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Cuando el ‘Fortuna’ reinaba en Cabrera

El Parque Nacional resolvió con una boya semisumergida la querencia del rey Juan Carlos por fondear en cala Santa Maria

El yate real ‘Fortuna’, regalado por los empresarios mallorquines con un coste de 18 millones de euros, fondeado en cala Santa Maria, en el Parque Nacional de Cabrera.

Cuando a finales de los años 80 las embarcaciones fondeadas en cala Santa Maria, en Cabrera, veían acercarse la gran estela blanca que producían las potentes turbinas del yate Fortuna del rey Juan Carlos, obsequio del rey Fahd de Arabia Saudí, sabían con antelación que su jornada marinera iba a finalizar muy pronto: el tiempo que tardara la esforzada patrullera escolta en mostrar su proa, unos 30 minutos, y ordenar a todas las embarcaciones de la zona que levaran anclas de inmediato y buscaran un nuevo rumbo, lo que ocurría siempre, no sin algunas contrariadas protestas.

El archipiélago no había sido declarado todavía Parque Nacional Marítimo Terrestre (29 de abril de 1991) y don Juan Carlos ya lo había convertido en su refugio favorito al finalizar las regatas veraniegas, gracias a las facilidades que el veloz yate le ofrecía para llegar hasta su costa en apenas una hora de travesía desde la base naval de Portopí y, sobre todo, a la intimidad que allí encontraba como privilegio por su condición de jefe de Estado.

Solo o acompañado, don Juan Carlos elegía casi siempre el mismo lugar. En otras ocasiones se lo mostraba a ilustres visitantes, como Diana de Gales, ausente en la proa de la embarcación. Y un Carlos de Inglaterra que jamás había pasado una mañana tan horrible al sol. Era el verano de 1986 y don Juan Carlos era la imagen de la España moderna y democrática que nadie cuestionaba.

El Fortuna llegaba hasta el fondo de la cala y muy cerca de su margen derecho soltaba el ancla sobre sus praderas de posidonia, como también lo hacían los demás navegantes en aquellos años de tan poca conciencia ecológica. Don Juan Carlos no se escondía, saludaba a su paso a los otros navegantes con gestos muy simpáticos mientras se dirigía a su zona de fondeo predilecta. Incluso en una ocasión, en un día ventoso en el que una pequeña embarcación poco experimentada no paraba de garrear y buscaba con desespero un fondeadero mejor, el Rey salió a la cubierta del Fortuna y a voz en grito y moviendo los brazos en aspas le aconsejó al navegante que dejara de largar tanta cadena, que era un esfuerzo innecesario en aquella zona de aguas quietas.

Cala Santa Maria era una de las zonas preferidas para los navegantes antes de que Cabrera fuera declarado Parque Nacional porque estaba cerca del puerto, ofrecía un buen resguardo a los vientos de levante y sur predominantes en la zona durante los meses de verano, y posee atractivos muy especiales: la cova Blava, la cova d’en March y una gruta submarina de muy fácil acceso a poco más de un metro por debajo de la superficie, con una salida con oxígeno y luz natural en el interior de la gruta.

Don Juan Carlos y Constantino de Grecia, en el ‘Fortuna’. LORENZO

Declarado el archipiélago Parque Nacional el 29 de abril de 1991, el pasado jueves se cumplieron 30 años, la querencia del Rey por Cabrera presentó un problema a los nuevos gestores, que lo resolvieron instalando una boya semisumergida en el lugar de fondeo preferido de don Juan Carlos, en cala Santa Maria, donde hay otras boyas para usos exclusivos científicos y del personal del Parque Nacional.

Restringido el fondeo en todo el parque salvo en la red de boyas de la ensenada natural del puerto y con autorización previa, el rey Juan Carlos y el Fortuna se quedaron solos en cala Santa Maria durante 28 años, convirtiéndose el yate real en el único buque no científico que podía quedar amarrado allí cuando lo deseara, privilegio del que también gozó con el nuevo Fortuna que le regalaron los empresarios de Balears en el año 2000, con un coste de 18 millones de euros. Hasta que en 2013 renunció a él.

Felipe VI y el resto de la Familia Real, con la lancha Somni, han seguido utilizando la boya semisumergida de cala Santa Maria desde entonces. Pero de forma muchísimo más esporádica. Y la patrullera de escolta, como en tiempos de don Juan Carlos, ha continuado señalando el camino de regreso a todos los despistados que se han acercado a la zona, sabiendo que desde que Cabrera se declaró Parque Natural allí nadie puede detenerse, salvo el Rey.

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