Tuvo tal manera de conquistar al público que salió a hombros de la plaza de toros de Inca sin cortar una sola oreja. Así lo recuerda Pablo Llompart –Pablito por aquel entonces–, el torero inquer conocido como el niño del bar Matías. Pese a su juventud, abarrotó las gradas el 10 de junio de 1956 con miles de personas que le aclamaron. "Fue el día en que la plaza estuvo más llena", rememora.

Esa fue una de las numerosas anécdotas que Llompart narró durante la visita guiada a la plaza de toros de Inca que se celebró ayer. El extorero ejerció de cicerone junto al regidor de Juventud del consistorio y aficionado a la tauromaquia, David Devis.

Entre ambos recordaron que la plaza se estrenó en septiembre de 1910, cuando aún no se había acabado de construir. En 1912 –ahora hace cien años– finalizaron las obras y desde entonces permanece activa, aunque ahora solo acoge una corrida al año con motivo de la fiesta patronal de San Abdón y San Senén.

Fotografías históricas, cartelería, trajes de luces o una montera regalada por Manolete fueron algunos de los objetos que vieron en el museo taurino las 50 personas que acudieron a la visita guiada. Devis explicó con detalle los diferentes artilugios que se utilizan en una faena y recreó con detalle las fases para terminar con el morlaco. En cuanto a si hay que dejar vivir o no al toro, Devis zanjó un conato de polémica diciendo que "en las matanzas también matan al cerdo y nadie se queja".

Tales explicaciones no convencieron a todos. "A mi esto me angustia, pensaba que era una visita al edificio", comentó una participante. También hubo tiempo para eso. La visita pasó por la enfermería, donde en 1929 falleció el único torero que no ha salido vivo de Inca. La capilla, el patio de caballos o el desolladero, donde despiezan al toro muerto para convertirlo en filetes, fueron objeto de las explicaciones de Tomeu Llobera, responsable del museo.

La visita concluyó sobre la arena del ruedo, que está rodeada por una grada donde caben más de 6.000 personas. Además del niño del bar Matías, otro que la llenó, ya en 2002, fue Jesulín de Ubrique en el momento álgido de su carrera.

Ahora esta plaza de tercera categoría es cada vez más difícil de llenar, aunque ayer demostró que se mantiene ligada a la ciudad donde ya lleva cien años.