El cadáver de un indigente alemán, de 61 años, permaneció ayer seis horas tumbado en los bancos de la terminal de salidas del aeropuerto de Palma. Ninguno de los miles de pasajeros que se disponía a tomar sus vuelos reparó en el cuerpo inerte que estaba a escasos metros. René Becker, conocido amigablemente por 'el Barbas' entre el personal del aeródromo palmesano, falleció ayer entre la más absoluta indiferencia de los pasajeros en la que había sido su ´residencia´ durante los últimos siete años.

Sobre las cinco de la madrugada, el personal del aeropuerto se percató de que René, 'el Barbas', no respondía. Su sueño aparentaba ser más profundo de lo normal. Al momento se percataron de que no tenía pulso. El cadáver ya estaba frío.

Un médico forense del juzgado de Palma se desplazó hasta Son Sant Joan para examinar el cuerpo. El facultativo dictaminó que el indigente alemán había fallecido hacía al menos seis horas. El cadáver había permanecido durante seis horas en la terminal de salidas del aeropuerto palmesano.

Una vez que el médico certificó su defunción, el cuerpo de René Becker fue trasladado por los operarios de los servicios funerarios hasta el Instituto Anatómico Forense de Palma. Hoy se espera que le sea practicada la autopsia.

Ignorado

Miles de pasajeros que se disponían a abandonar Mallorca pasaron junto al lugar donde estaba René Becker. Los viajeros de seis vuelos con destino Palermo, Goteborg, Nador, Leicestershire, Doncaster o Eivissa coincidieron necesariamente con el cadáver de 'el Barbas' tendido en un banco de la terminal de salidas.

Otro tanto ocurrió con los pasajeros que tomaron sus aviones en las últimas horas del miércoles con destino a ciudades europeas tan concurridas como Londres, Barcelona, Madrid, Manchester, Liverpool, Colonia, Nuremberg, Nantes o Belfast. Para todos ellos la muerte de René Becker pasó por completo inadvertida.

Durante los siete años que René Becker decidido voluntariamente fijar su ´residencia´ en el aeropuerto de Palma se había convertido en una persona entrañable para la inmensa mayoría de los trabajadores. Su poblada barba blanca, unida a su sempiterna gorra, le habían hecho granjearse el apelativo cariñoso de ´El Barbas´.

Su carácter afable despertaba simpatía por doquier. Algunos turistas le ofrecían comida y otros, los más osados, querían hacerse una foto con él. También le daban una propina que él tomaba de buen grado. Ninguno sospechaba que se encontraban ante un ingeniero alemán que había preferido dar un giro copernicano a su vida y asentarse en el aeropuerto palmesano.

Hace tres años, su hija Patricia, que contaba entonces 24 años, se desplazó desde Alemania y se reunió con su padre. Su intención era traérselo de vuelta a su país. Aunque René no ocultó la alegría por el reencuentro, rechazó el ofrecimiento y siguió en Son Sant Joan hasta el fin de sus días.