La inauguración, el pasado día 7 de diciembre, del curso lírico en la Scala de Milán, el templo de la ópera, ha vuelto a provocar división de opiniones con una Traviata atrevida que encendió la desilusión, los abucheos y los bramidos del público, principalmente del conocido como loggionistas, considerados por algunos como fundamentalistas que no aceptan ningún cambio respecto al original. ¿Se han escuchado insultos alguna vez en el Principal?, ¿cómo reacciona el público mallorquín ante directores de escena vanguardistas?, ¿por qué se acusa a ciertos directores de escena de tiranos?, ¿son muchas las óperas innovadoras que se han visto en Palma en los últimos años? DIARIO de MALLORCA ha hablado con distintas voces de peso en este campo para despejar estos interrogantes y llegar a una conclusión: a los espectadores del Principal se les define como "poco efusivos" ante versiones escénicas modernas.

"El Principal es un escenario muy clásico en cuanto a las puestas en escena", afirma Francisco Cañellas, vicepresidente de la Associació Amics de l´Opera del Teatre Principal. Uno de los escasos y últimos escándalos que ha vivido este escenario se produjo hace más de cien años y tuvo como protagonista a Uetam, el bajo que cantó en el Mariinski y triunfó en el Real de Madrid antes de retirarse, famoso y rico, a su Palma natal. El abucheo después de una función de El barbero de Sevilla fue tal que "decidió, ofendido, no volver a cantar en el Principal", apunta Cañellas, para matizar: "Hoy en el Principal no se abuchea, pero cuando algo no gusta, se producen unos terribles silencios que para el cantante seguro que son más duros".

José María Moreno, actual director artístico del Principal, no se declara enemigo de las apuestas arriesgadas escénicamente, "siempre y cuando se justifiquen y no desvirtúen ni modifiquen sustancialmente la historia y el argumento del libretista y el compositor", aunque reconoce que son demasiadas las aberraciones que se cometen en nombre de la modernidad: "Son muchos los directores de escena que, con la excusa de innovar, buscan la notoriedad a base de provocar, cometiendo numerosos abusos que, en muchas ocasiones, dan como resultado productos escénicos de gran vulgaridad".

"En muchos casos, de la ópera solo interesa el título como reclamo. La ópera está de moda y pasa a ser un pretexto para el director de escena que antepone su versión a la esencia de la obra. Yo he oído decir a un director de escena el argumento no me interesa", asegura el director de orquesta Francesc Bonnín. El también ex director musical y artístico del Principal huye de cualquier propuesta en la que "todo se cambia y manipula con el único interés de provocar o ser diferente" y confiesa que, "afortunadamente", no ha sido testigo de ninguna bronca histórica en un teatro, aunque sí de "algunos intentos. La verdad es que son muy violentos. No olvidemos que el artista trabaja para el público y busca siempre agradar", subraya.

¿Hay obras más intocables que otras? "Las óperas de Wagner, o las de Richard Strauss, cuando tratan temas mitológicos, no tienen ningún problema de comprensión si se varía su ubicación. Pero Tosca sólo puede transcurrir en Roma en junio de 1800, y La Traviata en París, básicamente porque los intérpretes lo están diciendo constantemente", señala Cañellas.

Parece que algunos, con la "intención expresa" de que sea noticia el escándalo que se genera, buscan en el propio escándalo un cierto "prestigio", como los responsables de la producción del último Tannhäuser de Düsseldorf que, como apunta Cañellas, "tuvo que suspenderse después de la primera representación, obligando a presentar la ópera en concierto".

"La actualización de las puestas en escena es necesaria. La utilización de los recursos escénicos actuales (proyecciones, elementos virtuales, escenografías con movimiento) le dan un plus a la producción y al propio teatro que los exhibe, pero sólo si están al servicio de la historia que se cuenta en la ópera. Resulta absurdo relegar a los cantantes al fondo del escenario, o hacerles realizar movimientos incompatibles con el canto, y sin embargo muchos directores de escena no tienen en cuenta que el canto es, por lo menos, la mitad del espectáculo", argumenta el experto en ópera.

