda España", remarcan indignadas Àngela Mascaró y Catalina Quetglas. "Es incomprensible la actitud de los controladores. En una situación de crisis no pueden ir exigiendo. ¿Cuál es el colectivo que no se ha visto afectado por la crisis? Incluso los jubilados han visto recortados sus derechos", reflexiona Guillem Ferragut quien, tras estar toda la madrugada por la terminal de salidas, a las dos del mediodía estaba ante la oficina de Consumo para reclamar sus vacaciones perdidas.

"España ha dado una imagen deplorable y los controladores han perdido la razón y la credibilidad", relataba una trabajadora de handling que lleva 25 años en Son Sant Joan y nunca había visto algo semejante. En estos momentos, Catalina Quetglas y Àngela Mascaró debían disfrutar de su viaje en Estambul. Probablemente, ahora están de vacaciones, pero en casa. Desde la una de la madrugada del sábado estaban en el aeropuerto. Su vuelo salía a las 4, pero se canceló. Sentían rabia, impotencia. "Lo que han hecho no tiene nombre", reiteraban. Y es que su reflexión es común a casi todos los afectados: estamos en plena crisis económica, muchos han hecho enormes esfuerzos para poder disfrutar de cuatro días de vacaciones, un viaje que se ha visto arruinado por la actitud de un colectivo que ha paralizado el país. Se han quedado sin vacaciones, pero los ciudadanos "atrapados" en el aeropuerto han dado una lección de educación y buen comportamiento. No se han vivido escenas de histeria. Sí de resignación. Se han solidarizado con el personal de las compañías ya que han tenido que doblar turno. Saben que la única responsabilidad del caos es de un colectivo y de unos mandatarios. "Entiendo lo que reivindican, tanta culpa tienen los controladores como el Gobierno", dice Emilio Casanova.

María, Juana y sus amigas llevaban desde febrero preparando su viaje a Roma. Ayer al mediodía ya habían conseguido que les reembolsaran el coste de sus vacaciones. Más vale mirar la parte positiva del asunto. La suya es "no volver a viajar en puente".

La terminal de salidas era un trajín de viajeros que, equipaje en mano, hacían el recorrido desde las oficinas de las compañías al bar, del bar a las pantallas, y de las pantallas de nuevo a la cola, a esperar. Para evitar el cansancio de estar de pie algunos transportaban sillas de un lado al otro.

¿Qué le diría a un controlador si tuviera la oportunidad? Es verdad que algunos reaccionarían a puñetazos, pero la reflexión la hace Maria Concepció: "Le diría que es una persona insolidaria. Con la situación actual, que muchos no cobrarán ni los 426 euros, no tienen derecho a fastidiar a todo un país".

Y es que los pasajeros entienden sus reivindicaciones, pero rechazan sus formas. "Es una vergüenza. Si quieren protestar, que convoquen una huelga, pero no pueden dejar colgada a la gente como lo han hecho", razona Miquel Gual. "Tienen derecho a protestar pero no pueden dejar tirada a la gente", coincide Pau Mateu, que junto a sus amigos de sa Pobla tenían que pasar el puente en Málaga. Después de facturar las maletas el viernes y esperar hasta las doce de la noche, recogieron su equipaje "abandonado en unas cintas", y regresaron a casa. Ayer, otra vez maleta en mano, paseaban de un lado al otro en busca de información. Al final "iremos a Lluc", decía resignado Sebastià Gual. Sebastiana Blanc se sentía rehén de un terrorismo encubierto. Estaba enfadada, y es que era la segunda vez que intentaba ir a Estambul. Primero lo tuvo que anular por motivos personales y ahora por la ansiedad de los controladores. Ahora ya ha aceptado que no habrá una tercera vez. "No hay derecho", ha sido la frase más repetida entre los ciudadanos afectados por los Valiums de nuestros controladores.