La semana pasada fue el bombazo. Esta semana, también. Exitazo. Datos de audiencia de infarto. Es verdad que toda cifra esconde su contraria. Veamos. La Voz, el concurso vendido como lo nunca visto por Telecinco a pesar de que todos recordamos Operación triunfo, Factor X, Tú sí que vales, Tu cara me suena, e incluso Lluvia de estrellas, que se alimentan de las mismas gachas, alcanza nada menos que una media de cuatro largos millones de espectadores. Así lo podría vender el Gobierno, con Mariano Rajoy dando botes de contento, dentro de su parquedad emocional. En realidad, lo que quiere decir esa cifra es que más de cuarenta millones de españoles no vieron La Voz, pasaron de su puesta en escena, dieron la espalda al concurso, interpretaría la oposición, con Alfredo Pérez Rubalcaba al frente dando botes de contento, dentro de su parquedad emocional. Telecinco llevaba tiempo, mucho tiempo, dándonos la tabarra con el estreno del concurso de talentos musicales, y además de lo dicho se ha convertido en la espada del gladiador clavada en el esternón de Imperium, la impecable serie de Antena 3 que no ha conseguido audiencias a la altura de su interés. Así que felices a dos bandas. Éxito en lo propio, y casi derrota del enemigo, que del miércoles pasó la serie al jueves confiando en remontar audiencias sin esperar que ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, en Cuatro, también se alzara con un 14% de los espectadores. Acorralada, expulsada del miércoles por el chiringuito apabullante que regenta Jesús Vázquez, y humillada el jueves por los follarines de Luján Argüelles, Imperium se retuerce en su propio vómito de agonía. Y eso que, insisto, Imperium es más que una serie digna, es una serie muy bien hilvanada, muy bien contada, muy bien interpretada, y con la sorpresa de ver a Lluís Homar, el malvado Galba, con sentimientos que nos recuerdan que, a pesar de todo, es humano.

El bulto de Vasile

Con este panorama, Paolo Vasile ha de tener problemas para gestionar el hormigueo de su bragueta. Pero seguro que no tiene miedo. Está bien rodeado. Si mira a Telecinco, tiene un montón de coaches, si mira a Cuatro, los coaches se apilan en los rincones de la emisora. Todo son coaches. Coaches por aquí, coaches por allí. Pedro García, coach de Hermano mayor. Rocío Ramos-Paúl, coach de Supernanny. Manuel Díaz, coach de Padres lejanos. César Millán, coach de El encantador de perros, que los chuchos también tienen sus descarríos en un mundo que globaliza la perturbación. Marian Frías, coach de Sex Academy. Basta. ¿Y en La Voz? Buah, La Voz es una pura juerga de coaches. El Real Madrid, el Barcelona, el Valencia o el Numancia tienen entrenadores. La Voz tiene coaches. Yo es que me muero por un coach. Donde se pone un coach que se quite un entrenador, un consejero, un profesor. Es que no es lo mismo. Donde se pone una línea de crédito, que se quite un rescate, coño, dice Luis de Guindos mojándose el borde de sus labios resecos como un gañán económico. Donde se ponga un plan para garantizar los servicios sociales, que se quite un plan de recortes para guillotinar la educación o la sanidad, escupe como una estibadora en el bar del puerto, recolocándose la mantilla que hoy sí se ha puesto al salir de casa para darse un garbeo por la iglesia del barrio, Dolores de Cospedal, procurando que las cámaras no la pillen partiéndose el culo de la risa. Pues igualico. Donde se ponga un coach en La Voz que se quite un tarugo como David Bisbal, bulería, bulería, siempre serás mía.

Colegas de botellón

Pongámonos serios. Hablemos de verdad de La Voz, de lo bueno que tiene, de su equipo de humoristas. La Voz de Telecinco es como ¿Quién quiere casarse con mi hijo? en Cuatro. Si no fuera por las madres de estos pajilleros que se les pone dura en cuanto ven su ego en el espejo del retrete o de la discoteca, el programa sería una calamidad, una sucesión de muñecos con la picha liada a la neurona, un desfile de cretinos rebuscados en diferentes estratos sociales, desde el garrulo de mercadillo que va en mercedes para que lo miren, al pijo que lleva a las carreras de caballos a su cuadra de chonis, o al marica que no puede jugar con otra cosa que con muñecas. Pero ahí están las madres para dar realce intelectual al programa. Mira, este chico, le dice Mary a su Pedriño, el de las muñecas, me parece mú etéreo, no, mamá, contesta Pedriño, no es etéreo, quieres decir hetero. Otra. Isabel, mamá de un escupe fuegos, "a esta la he quitado yo, porque dice que limpia, que friega, que no sale de casa, y que él no tiene que hacer nada, pero también es de las de en mi coño y mi jaranda, nadie manda". Bien, en La Voz pasa igual. Para suplir el plomo del gusto efímero de escuchar a los concursantes están, además del coach Bisbal, la coach Rosarillo, ay, qué pasión, qué energía positiva, qué don de palabra, qué manera de transmitir sensaciones. Monstrua, que eres una monstrua, le dijo a una. Malú€ No sé qué decir de Malú. Que lo diga ella. Aquí va. Tía, por favor, o sea, de verdad, tía, tienes grosor, color, o sea, tía. ¿Qué me dicen? Es buena la jodía. Luego está Melendi, ese que lleva garabatos en los brazos, pone las pezuñas sobre la mesa como un Aznar adolescente e inmaduro, y da como resultado ser el más fresco de la tropa. Volvamos a Bisbal. Sus caras impostadas, como el que medita y piensa, pura contradicción si juntamos Bisbal y pensar en la misma frase, son como el Ecce Homo de Borja con tirabuzones. A lo que voy. Que la palabra coach, me da igual que esté bien escrita, que el singular o el plural no se escriba así, o que se pronuncie de esta forma o de la otra, me revuelve la bilis. Fíjense. A lo largo del programa se repite como unas cien veces. Con ella tratan de abrillantar y solemnizar lo superficial. Coach no es nada. Profesor, entrenador, ayudador, consejero sería demasiado para estos coaches gañanes que se portan y hablan como colegas de botellón cuando abren la boca, tía, vente conmigo, que tienes una peazo de voz, que soy un coach que te cagas.