Algunos directores que siguen esta tendencia -añade- "manifiestan abiertamente su desconocimiento de la ópera como gran forma musical, y simplemente la utilizan para poner sobre el escenario ´algo´ que no tiene nada que ver con lo que el libretista y el compositor pensaron".

En el Principal, Stefano Poda, entre 1995 y el año 2000, presentó producciones más bien "atemporales", apuntan desde la Associació Amics de l´Opera: un Don Giovanni ambientado en el Carnaval de Venecia, "precioso, aunque incomodísimo para los artistas"; una Flauta mágica en blanco y negro, de estética muy parecida a Don Giovanni, "y también muy incómoda" -ambas gustaron mucho al público, y se repusieron-; y un Mefistofele que "resultó fallido en conjunto, en el que, por ejemplo, el coro estaba absolutamente relegado al fondo en su escena del Prólogo, lo que no tenía ningún sentido, puesto que es una grandísima escena coral y no se le podía escuchar", opina Cañellas.

"Eran producciones ´esteticistas´, en absoluto ofensivas, que al final resultaban un poco reiterativas. Poda usaba (y sigue usando) las óperas para poner sobre el escenario ´su´ mundo", agrega. Pero también fue más allá, y ubicó el Sansón y Dalila en un ambiente nazi (o para-nazi). "Funcionó magníficamente, en especial el primer acto, que transcurría en un campo de concentración. La historia se seguía perfectamente y era coherente. También utilizó coreografías contemporáneas para las escenas de ballet, y fueron estupendas. En el tercer acto volvió a las telas kilométricas y el espectáculo volvió a ser made in Poda".

Otro ejemplo lo sirvió Pere Noguera, quien dirigió una Cenicienta (Cenerentola de Rossini) ambientada en un circo, "pero la producción no tenía nada de transgresora. La Norma de hace unos años transcurría en una atmósfera un poco atemporal, pero en realidad era más una producción ´estilizada´, como las que se hacen ahora".

La soprano mallorquina María José Perelló, afincada desde hace un lustro en Alemania, donde profundiza en el repertorio wagneriano, es consciente de que vivimos en un momento donde lo visual tiene "muchísima importancia" y que la gente "necesita cosas nuevas", por lo que "cierto simbolismo e incluso ciertos cambios estéticos" merecen su aprobación. Pero lo que le parece que está "fuera de toda lógica es cambiar la historia de lo que se está narrando o alterar la personalidad de los personajes, algo que afecta también, evidentemente, al resultado musical".

"Y en una ópera -continúa- tenemos también un factor fundamental que es el texto. En una película, por ejemplo, sería impensable que un personaje dijera una cosa y que lo que se estuviera viendo fuera otra totalmente distinta. Entonces, ¿por qué se hace con la ópera".

Perelló ha visto algún que otro experimento inclasificable, como "un Don Giovanni donde los componentes del coro eran zombis", de ahí que lamente el aumento de "aberraciones" que en nombre de la modernidad" padece la ópera: "Según mi criterio, se comente muchas barbaridades.

Y en el caso de la ópera, que se disfruta mayoritariamente en teatros financiados por el Estado, se tendría que tener en cuenta qué es lo que el público quiere ver. Conozco a aficionados a la ópera en Alemania que ahora solo asisten a las representaciones en versión concierto, amantes del género que en un año igual asistían, pagando su entrada, a una decena de representaciones de la misma obra y en el mismo teatro. Es una pena que estos espectadores no frecuenten ahora los teatros de ópera".

