ENTREVISTA

Climent Picornell, geógrafo y escritor: «La masificación turística ha hecho que, en Palma, el comercio de proximidad haya desaparecido»

«Al Passeig del Born deberíamos llamarlo Paseo Amancio Ortega»

«Los hoteleros podrían hacer activismo comprando productos kilómetro cero y no lo hacen»

Climent Picornell, en el interior de la Llotja de Palma.

Climent Picornell, en el interior de la Llotja de Palma. / Guillem Bosch

Pere Estelrich i Massutí

Pere Estelrich i Massutí

Geógrafo y escritor. El que fuera profesor y vicerrector de la UIB, publicará en unos días su último libro, ‘Postals de Ciutat’, en el que pasea por Palma y diserta sobre ella. Acompañan estas reflexiones fotografías de Jaume Gual realizadas ex profeso para esta publicación. «Mis postales no son ni románticas ni folclóricas»

¿Quedan hoy ‘Postals de Ciutat’ para fotografiar o relatar?

El título tiene un doble sentido, diría incluso que puede llevar a engaño, pues contiene fotografías, muy buenas, por cierto, de Jaume Gual, realizadas expresamente para la ocasión; pero no, no es un libro de postales tal como las entendemos, sino un libro de apuntes, de reflexiones fruto de paseos por las calles y plazas de Palma.

Usted ha tratado en diferentes ocasiones, en artículos y libros, la transformación urbanística.

Sí, lo he hecho y siempre desde una óptica que me gusta calificar de tipología urbana, según la cual me convierto en un flaneur al estilo Baudelaire, que deambulaba por las ciudades sin ningún objetivo ni destino concreto y que por eso veo cosas que otros no perciben. En esos paseos, en solitario o con amigos, tomo nota de situaciones y detalles que luego convierto en impresiones escritas.

Pero el libro no va solamente de Palma.

No, pues a través de esos apuntes muchas veces aprovecho para ir más allá, para disertar sobre conceptos y cosas que son parte de mi bagaje cultural. Así por ejemplo puedo escribir sobre temas que siempre me han interesado y que poco o nada tienen que ver con Palma, como, por ejemplo, la música que me gusta.

Como estudioso de la toponimia y la onomástica: ¿Palma o Ciutat?

Este tema ha sido tratado y muy bien por el profesor Gabriel Bibiloni, quien afirma que, tanto si decimos Ciutat como Palma, nunca debemos añadir «de Mallorca». El topónimo es Palma, aunque para algunas personas de la Part Forana, seguirá siendo Ciutat.

Estas ‘Postales’, escritas y fotografiadas, son fruto de un instante, tienen fecha concreta, imagino que hace unos años no hubieran sido las mismas.

Cierto. Las transformaciones que ha sufrido Palma en estos años son enormes. Desde hace unos diez años ya nada es igual, sobre todo en el barrio antiguo, aunque también, pero menos, el cambio se ha dado en la periferia. Tengamos en cuenta que el crecimiento de Palma, en todos los sentidos, ha sido exponencial y si no lo paramos en poco tiempo, en el 2030, llegaremos al medio millón de habitantes. En este crecimiento juega un papel importante la inmigración, un fenómeno que siempre ha existido, pues en la mitad del siglo pasado se instalaban en Palma algunas familias de la Part Forana, como mis padres, o algunos peninsulares que venían a buscar trabajo. De todas maneras, no es ese el aumento de población al que me refiero, pues era, en cierto modo sostenible y lento. Al hablar de aumento poblacional me refiero a la inmigración venida de otros países. Una inmigración que puede ser de dos tipos: la de los que vienen con la fortuna hecha y los que vienen a hacer fortuna a cambio de trabajo. Los primeros son los que han hecho cambiar la fisonomía de barrios como Santa Catalina o Son Espanyolet y que han puesto en marcha el fenómeno de la gentrificación, palabra que proviene del inglés y que indica la transformación sufrida por los barrios cuando las clases pudientes compran las casas y las transforman. Eso ha sido una constante en el centro histórico. En mi barrio, por ejemplo, el que rodea la Llotja, mis vecinos son dos suecos y uno alemán, puedo decir que vivo rodeado por extranjeros.

Y por no hablar del pequeño comercio local.

