Jaime Cladera ya es historia como presidente del Mallorca, pero sólo unos días antes de presentar su dimisión prestó al club su último gran servicio. Mientras en Madrid el TEAD (Tribunal de Arbitraje Deportivo) escuchaba los argumentos del G30 y de Miguel Coca en relación a la demenda de los primeros, a pocas manzanas Javier Tebas tenía que escuchar las verdades que le cantaba el primer ejecutivo mallorquinista, acusándole de tener secuestrada a la Liga, entre otras razones. El abogado aragonés, instructor de 22 de los 27 concursos de acreedores instados por los clubs, a 300 mil euros anuales por cabeza, es arte y parte ante el principal de los mismos, la Liga de Fútbol Profesional, de la que es vicepresidente de oficio y, en calidad de lo cual, acepta o no las propuestas de los convenios de los concursados.

Cuando dicho papel no le conviene, se erige en representante del G30, en el que sólo continúan cinco de los equipos de Primera División, a 1.500 euros mensuales por cada uno de ellos, lo que tampoco es mala cifra. Y aún más, figura como consejero delegado de una sociedad dependiente de la Liga que lleva a cabo actuaciones paralelas, aunque en distintos ámbitos. Impulsó a Mateu Alemany en su disparatada carrera en pos de la presidencia de la Federación Española de Fútbol, usando al mallorquín para intentar derribar a Angel Villar.

Con una mano a a Dios y otra al diablo, pasó de servir los intereses de Sogecable a los de Mediapro, prestatario del Mallorca bajo petición del andritxol, que le vendió las acciones del Mallorca que posteriormente ha puesto en manos de Pedro Terrasa, adalid de Jaume Roures, y quien ha instado el cese de Cladera. El exconseller de Turismo sólo ha sido un instrumento, porque el verdadero objetivo es otro: Serra Ferrer. ¿Podrán con él? Ahora mismo todo parece depender de Gabriel Cerdá, de quien se sabe muy poco para arriesgar una quiniela. ¿El Mallorca? A nadie le importa un bledo.