­Gabriel Gaillard era un hombre solitario. Apenas salía de casa y no tenía relación con nadie. "Llevaba viviendo aquí unos doce años, y creo que yo soy el único con el que hablaba de vez en cuando", comenta uno de los vecinos.

Había nacido en Suiza, en una familia de emigrantes. Al parecer su padre había fallecido en un accidente laboral allí y la viuda y su hijo regresaron a Mallorca y compraron el piso de Porto Cristo hace unos doce años. "Él vivió siempre aquí con su madre. Me contó que había estado enganchado a la droga, pero que la había dejado. Ahora bebía de vez en cuando. Pero era buena gente. La verdad es que me daba pena. Como sabía que era madridista, le regalé una camiseta de Raúl y la tenía colgada en casa", continúa el mismo conocido.

La madre murió hace un año y se quedó sin su pensión. Parece ser que tenía problemas económicos, por lo que hace un par de meses decidió alquilar una habitación del piso.

Fue entonces cuando se instaló en el piso el presunto agresor. Si Gaillard era un hombre extraño, el recién llegado lo superaba de largo. Los vecinos cuentan que apenas saludaba. Siempre mantenía una actitud muy seria y reservada, y presentaba una evidente falta de higiene. Vestía siempre la misma ropa y se movía en bicicleta.

Gaillard, según explican, se había abandonado en los últimos años. Fumaba mucho en la casa cerrada y cuando abría la puerta salía un olor muy desagradable. Cuando los vecinos le convencieron para que dejara entrar a una empleada de limpieza, la mujer tuvo que ir a trabajar con una mascarilla en la cara.

Estos dos hombres estuvieron conviviendo durante unos dos meses. Los vecinos nunca oyeron discusiones entre ellos. Sin embargo, parece que la convivencia no era buena. "La última vez que vi a Gabriel fue el pasado martes", comenta el joven vecino. "Me dijo que quería echarle porque bebía mucho, y yo le dije: Pues échale, la casa es tuya. Él me respondió con un gesto, como diciendo que ya vería".