A lo largo de la historia son muchos los grandes cantantes que, como Maria Callas, Bartoli, Pavarotti o Roberto Alagna, han sufrido en sus propias carnes la ira del público por papeles ´impuestos´ por los "tiranos de escena". La pianista y directora musical Maria Victòria Cortès presenció el pasado día 7 el montaje de la Traviata, firmado por Dmitri Tcherniakov, que fue abucheado en la inauguración de la temporada de la Scala de Milán. ¿Qué opinión se llevó ella? "Aplaudí ciertas cosas, como a la maravillosa soprano Diana Damrau, y aunque a mí me encantan las versiones modernas que renuevan las óperas que hemos escuchando tantas veces, en este caso la dirección de escena me gustó muchísimo al principio, pero así como avanzaba la obra fue perdiendo coherencia y al final hasta molestó y en mi caso al menos me impidió emocionarme con la muerte del personaje al final".

Cortès, que aplaude cualquier atrevimiento siempre que aporte "cosas interesantes y coherentes con la historia", no considera que el público del Principal sea "más frío que el resto", cree que el público mallorquín "en general no es muy expresivo, ya que ni se producen abucheos en ningún caso, pero tampoco cuando viene un gran intérprete no se le aplaude durante minutos como sucede en otros sitios. Es un público un poco templado", concluye.

Por su parte, Moreno, director del Principal, opina que "el público del Teatre es muy respetuoso y nunca protesta airadamente ante artistas que no le gustan, pero se manifiesta con calor y pasión ante los espectáculos que le entusiasman. Yo he sido testigo de noches memorables con un público entregado como el de los mejores teatros del mundo".

Su predecesor en el cargo, Francesc Bonnín, afirma: "Siempre he oído quejas del público del Principal pero yo recuerdo muchas veladas de grandes aplausos y éxito. A mí, personalmente, el público exageradamente entusiasta no me agrada. Le quita valor al aplauso".

En cualquier caso, ¿cómo reacciona un cantante cuándo ve que se le echa encima el público? Hay tantas reacciones como intérpretes. Algunos cantantes del pasado reciente son casi más famosos por sus enfrentamientos con el público que por su arte. "Uno de los grandes problemas de los cantantes es aprender a gestionar su ego, un ego que con los elogios, autógrafos, aplausos y ovaciones, suele ser muy alto. Por este motivo, muchos grandes artistas no han sido capaces de superar algunas broncas históricas. Es fundamental crecer como artista desde la modestia y la humildad", apunta Moreno.

A ningún cantante le hace gracia que le abucheen, "pero los cantantes que van a la Scala ya saben que juegan en un terreno incómodo. Lo mismo sucede en Parma", asegura Francisco Cañellas, para añadir: "En la Scala se aplaude muy poco durante la representación, lo que ya, de partida, no ayuda a subir el ánimo de los intérpretes. El público (es una percepción directa), sobre todo el de los pisos altos, se tiene en muy alta consideración, y se siente muy legitimado para abuchear a quien no está a la altura. Todo lo comparan con los grandes cantantes del pasado.

Ahora pasa menos, pero cuando han sido abucheadas figuras míticas como Freni o Caballé, y además con gritos muy ofensivos, está claro que nadie está a salvo de los odios y las rivalidades que existen en este mundillo. A ellas también se las comparaba con las que las habían precedido, especialmente con Marías Callas.

A Pavarotti, absolutamente consagrado, en los años 90 le abuchearon en un Don Carlo porque el púbico entendió que no tenía suficientemente preparado el papel. "Y por un gallo que se le escapó; un gallo es un accidente que puede tener cualquiera. Yo tengo la grabación en DVD de esa producción y me parece un absurdo que le pitaran. Eso sí, fue noticia en todos los informativos", subraya.

"Alagna se marchó por un abucheo no generalizado y que se produjo a los cinco minutos de empezar la función. A mí me pareció exagerada su reacción. Otros se enfrentan al público y lo desafían. José Cura montó un espectáculo en Madrid, devolviendo los insultos a quienes le abuchearon. También fue noticia", subraya.

"¡Si un artísta se va, le crea un enorme problema al teatro que lo ha contrado! No creo que sea correcto irse. Tampoco lo es que el público increpe al punto de hacer imposible seguir un espectáculo, concluye Francesc Bonnín.