Cuando me instalé en esa zona todos mis vecinos eran mallorquines e íbamos a comprar a las tiendas que había aquí, ahora eso ya no existe y las tiendas se han convertido en bares con terrazas. La masificación turística ha hecho que, en Palma, el comercio de proximidad haya desaparecido y se haya sustituido por franquicias y souvenirs. Al Passeig del Born deberíamos llamarlo Paseo Amancio Ortega.

Vive en la plaza de la Llotja. ¿Cómo es vivir cerca del poder?

El poder siempre nos da la espalda, a los que vivimos aquí y a toda la ciudadanía en general. Todos los presidentes autonómicos han sido mis vecinos, desde mi balcón he podido ver todas las tomas de posesión de los presidentes, en especial recuerdo emocionante la de Francesc Antich, por lo que representaba: que las izquierdas y las izquierdas payesas en particular pudieran gobernar. De todas maneras, ningún gobierno se ha interesado por el barrio en el que viene a trabajar: los políticos llegan con sus coches oficiales y lo único que hacen es quitarnos aparcamiento a los que vivimos y residimos aquí. Desde nuestra asociación de vecinos, que ha sido combativa contra el ruido, un ruido que llegó a afectar a la salud de algunas personas, nos hemos acostumbrado a tener una relación en estado de alerta constante con el poder, no podemos bajar la guardia.

La unión hace la fuerza. ¿Debemos asociarnos para ser combativos?

No solamente para combatir, también para analizar y dar soluciones. Pertenezco a diversas asociaciones, una de ellas, Palma XXI, nació para pensar Palma, para pensar su historia, su evolución, su vida, en definitiva. De hecho, a través de Palma XXI han aparecido algunos trabajos, uno de ellos y muy importante, el de hace unas semanas, en forma de libro voluminoso, Biografia de Ciutat, y que ya se ha editado sin ayudas institucionales, incluso diría, que ha salido a pesar del poder.

¿Cómo se retratan o se escriben postales en una calle como San Miquel, en la que en algunos días debes circular dando codazos para poder pasar?

Mis postales no son ni románticas ni folclóricas, más bien todo lo contrario, son postales que intentan describir la realidad, que, en muchos casos, la mayoría, no es amable. Volviendo a Palma XXI, ya analizamos el impacto que tienen, para algunas calles de Palma, tanto el turismo de cruceros como los días llamados de operación nube, en los que, por amenaza de lluvia, los turistas de sol y playa se desplazan a la capital y colapsan todos los espacios y servicios.

¿Cómo encajamos aquí la turismofobia?

Este era un sentimiento muy minoritario hace años, pero que con la masificación y la gentrificación ha ido aumentando el número de personas que se sienten amenazadas por el turismo. Incluso entre los mismos sectores que viven de él se habla de masificación, dándose las culpas unos a otros, los hoteleros por una parte y los que alquilan casas de forma temporal por otra. Un hecho es cierto: cuando se prohíbe que los coches vayan a Formentor, cuando en es Caló des Moro se deben hacer colas para bajar a la playa, o cuando en el Consell se habla de un techo de plazas, cuando todo esto tiene lugar, es que estamos al límite. Pero, aun así, se sigue creciendo.

¿Hay esperanza?

Sí y no. Me explicaré. Si nos gana la nostalgia, viviremos mal, pues volver al pasado es imposible, y acostumbrarse al problema no es la solución. ¿Qué hacer entonces? Como sociedad podemos hacer poco pues el tema es de índole mundial, piense que la Organización Mundial del Turismo habla de crecimiento desmesurado en los próximos años, sobre todo en zonas tranquilas, en las que no hay amenazas de guerra ni de conflicto. Así que las Balears serán lugares atractivos para turistas. Pero entre la nostalgia y el acostumbrarse, lo suyo es tener nuestros lugares refugio, los que no conoce todo el mundo, que cada vez son menos, pues con las fotografías aéreas y Google, ningún paraje puede quedar escondido. Por tanto, debemos aprender a manejarnos ante esa situación, tanto a título personal como a nivel institucional.

Y qué decir del impacto que esa masificación deja.

Pues que no debemos hablar de un solo impacto sino de varios: económico, ambiental y sociocultural, este último, siempre dejado de lado, es muy importante, pues nos hace perder identidad. Incluso las tiendas de souvenirs, en las que antes podías comprar elementos que algo tenían que ver con Mallorca, también han perdido su razón de ser y en ellas se venden recuerdos que nada tienen que ver con la isla.

