Ay del periodista que se cree una bendición para la humanidad. Improvisa y confunde. Este trabajo consiste en dejar que hablen otros. Por ejemplo, en escuchar los millones de palabras vertidas sobre la Familia Real. A Juan Carlos de Borbón no se le toman fotografías, sino radiografías. Cada imagen del monarca se somete al escrutinio de millones de médicos aficionados, que efectúan un diagnóstico y un pronóstico. Se ha instalado así una nebulosa patológica. No pretendemos disiparla, sino cumplir con el precepto jurídico "Audi alteram partem" –"con el Audi a otra parte"–. Pues bien, la verdad oficial y oracular establece que "el Rey está sano como un roble".

Hay datos que deberían alcanzar a la población, aunque sea a través de un periodista. Aceptando la salud de hierro del monarca y su firme voluntad de continuar en el trono, ¿por qué le supera su esposa en apariciones públicas? "Según las encuestas, la Reina es el miembro de la Familia Real que ofrece una imagen más cercana a los ciudadanos".

Se admite oficialmente que hay miembros de la Familia Real que "opacan" a otros. No vamos a enredar aquí con el conflicto entre las hijas de los Reyes y su nuera, un enfrentamiento que han descubierto en Madrid unos años después de que fuera desgranado en esta sección. Las Infantas forman parte del folclore, Letizia es la madre de la continuidad del Estado en su actual configuración.

Por tanto, el mayor problema que afronta La Zarzuela consiste en que Letizia Ortiz "opaca" al Rey y monopoliza la imagen de la institución. Con el agravante de que el combustible que propulsa esa sustitución es la explosiva prensa del corazón y de que la Princesa no sabe callar, como buena periodista. El síndrome de Lady Di, aderezado por el "fantasma de la sucesión", por respetar la denominación oficial para disipar ansiedades. Esperar es la profesión más difícil, y la Constitución encomienda esa agotadora tarea al Príncipe. Se asegura que no habrá sustitución a espaldas de las previsiones, pero los acontecimientos de esta semana refuerzan la transición.

El Estado se complica, cómo no recordar los tiempos en que el Rey y su cuñado Constantino de Grecia se desplazaban en un Seat 600, hasta el cine palmesano donde se proyectaba una película de James Bond. Esa visita se programaría hoy con semanas de antelación, en el país donde Miguel Bosé exige que se enmoquete su camerino de Felanitx, porque una estrella no puede pisar un embaldosado. El divo también reclama un catering para doscientas personas, y eso porque nos ponemos austeros.

Cada semana recibo la llamada de una persona que viene de navegar por Formentor, y ha quedado horrorizada por la magnitud de Villa Cortina. Los más ingenuos creen que la vivienda es el hotel, dado el impacto comparativo. Mientras tanto, nos cuentan que la mansión patrocinada por Francina Armengol tiene problemas estructurales y acuosos. Nos duele profundamente. Por cierto, la presidenta sin funciones del Consell Inmobiliario de Mallorca disiente del procedimiento seguido por Ferraz, para descabalgar a Tomás Gómez y proclamar a la Sanísima Trinidad. Sin embargo, la gobernanta mallorquina no se atreve a expresar su oposición en los órganos del partido, por lo que desde aquí le echamos una mano.

Después de Michael Douglas, me insisten en que Bruno Entrecanales es el nuevo s´Arxiduc. Si quiere usted comprar Son Galcerán, la emblemática propiedad de Manolo March, ya puede ir preparando unas decenas de millones de euros. Por un precio más moderado, Mouna Al Ayoub –la famosa Lady Mouna– ha adquirido a través del Banco de Sabadell la finca de Son Xiclati en Son Servera. Consta de dos hermosas casas sobre una colina, la segunda de ellas destinada a sus hijos con el billonario árabe Nassir al Rashid. Plasma así finalmente su intención de convertirse en mallorquina de adopción pero, cuando iba a acometer el paisajismo y la decoración, se ha encontrado con la reclamación de comisiones que considera injustas. Sólo hay una forma de considerar sana la política mallorquina, y consiste en compararla con el sector inmobiliario de la isla.

Como espectador enfermizo, sé que los críticos siempre se quedan cortos. Escriben para congraciarse con artistas y escritores, nunca piensan en los destinatarios de sus comentarios. La labor de Luis Aguiló de Cáceres en música clásica fue ejemplar por todo lo contrario. No sufría de vértigo a la hora de exponer su opinión. Arbitral y personal, porque tal es la prerrogativa del juez de papel con el respaldo de su cabecera.

Aguiló de Cáceres era puntual, documentado, exigente con la publicación de sus piezas y exhaustivo. Comprometido con su trabajo, nunca se quejaba de las exigencias de su profesión, un periodista como la copa de Ulpino que se mofaba abiertamente de los dardos que recibían sus crónicas. Pere Estelrich se preguntaba en su obituario quién critica al crítico, pero esa cautela de privilegio se deshace en el ágora de internet. El mayor peligro social es la degradación del fuelle crítico, no su hipertrofia. Verbigracia, el tufo de botafumeiro que envuelve a la Familia Real es tóxico para ella.

Gran parte de las manifestaciones artísticas son infectas amén de subvencionadas, una evidencia que nunca admitirán sus ejercientes y promotores, pero que la higiene social exige desnudar. Además, criticar condena a la soledad y exige un coraje adicional que nunca amedrentó a nuestro compañero Aguiló de Cáceres. Y no lloramos únicamente la muerte de un crítico, sino la pérdida de peso de esa labor, la mayor amenaza que se cierne sobre los medios de comunicación.

Reflexión dominical penal: "El amor no tiene cadena perpetua, pero sí pena de muerte".