Se han despersonalizado.

Más incluso, se han convertido en ‘No lugares’, un concepto que me gusta citar para describir esos espacios en los que nada los identifica. Un aeropuerto es un ‘No lugar’, cualquier tienda de franquicia lo es, muchos restaurantes también, pues son iguales en todas las ciudades. En las ciudades hoy imperan los ‘No lugares’, en Palma también.

¿Perdemos identidad?

Mire, si me pidiera sobre qué es la mallorquinidad le diría que hoy es mallorquín quien sienta que lo es. Y poco más. Cada uno que quiera puede poner su grano de arena frente a la invasión: yo escribo artículos al respecto y en catalán, otro hará activismo a su manera, los hoteleros podrían hacerlo comprando productos de kilómetro cero y no lo hacen, cada uno puede ser combativo desde su propia parcela.

Últimamente han aparecido algunos libros sobre Palma. Podría recopilarlos en su serie ‘Jardins d’altri’.

Cierto, Carlos Garrido, Biel Mesquida, José Carlos Llop, Damià Alou, Jaume Oliver… que podemos añadir a los más clásicos, como el de Marius Verdaguer o las novelas de los hermanos Villalonga, situadas en Palma. Y todos muy interesantes y particulares a la vez. Parafraseando a Joyce, refiriéndose a Dublín, podríamos reconstruir Palma después de un cataclismo, a partir de todo lo que se ha escrito sobre ella, incluyendo los grafitis que se encuentran en las pintadas de sus muros y paredes. Por cierto, permítame un juego de palabras sobre el título del libro del citado Verdaguer, La ciutat esvaïda, ahora sería mejor decir La ciutat envaïda.

¿Podemos conocer el día a día de Palma a través de los escritos que hay sobre ella?

Mire, hay un hecho cierto: sobre la vida cotidiana en los pueblos de Mallorca hay mucha literatura y buena, Maria Antònia Salvà, Llorenç Riber, Jaume Oliver d’Aubocàsser… pero sobre la vida diaria de Palma, hasta hace poco no había nada, sí había libros que explicaban la Catedral o el Castillo de Bellver, pero sobre cómo vivían el día a día los habitantes de Palma, no había nada. El mismo Josep Maria Llompart describió en un artículo este hecho, el de la falta de un discurso literario sobre los barrios periféricos de Palma y, en algunos de ellos, viven más personas que en todos los pueblos del Pla de Mallorca juntos. Esto se va solucionando y poco a poco aparecen historias que retratan los barrios y que los reivindican como lugares con vida propia.

Usted escribió ‘La fi d’un món’. ¿Podemos decir que en Palma también ha llegado ese final?

Me cuesta creer que las tesis del libro puedan trasladarse a Palma. Escribí La fi d’un món pensando en el mundo rural, no agrario, para dar testimonio del camelo de lo que desde Palma se entendía como la Mallorca profunda.

Orgull llonguet. Orgullo, ¿de qué?

Pregunta impertinente (sonríe), propia de un felanitxer como usted. Yo nací en Palma, en la clínica de Santa Madrona, que había en el paseo Marítimo. Y cuando iba al pueblo, Sant Joan, me trataban de ciutadà. Pero sí, Palma hoy puede sentirse orgullosa de tener una actividad más allá de los centros de poder, una vida propia y muy activa socialmente. En el fondo tengo el corazón partío, esta ha sido una constante en mi vida; en Sant Joan soy santjoaner como el que más y en Palma soy un flaneur baudelairiano, que no tiene sentido fuera de las ciudades. La dicotomía me ha perseguido siempre, la puedo aplicar a diferentes situaciones de mi vida, incluso cuando tuve responsabilidades como vicerrector de la UIB echaba de menos la cultura beat, contraria al status, que siempre me ha atraído.

Vivir cerca de la Llotja imprime carácter.

Claramente sí. No sabe lo que representa por las mañanas salir al balcón y ver, justo delante, el ángel de la fachada, una figura que tuve ocasión de abrazar y besar mientras se restauraba el edificio. Sí, vivir aquí marca, por los referentes potentes que envuelven la plaza y que te relacionan con toda la historia de Palma, la de los marineros, los pescadores y los comerciantes.

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